Que el relato nos salve del olvido
Que el relato nos salve del olvido
Por Patricia Severín
“Cómplice en la mirada”, de Antonia B. Taleti. El Mono Armado Ediciones. Buenos Aires, 2014.
La mirada se va deslizando, suave y arbitraria, sobre pequeñas cosas, viajes, personas, vestimentas. Prioriza de pronto un paisaje, un encuentro, una ciudad. Luego muta: merodea una esquina, una plaza, un susurro, una cuesta, un atardecer.
El velo es tenue y cubre los versos de este libro, un velo que abre y cierra lo que la mirada cómplice deja penetrar. Ondula una nostalgia de lo amoroso, allí, donde alguna vez otra mirada se quedó por un instante: “La avenida se alza para rodear la ciudad, / trepo esa ondulación y me pierdo / entre nubes que tapan el horizonte. / Es breve mi trayecto, / el auto gira a la derecha /y alcanzo a pensar: / si él viniera a este instante...”.
Luz, reverberancia, distintas tonalidades del día, el cedazo por el cual se mira. A veces octubre azul, a veces lila, o crepúsculo, o rosa evanescente, o tarde celeste. Y la añoranza de otra tierra difuminada en el recuerdo y en el lenguaje. Tierra de ancestros y quizá de amigos. Y siempre la memoria que ilumina una franja de lo que fue: “Yo era una niña en el tiempo de las niñas”.
Al igual que Las mil y una noches, estos cuentos-poemas, se abren en múltiples direcciones para que el relato nos salve del olvido, pequeñas situaciones, personas lejanas, infancia, sitios que se amaron, un sótano, una barba. Son sutiles y bordean, como un arco iris de luces y colores, una voz que se repite y remarca: “Tuve que atravesarte/ para alcanzar el jardín/ y atravesar el jardín / para alcanzarte” o “La cuesta del Lipan, / cifrada piel de tigre, / se enrosca, trepa y dice / al desierto de sal / desde donde miro / que la cuesta del Lipan, / del códice refugio, /se enrosca, trepa y dice / al desierto de sal”.
Los contrastes que propone Antonia Taleti “enciende luciérnagas” y quedan en nosotros mucho después de haber finalizado el libro.