Una biblioteca clandestina en el infierno de Mauthausen

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El campo nazi de Mauthausen, en Austria , en una foto tomada el 21 de junio de 1941.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Luis Lidón

(EFE)

En el infierno de Mauthausen, una biblioteca clandestina permitió soñar con la libertad y ayudó a resistir la brutal realidad de ese campo de concentración nazi en el que murieron alrededor de 100.000 personas.

Un breve apunte sobre esa biblioteca se recoge en el libro del historiador estadounidense David W. Pike titulado Españoles en el Holocausto, y en algunas referencias en alemán se cita como su promotor al prisionero catalán Joan Tarragó. “El libro era un símbolo de libertad, una manera de escaparse del infierno”, explica desde París su hijo, Llibert Tarragó, de 67 años y que ha indagado en la historia de esa biblioteca clandestina. Periodista, escritor y fundador de la editorial Tinta Blava, relata que su padre le transmitió el amor por la cultura, importante en su ideario republicano como principio emancipador.

Además del testimonio de su padre, que murió en 1979, ha podido hablar con otros supervivientes que, asegura, le transmitieron lo importante que fue lograr un pequeño espacio de libertad con la lectura en medio del horror más absoluto. Un superviviente francés de Córcega le relató que había sido “un salvavidas” poder leer La Cartuja de Parma, de Stendhal, en Mauthausen, de cuya liberación se conmemoran 70 años.

“Me explicó con mucha emoción que aquello fue para él un alivio fantástico”, recuerda Tarragó, fundador en 2003 en Francia de la asociación Triángulo Azul, que ha reunido documentos y archivos sobre la deportación española.

Joan Tarragó llegó a Mauthausen en 1941 después de haber luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil y formar parte del Psuc, y, según su hijo, tuvo un papel activo en la red de resistencia de los deportados republicanos en el campo.

Los presos españoles tuvieron un gran sentido de unidad y crearon una red solidaria de ayuda que salvó muchas vidas, aunque no pudieron evitar que dos tercios de los 7.500 republicanos españoles de Mauthausen murieran. A finales de 1942 o principios de 1943, relata Llibert Tarragó, comenzó a llegar un gran número de franceses, y en menor medida italianos, que pertenecían a la resistencia a la ocupación nazi en sus países, y nada más llegar a Mauthausen los SS les despojaban de todo. Aquello que no fuera de valor era incinerado.

Cuando Joan Tarragó supo que entre lo que acababa en las llamas había libros, propuso a la dirección de resistencia española en el campo rescatarlos y montar con ellos una pequeña biblioteca. “Estos libros llegaban por diversos caminos a sus manos, porque había dos españoles que estaban allí en el almacén, en el exterior del campo donde llegaban los transportes”, explica su hijo.

En total lograron reunir alrededor de 200 libros, la mayoría de ellos escritos en francés, como novelas de Émile Zola, de Víctor Hugo, de Fiodor Dostoievski, y una de las que más éxito lector tuvo fue La madre, de Maxim Gorki.

“Si los hubiesen descubierto los hubiesen o matado o dado una paliza como las que solían dar” los fanáticos SS, recuerda Llibert Tarragó, que afirma que para los prisioneros leer un libro era como escapar durante un tiempo de Mauthausen.

Otro español, de apellido Picot, se encargaba de arreglar los libros porque solían llegar en muy mal estado por las penalidades que pasaban sus dueños, y los volúmenes se escondieron en un armario del barracón 13 del campo.