Choques y encuentros de culturas

  • En “Cultura”, que acaba de publicar Adriana Hidalgo, el antropólogo italiano Marco Aime, vuelve a definir, con los aportes de los últimos tiempos, a ese concepto polémico que define nuestros actos y nuestra forma de vivir y también la que practican los tantos “otros” que pueblan el planeta. De “Cultura”, transcribimos aquí un fragmento del capítulo correspondiente al apartado titulado “Las trampas de la identidad”.
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“Mundo de aberraciones victoriosas...”, de George Grosz.

 

Por Marco Aime

Jamás un título tuvo tanta suerte como el del libro de Samuel Huntington: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, publicado en 1996 (en 2000, en Italia) y destinado a convertirse en un eslogan, muchas veces usado erradamente. La hipótesis de Huntington, politólogo estadounidense perteneciente a la corriente denominada neocon, se basa, sustancialmente, en la idea de que las fuentes de conflicto del nuevo mundo en el que vivimos no serán ni ideológicas ni económicas, como en el pasado. Las grandes divisiones de la humanidad y su fuente de conflicto principal estarán ligadas a la cultura. Los Estados nacionales seguirán siendo los actores principales en el contexto mundial, pero los conflictos más importantes sucederán entre naciones y grupos de distintas civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las fracturas entre las civilizaciones serán las líneas sobre las que se consumarán las batallas del futuro.

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 parecían confirmar plenamente la profecía de Huntington; tanto es así que en el discurso de George W. Bush después del atentado aparecía la palabra crusade, cruzada. Un término que evocaba un escenario medieval, en el que se desplegaban, de un lado, el Occidente supuestamente cristiano y, del otro, el mundo islámico, visto desde esta perspectiva como un bloque compacto que acompañaba a Al-Qaeda. No fue casual que el término se eliminara rápidamente de los discursos sucesivos, ya que catalogaba a todos los musulmanes de filoterroristas.

Al enunciar su teoría, Huntington traza confines que definirían los bloques de civilizaciones, pero es justamente aquí que su teoría comienza a mostrar fisuras, por pecar de mecanicismo. En efecto, al atribuirle a cada región del planeta una especie de clasificación que recuerda de modo inquietante las clasificaciones raciales del siglo pasado, que asociaban a presuntas diferencias biológicas ciertas características culturales. El resultado es un mundo dividido en civilizaciones, cada una de las cuales presentaría connotaciones culturales definidas que impedirían, en muchos casos, casi cualquier forma de comunicación; de hecho, llevarían al choque.

Por su parte, se quiere ligar la cultura a un territorio, transformándola de ese modo en un dato geográfico. Por otra parte, tal visión presupone una uniformidad de pensamiento casi total en el seno del supuesto bloque cultural. Basta echar un vistazo al mundo islámico para advertir la gran cantidad de divisiones en su interior: entre el Islam de la Meca y el de las confraternidades de África Occidental existen diferencias profundas, sin contar las divisiones entre chiitas y sunitas y entre otros grupos. Si luego examinamos las posturas políticas de los Estados involucrados, advertimos cómo muchos países musulmanes se agrupan más sobre el flanco filoamericano que en el opuesto. Incluso China presenta sus contradicciones: sí por un lado continúa siendo gobernada por un partido comunista, por el otro somos testigos de cómo está dando lecciones de liberalismo al mundo occidental.

La imagen del choque de culturas fue evocada también en ocasión de los atentados a la estación de Atocha de Madrid el 11 de marzo de 2004 y al subterráneo de Londres el 7 de julio de 2005, como si nunca antes hubieran ocurrido hechos similares antes del surgimiento del terrorismo islámico. Desafortunadamente, basta con la historia italiana reciente para enumerar desastres similares —de Piazza Fontana al tren Italicus, de Piazza della Loggia a la estación de Bolonia— para comprender que ciertas cosas pueden ocurrir perfectamente dentro de la mismísima sociedad democrática y occidental. Nadie invocó el choque de civilizaciones a raíz de esos hechos.

Esta visión está totalmente en línea con la tendencia cada vez más evidente, lamentablemente, a “etnicizar” cualquier tipo de conflicto y problema social, a hablar de etnias y de cultura —cuando no de raza— allí donde se debería hablar solamente de individuos que interactúan entre ellos y con la sociedad. Por otro lado, los mismos sentimientos de tolerancia e intolerancia se pueden encontrar tanto en la civilización occidental como en la oriental, el Islam incluido. No son las civilizaciones o las culturas las que chocan, sino personas dentro de ellas que son intolerantes.