De domingo a domingo

El autoritarismo, un signo que parece distinguir a nuestros políticos

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La presidente no fue la única que a lo largo de la semana dio signos de ese autoritarismo a que nos tiene acostumbrados. Foto: DyN

Por Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Las cartas podrán barajarse y los nombres cambiar, pero al final de la carrera todo tiene un mismo y potente sesgo. Cristina Fernández, Mauricio Macri, Hebe de Bonafini, Beatriz Rojkés de Alperovich, Axel Kicillof y una buena lista de personajes de todo el espectro político han sido quienes quedaron enlazados durante la última semana, envueltos por la misma música: el autoritarismo.

Pero, además, existen otros, todos muy conocidos y están al acecho. La arbitrariedad que surge de tan desdichado atributo común, violencia al fin, es lo que la sociedad consume pasivamente desde hace ochenta y cinco años. Va de suyo que el combo letal de la vida argentina, para muchos lo que la lleva a renegar de las instituciones y semilla de su decadencia, se completa con la falta de libertad que, a la sordina, le imponen a la ciudadanía quienes ejercen el poder.

Está más que claro que nada podría ser tal como es si las condiciones no estuviesen dadas.

A patadas con el relato

Patrones de estancia consolidados o caudillejos con pretensiones de serlo se ensañan a diario con el grueso de la gente porque están seguros de su tolerancia hacia las agresiones, como si a fuerza de alimentarse de la teta del Estado a la mayoría de la gente se le hubiese cancelado el orgullo que tienen las sociedades que viven de su propio esfuerzo.

Durante la última semana, hubo ejemplos a raudales de estas imposiciones que buscan el sometimiento de las ideas, con contradicciones, mentiras, grandilocuencias, subestimaciones, ironías o exabruptos. Todo está permitido porque los políticos ya saben que el cuerpo social no se rebela, sino que aguanta todo lo que le tiran. La sumisión ya está metida en tantas cabezas y corazones que muchos ya no saben de qué se trata e inclusive otros se niegan a mirar, aunque sea con un poco de malsana envidia, a pueblos que viven menos sometidos a los designios de los poderosos.

Todos los dichos que se puedan coleccionar para demostrar las agresiones hacia los ciudadanos quizás han quedado un poco opacados durante estos días por la importancia institucional que han tenido el irresuelto caso de la muerte del fiscal Alberto Nisman y las sospechas de presión hacia los jueces para que duerman la causa de encubrimiento que involucra a la presidente de la Nación. Y también por el llamado a un paro general para el próximo martes, derivado del impuesto que se les cobra a los salarios.

Por tratarse de la presidente hay que comenzar por ella y es bueno repasar al respecto su último discurso para encontrar allí algunas claras manifestaciones de cesarismo en varios de sus anuncios, muchas de ellas en directa discordancia con el relato. En primer término, no parece lógico utilizar una cadena nacional para hablar de garrafas, heladeras y lavarropas, salvo que se esté haciendo campaña obligatoria para “todos y todas”, algo que, como nadie dice nada, de tan autoritaria que es la situación, ya se ha naturalizado. De esa alocución del jueves pasado, un punto que hay que marcar como contradictorio es que el gobierno en pleno, que sigue defendiendo a rajatabla el programa económico, dice que no ha caído el consumo ni mucho menos la actividad y que todo está muy bien en la materia, pero es Cristina quien le dedica un largo monólogo a hablar de “estímulos” a la economía, para seguir haciendo “lo que hemos venido haciendo desde hace ya casi 12 años, que es la intervención del Estado en la economía”. Es decir, más de lo mismo para tratar de remediar lo que el propio plan probablemente enfermó.

Otra cuestión que se da de patadas con el relato de la bonanza, fue el anuncio presidencial de un Plan de Regularización en materia impositiva, “una mochila de 60.525 millones de pesos que están en mora, que corresponden a 1.222.907 contribuyentes”, que una vez más es un desaliento para quienes pagan o para quienes tienen retenciones directas de sus empleadores.

No saben cuántos pobres hay

Con respecto a las garrafas, tal como si fuera un acto de magia, recién siete años después el Estado descubrió que había desvíos, inclusive de gente que calentaba el agua de su pileta de natación con gas de las garrafas sociales, más allá de que nunca hubo stock suficiente a precios regulados o que se las entregaba con menos carga para encarecerlas o bien que los más necesitados no las conseguían en todos lados.

Y si de pobres se habla, aquí hay que detenerse en lo que fue el caso más patético de la semana, el del ministro de Economía, Axel Kicillof, quien confesó que “no tiene” el número de pobres que hay en la Argentina, ya que le parece que se trata de “una medida un poco estigmatizante”. Los dichos del funcionario fueron matizados por el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien ha dicho que “no es tarea del gobierno saber la cantidad”, otra manipulación, ya que no se pueden armar planes sociales coherentes si no se conocen sus alcances, en personas y fondos para la asistencia. En realidad, la negativa de casi todo el gobierno de hablar del tema, parte de esconder la realidad de la manipulación de las cifras de inflación, distorsión que también viene desde 2007.

Es tan corto el tramo del diálogo sobre el tema y tan en contexto quedó la negativa de Kicillof a incendiarse que lo que resultó bien “complicada” fue su respuesta, un pobre antecedente para alguien que podría ser un vicepresidenciable. Precisamente, el día anterior a esta monumental patinada, el ministro había sacado pecho para mostrarse puertas adentro del gobierno como un guerrero contra los poderes de la banca internacional y aunque lo hizo 72 horas después de ocurrido el hecho, la emprendió contra el Citibank Argentina, quien había obtenido el visto bueno del juez Griesa para pagar los bonos el 31 de marzo y a fin de junio.

En campaña contra los bancos

Fue muy gracioso, además, cuando simulando independencia de criterios, dijo que el Citi había violado las leyes argentinas “porque (el arreglo) se hizo a espaldas de sus autoridades” y presagió una “estafa” de la entidad para el mes de septiembre, pero les pasó formalmente la pelota para que se expidan a tres dependencias del mismo gobierno sobre la eventual “violación” que él mismo denunciaba.

Una de ellas, la Comisión Nacional de Valores, suspendió al banco “para operar en el mercado de capitales local”. El avance contra la entidad estadounidense se complementó con otra pelea que el oficialismo está llevando a cabo en el Congreso contra el banco HSBC, ya que muchos de sus clientes giraron fondos no declarados ante la Afip a la filial de Ginebra (Suiza) y la Comisión Bicameral quiere que sea la entidad la que repatríe esos fondos.

Ambos casos muestran que el sector bancario podría llegar a ser uno de los enemigos preferidos del kirchnerismo para la campaña.

Justamente, en materia electoral, la movida de apoyo interno de Mauricio Macri a su delfín Horacio Rodríguez Larreta (“Tengo confianza en Horacio”) y, por oposición, en detrimento de Gabriela Michetti, le podría traer al jefe de gobierno porteño muchas complicaciones al respecto, por más que su gente se empeñe en decir que “no se iba a jugar así si no tuviese números seguros”.

Si bien la jugada pareció principista y de lealtad hacia el colaborador eficaz o tal como se hizo trascender, de castigo a la senadora por sus desplantes políticos, aunque no faltará quien la catalogue además de machista, es inevitable poner el dedazo de Mauricio en la lista de autoritarismos de la semana, algo que el kirchnerismo y el massismo sabrán aderezar mirando a octubre, sobre todo si Michetti gana las Paso en agosto y es candidata a sucederlo.

 

Se ensañan a diario con el grueso de la gente porque están seguros de su tolerancia hacia las agresiones, como si a fuerza de alimentarse de la teta del Estado a la mayoría de la gente se le hubiese cancelado el orgullo.