La vuelta al mundo

El asesinato del periodista Manuel Buendía

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El periodista mexicano Manuel Buendía, asesinado el 30 de mayo de 1984. foto: archivo el litoral

Por Rogelio Alaniz

Al periodista Manuel Buendía lo mataron el 30 de mayo de 1984. El crimen se produjo alrededor de las siete de la tarde. Buendía se dirigía a la playa de estacionamiento ubicada sobre la Avenida de los Insurgentes en pleno centro de la ciudad de México. El asesino le disparó cinco tiros por la espalda. Murió en el acto. Su amigo Juan Manuel Bautista contempló los hechos desde la vereda de enfrente. Luego declararía que alcanzó a ver a un tipo joven que luego de perpetrar su faena se trepó a una moto manejada por un tipo con casco.

Esa misma noche, la noticia ganó los titulares de todos los informativos. No era para menos. Acababan de matar en plena vía pública al periodista que el escritor Héctor Aguirre Camín calificó como el más leído y el más influyente de México. Al momento de morir, Buendía tenía cincuenta y ocho años y más de treinta años de oficio. Su columna diaria publicada en el diario Excelsior era reproducida en más de cincuenta diarios del interior. Sus libros eran verdaderos éxitos editoriales. El escritor Carlos Monsivais lo calificó como un personaje irrepetible. En términos parecidos se expresaron diarios como el Washington Post y el New York Times.

Una verdadera multitud lo despidió en el cementerio. El propio presidente de México, Miguel de la Madrid Hurtado, se acercó al velatorio y saludó a la esposa y a los hijos de Buendía. Los asistentes le reclamaron a los gritos que diera con los culpables. No faltó quien lo acusara de ser el autor intelectual del crimen. La imputación nunca se pudo probar, pero no era desopilante. El régimen encabezado por De la Madrid Hurtado estuvo detrás del crimen. La consiga era silenciar al periodista que lo fastidiaba con sus periódicas denuncias. Es muy probable que De la Madrid no haya dado la orden de matar, pero algunos de sus colaboradores participaron en reuniones con quienes después se supo eran los asesinos materiales.

La presión social y política fue muy alta y el gobierno se vio obligado a hacer algo.

El primero en ser detenido fue Juan Rafael Moro Ávila Camacho, acusado de ser el autor de los disparos, Ávila Camacho es nieto de un presidente mexicano de los años cuarenta y hasta el día de hoy insiste en que es un chivo expiatorio. El responsable de su detención fue el señor José Antonio Zorrilla Pérez, director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). La detención del asesino se presentó como el punto final de la investigación, pero como se comprobará luego, fue recién un punto de partida, cuyo final aún continúa en puntos suspensivos.

Zorrilla Pérez antes de ser director del DFS, fue el presidente del partido gobernante -el PRI- en el Estado de Hidalgo. También fue diputado nacional y un hombre de confianza del circulo presidencial. Sus datos merecen mencionarse porque fue detenido pocos días después de la detención de Ávila Camacho. La Justicia lo acusó de ser el responsable intelectual de la muerte. Las pruebas en su contra fueron irrebatibles. Conclusión: la Justicia lo condenó a treinta y cinco años de prisión, pena que cumplió hasta 2009, oportunidad en la que se le otorgó la prisión domiciliaria.

Junto con Ávila Camacho y Zorrilla Pérez fueron detenidos Juventino Prada y Raúl Pérez Carmona, todos integrantes de la DFS. O sea que la ejecución de Buendía se preparó meticulosamente en una de las estructuras de poder del Estado. De las investigaciones se deduce que en la muerte estuvieron comprometidos algunos dirigentes del PRI. Las indagaciones pudieron verificar que a fines de abril se realizaron algunas reuniones para planificar el crimen. Puede que allí haya participado el secretario de Gobierno, Manuel Bartlett Díaz.

Hasta el día de hoy se sigue discutiendo quiénes fueron los responsables reales de esta ejecución. Se habló de un operativo de la CIA y se lo acusó al presidente de la nación, pero en estos temas nadie ignora que este tipo de imputaciones nunca llega a dar con los culpables. También se dijo que el verdadero responsable fue el señor Antonio Ortiz Mena, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de México, uno de los empresarios más criticados por Buendía.

Ortiz Mena pertenecía al grupo Los Tecos, una organización de extrema derecha con sede en Guadalajara. Los Tecos fue fundado por los señores Antonio y Juan José Leaño a fines de los años cuarenta. La organización dispone de un predio de más de cinco mil hectáreas en el valle de Tecomán. Allí se capacitan empresarios, políticos, comunicadores sociales y mercenarios. Los Tecos controla la Universidad de Guadalajara y su campo de acción se extiende a Centroamérica, Estados Unidos y Europa.

Leaño fue un íntimo amigo de Nixon y con muchos años menos se lo puede ver haciendo guardia de honor al féretro de Lyndon Johnson. Sus posiciones ideológicas están más allá de la extrema derecha. Los Tecos debe ser la única institución en el mundo que se atrevió a acusar al Opus Dei de marxista y cómplice descarado del comunismo.

O sea que detrás de la muerte de Manuel Buendía operó una coalición de intereses políticos, empresariales y policiales que incluyó por primera vez en la política mexicana la presencia de los jefes del narcotráfico. Habría que señalar, por último, las denuncias de Manuel contra los operativos perpetrados por la CIA y los contras nicaragüenses. Mercenarios, venta de armas, tráfico de drogas constituyen la base de esta coalición de intereses a los que Buendía decidió denunciar, sin ignorar los riesgos que corría metiéndose con personajes que ya habían demostrado que no vacilaban en matar a quienes los molestara.

Como para verificar la calaña moral de sus enemigos, en julio de 1977, Buendía recibió en su despacho una carta con sello de Guadalajara encabezada con la sigla Inri. Uno de los párrafos del texto es por demás elocuente: “O saca a su familia de México, a todos ellos y a usted, o todos serán asesinados. No tengo ninguna prisa, pero quiero que sepa que es lo único que tengo que hacer en esta vida que usted arruinó con sus denuncias. Nos veremos”.

Por supuesto, no faltaron al principio los intentos de enlodar la figura del muerto. Es lo que hacen siempre los responsables de este tipo de muertes, y los argentinos alguna experiencia tenemos al respecto. A Buendía se lo acusó de corrupto, chantajista, extorsionador, gangster y comunista. La campaña no prosperó porque nadie podía dudar de su honestidad, coraje civil y valía intelectual

A su conducta moral intachable le sumaba un inusual talento periodístico para organizar y sobre todo para escribir. Buendía era de los periodistas que consideraba que no se puede ejercer esta profesión si no se domina el lenguaje y no se dispone de un piso cultural elevado.

¿Corrupto? Pudo haber sido millonario, pero al morir lo único que le dejó a su familia fue una modesta casa de clase media. Alguna vez dijo algo que todo periodista que pretenda honrar la profesión debería tener en cuenta: “Un periodista millonario siempre representa la posibilidad de un caso de enriquecimiento sobre la base de ingresos turbios”. También escribió en su columna: “No tenemos libertad para mentir, calumniar, desinformar o hacer armas en contra de los intereses populares”.