Vargas Llosa recuenta el “Decamerón”

4_img113.jpg
 

Por Noami Filomea

“Los cuentos de la peste”, de Mario Vargas Llosa. Alfaguara. Buenos Aires, 2015.

La gran obra de Boccaccio, el Decamerón, que algunos definen como novela y otros como un conjunto de cuentos agrupados bajo un hilo conductor, es de alguna manera la quintaescencia de la ficción literaria; es inherente a ella la razón y la justificación de la afición a contar y hacerse contar historias. Lo hace no con los pesados y crípticos meandros con que las últimas décadas (con especial abono en la literatura de nuestros lares) suele hacerlo la novela-ensayo, sino en el marco de las historias mismas. En una ciudad atacada por la peste, un grupo de jóvenes se encierran para contarse cuentos como una forma no sólo de divertirse sino también de inmunizarse contra la pestilencia. Esos cuentos son de variada especie: la picardía y la búsqueda de una plenitud de la sensualidad derivan sea hacia lo cómico que hacia lo trágico.

Mario Vargas Llosa hace notar que esta historia-marco de la peste y de la decisión de encerrarse a contar y oír contar cuentos es un símbolo de la razón de ser de la literatura: “¿No vivimos los seres humanos desde la noche de los tiempos inventando historias para combatir de este modo, inconscientemente muchas veces, una realidad que nos agobia y resulta insuficiente para colmar nuestros deseos?”.

La seducción de esta obra impar llevó al autor de Conversación en la catedral a escribir (y actuar, tal como este volumen documenta en coloridas fotos) una versión teatral muy libre del Decamerón bajo el título de Los cuentos de la peste. Se trata de la adaptación de sólo algunos de los cuentos, con un ritmo ameno y llevadero, aunque desde luego sin alcanzar el nivel ni suplir la obra que lo inspira y que persiste con una renovada vigencia desde mediados de 1300.