“Malversión de amor será tu sonrisa”

Almas desesperadas buscan el amor

Almas desesperadas  buscan el amor

Una explosión de intensa teatralidad es la que ofrecen Julieta Vigo como autora y directora junto a su excelente grupo de actores.

Foto: Martín Bayo

 

por Roberto Schneider

“¿Qué se puede hacer? ¡Hay que vivir. Viviremos una larga cadena de días. Soportaremos pacientemente todas las pruebas que nos envíe el destino; trabajaremos por los demás, ahora y en la vejez sin conocer descanso. Y cuando llegue nuestra hora moriremos mansamente. Y allá, en el otro mundo, diremos que hemos sufrido, que la vida fue amarga y Dios se apiadará de nosotros. Miraremos hacia atrás y veremos una vida luminosa, bella, fina. Pensaremos con sonrisas en nuestra desgracia, veremos todo el cielo lleno de diamantes, descansaremos. Y nuestra vida se volverá tierna, dulce, como una caricia... llevar la propia cruz y creer. Yo creo y no siento ya tanto dolor. Y cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida”, dice con angustia indisimulada sobre el final Sonia, uno de los conmovedores personajes de “Malversión de amor será tu sonrisa”, la excelente obra de Julieta Vigo estrenada en la Sala Marechal del Teatro Municipal.

La dramaturga ofrece un desolador ámbito en el que sus criaturas muestran sus historias. Si conocer los padecimientos del alma hasta la raíz es estar loco, o en todo caso serlo, es probable que Vigo lo sea. Si saber de la soledad como un anillo de hierro que se cierra más y más a cada infernal vuelta de tuerca caracteriza a la locura, ella la conoció. Si estar en el mundo sin poder dar testimonio de él, o si ese testimonio es el de las llagas por la incomprensión, la maldad de los demás o su dureza es síntoma de locura, Vigo la experimenta, marcada a fuego sobre su carne y su sangre, sobre su desesperanza, su dolor, su desvelo.

Cuando desde un texto se remonta vuelo de esa manera es la criatura, en todo su esplendor y en toda su miseria, la que se inscribe en uno mismo entre ráfagas de luz y de tormenta. La supuesta crueldad de la historia no es más que una máscara de su ternura, del amor por el otro. Pasajera de la vida -afincada también en la más lacerante soledad-, Vigo discurre sobre cauces amargos en los que fluye incluso la infamia, a veces entremezclándolas, pero guiada siempre desde el fondo de sus magníficas tinieblas, por un indeclinable amor a la criatura.

Estallido de teatralidad

“Malversión de amor...” es el título de esta obra que mezcla la vida y la muerte, lo real (¿y qué es al fin de cuentas lo real?) y lo imaginario, el mundo de los sentidos tradicionales con el de otros que no lo son tanto, la alucinación y el delirio, el tormento y una extraña y corrosiva paz. Los personajes vigianos llegan al final de un ácido viaje, y no poco escarpado, el de la vida. Los rodean fantasmas -delirados, porque en esto hacemos hincapié, y el humor también estalla por doquier- tan espectrales como esa clínica en la que de algún modo deambulan, un lugar que es un mundo entre dos mundos, donde prima el dolor pero pasado por el tamiz de la esperanza.

La obra -tal vez un conjuro del mal- hechiza al espectador. El hermoso texto, traducido de manera brillante por la misma Julieta Vigo, va entretejiendo la malla de los protagonistas a partir de una inteligente y sumamente creativa puesta en escena en la que la imaginación corre sin freno. La directora tiene una capacidad sin desmayos y traduce su texto en un trabajo en el que estalla la teatralidad. Piensa siempre en el espectador y eso hay que agradecerlo. Da testimonio de que el teatro es también una hoguera en la que la pasión alimenta el fuego.

La música de Esteban Coutaz es por un lado el sobrecogedor telón de fondo sobre el que se va desplazando la acción y, por el otro, contagia por el frenético ritmo que irrumpe en situaciones almodovarianas de disfrute pleno. Es original, poético y protagonista el bello vestuario de Carolina Chiarelli y son precisos los momentos coreográficos de Cecilia Mazetti. Es correcto el diseño de la planta de luces de Ponchi Insaurralde.

Los calificativos se agotan cuando hay que hablar del elenco, una prueba más de las condiciones de la directora y de las virtudes de todos sus integrantes. La Elena de Carolina Cano aparece irónica, carnal y refinada. Son magníficos los estallidos de histeria porque elude caer en la machietta a partir de su notable interpretación. Selma López afronta de manera portentosa las características de su atribulado personaje. La actriz ofrece una Sonia inolvidable, transparente, patética y dueña, sin embargo, de una suerte de majestad mítica, de guardiana de los secretos de la vida y de la muerte. Lucas Ranzani maneja los tonos precisos para su médico. Escuchar a este actor es una lección para aprender a “decir” en un escenario. Sus gestos, sus actitudes y las miradas de extrañeza y complicidad son de superlativo nivel. Adrián Cáceres hace lo mejor que un actor debe hacer: disfruta de su personaje. Sensible, no ajeno a la ternura, cambiante y mudable en sus estados de ánimo, su labor es también excelente. Guillermo Frick se ubica en la discreta penumbra de Iván Tío Vania (lo único del homenaje a Chejov) a partir de una comprometida comprensión de su criatura.

Todo confluye para hacer de esta “Malversión de amor...” una partitura de perfiles amorosos, que duele, sacude, fascina, conmueve y admira. Muchos verbos, pensarán algunos. Son escasos cuando hay tanto talento en el teatro.