Postales de la vida digital en la ciudad

Hiperconectados, cómo es la vida en modo “on”

  • Un sociólogo, un psicólogo y un profesor de Ciencias de la Educación analizan las nuevas formas de interacción y relación social que se construyen a partir del celular y el acceso constante a las redes sociales. Sus implicancias en la vida cotidiana.
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Pantallas. En una recorrida por la ciudad, los reporteros gráficos de El Litoral captaron escenas de esta nueva urbe digital. Foto: Mauricio Garín, Flavio Raina y Guillermo Di Salvatore. Montaje Alejandro Moulins.

 

Nicolás Loyarte

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La escena urbana es la siguiente. Amigos reunidos en un bar de la Peatonal, sentados alrededor de una mesa, unos tragos, y la mirada puesta en sus dispositivos móviles. La escena siguiente: parada de colectivos de la Plaza del Soldado, gente que espera, todos con la mirada puesta en su móvil. Suben al colectivo, la mayoría con la mirada en el móvil. Llegan a casa, en la mesa con el móvil; en la cama con el móvil. Esta conducta ya no llama la atención y se debe a un cambio profundo en las conductas ciudadanas, que atraviesa a todas las edades y condiciones socioeconómicas de la población.

La penetración de Internet y el acceso a los dispositivos móviles conectan a la sociedad las 24 horas. El teléfono, mensajes de texto, whatsapp, redes sociales, las cuentas de correos electrónicos, los diarios y “el mundo en la red de redes” ya están en la mano o en el bolsillo. La vida es aquí y ahora, pero también es en Facebook, Twitter o Instagram. Por ello es habitual observar en el paisaje urbano santafesino a los ciudadanos con la mirada puesta en el móvil. Las fotos, videos, textos y emoticones llegan y salen a toda hora. Y el tiempo del día en el que la atención está puesta en “ese aparatito” es cada vez mayor.

Al indagar sobre el fenómeno social, el profesor en Ciencias de la Educación Pablo Bongiovanni dice que “la hiperconexión produjo una transformación de las redes sociales. Esto puede tener consecuencias buenas y malas, y otras que todavía desconocemos. El punto es saber cómo participamos socialmente, ya que los medios digitales transformaron el modo de socialización, entendido éste como la forma de participación social, no como la conversación con otro, sino cómo nos insertamos en la sociedad”, explica este especialista en Tecnologías de la Información y Comunicación (TICs) de la Universidad Católica de Santa Fe.

Para el psicólogo Mariano Dicosimo (Universidad Nacional de Rosario), “disponemos de más herramientas para estar conectados con más personas, pero seguimos teniendo el mismo tiempo o menos que antes, según dice este profesional que trabaja en el área de problemática comportamiento infantil. Y agrega en el mismo sentido: “El resultado es la degradación de las relaciones que antes se llevaban la mayor parte del tiempo, que son las familiares. Y como resultado de esa degradación, se deteriora la autoridad de los padres, lo cual desencadena en inseguridad y confusión en los niños, quienes buscan a través del mal comportamiento conocer cuáles son las reglas que deben seguir”.

Ser social

Bongiovanni explica sobre los cambios sociales que produce la vida hiperconectada: “Antes de la masificación del acceso a Internet, el modo de socialización era del tipo escolar. Las personas se abrían al mundo y adquirían conocimientos, herramientas e intercambio social en la escuela. Si una persona no iba a la escuela estaba, en este sentido, socialmente marginada. Hoy los especialistas hablan de una modificación determinante. Con la hiperconexión, la modalidad de participar socialmente ya no es la escolar. Con el uso de la tecnología, los medios y redes digitales las personas participan socialmente. Es más, aunque el sujeto esté desconectado participa igual como los demás. Sus datos, fotos, tienen existencia real en la red. En este escenario, no basta con la familia y con la escuela; para socializar de forma real, completa y concreta hay que ser dominador de los medios digitales, y para ellos hay que estar hiperconectado; es la forma de inserción social”.

Ernesto Meccia (sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, profesor en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional del Litoral) asegura que “no estamos preparados del todo (para asimilar estos cambios) aunque cada vez lo estamos más”. Y argumenta: “No dudo que estamos presos de algo así como de un estado de ‘sobrecarga cognitiva’ pero pienso que ello irá deflacionando con el tiempo. Creo que la gente se sentirá menos ansiosa, interrogándose sobre cómo puede utilizar las TICs y se concentrará en las que más le interesa”.

Saber desconectar

—Bongiovanni, ¿qué sucede cuando alguien que está cara a cara con vos no responde porque su atención está en su dispositivo móvil?

En Silicon Valley (EE.UU.), que es la meca de la tecnología de la comunicación y la industria informática, se abrieron desde hace unos años atrás escuelas que ofrecen una modalidad de educación con “desconexión”. Es decir que muchos de quienes trabajan en la industria envían a sus hijos a escuelas alejadas de todo tipo de pantalla. Buscan abrir así un espacio para otra comunicación. Debemos preguntarnos entonces por qué sucede esto. La respuesta es porque el aprendizaje de la hiperconexión ya está naturalizado y hay que enseñar a desconectar.

Nosotros todavía estamos en busca de saturar de tecnología las escuelas y allá van por el camino inverso. Primero hay que bucear en cómo usar de manera inteligente esa hiperconexión, que se aprende de forma natural y nos atraviesa. En un contexto sociocultural como el nuestro, hay que practicar una desconexión inteligente: enseñar a conectarte de manera inteligente: cuándo conectarte y cuándo no.

En el mismo sentido, Dicosimo dice: “Una posible estrategia es realizar pequeños pactos para resguardar momentos familiares: no celular en almuerzo y cena, no encerrarse con el celular en las habitaciones -para evitar aislamiento y que los padres puedan tener noción del tiempo que se conectan los chicos-, no celulares hasta luego de hacer los deberes de la escuela. También se debe pactar con la pareja, porque la conectividad nos acerca a las personas que tenemos lejos, y nos aleja de las que tenemos cerca”.

Trastornos

—Meccia, ¿este fenómeno afecta a todos o los “nativos digitales” lo viven de otra manera?

—¿Los nativos digitales de cuándo? Creo que sería una expresión más adecuada, porque es tal la aceleración de la incorporación de las TICs en la vida cotidiana que ya podríamos hablar de “nativos digitales” de primera y última generación. Así, trato de sugerir que aún entre ellos, tecnológicamente considerados, puede existir lo que se llama “brecha digital”.

—Dicosimo, ¿qué repercusión emocional puede tener la hiperconexión?

— Al estar hiperconectado uno tiene acceso a la pertenencia que genera participar de muchos grupos y afianza, acelera relaciones de forma positiva. La otra cara es que genera mucha ansiedad. Cuando no estás con el celular y querés saber algo, esperás un mensaje, una novedad, y estás de forma presente con otro, entrás en un estado ansioso. Por otra parte, tener más canales de comunicación abre la posibilidad a más conflictos interpersonales. Al ser canales escritos suscita interpretaciones mucho más amplias. Uno cuando habla emite señales de voz, gestos, que sirven para interpretar. En cambio en los textos el interlocutor muchas veces no comprende y puede malentender, malinterpretar, y crea conflictos. También puede ocurrir con una foto que se comparte. Muchos publican con carga emotiva de odio u otros sentimientos, y no miden lo que ocurrirá.

¿Qué sucede con quien se aleja de la hiperconexión?

Pablo Bongiovanni

Esa decisión es entendida como una forma válida de rebelión. No estar en red es ser el nuevo hippie, que busca estar fuera del sistema y dice que no le importa lo que hace la masa. Ahora, el eje en este sentido está en comprender que por más que decida no utilizar las redes sociales, más allá de mi voluntad, sigo existiendo y tengo entidad. Esto no se puede controlar, está fuera de mi voluntad. Entonces hay que comprender qué es lo público y lo privado, y actuar en consecuencia. Es decir, aunque no esté en Facebook, estoy presente en las redes porque se me menciona o se publican fotos en las que aparezco. ¿Cómo controlo lo que se dice de mí y los datos que se publican? Mucho de ello es incontrolable. Aunque puedo tomar decisiones sobre mi privacidad para tener cierto control. Antes del libre acceso a Internet podía decidir mi privacidad, era dueño de esa decisión. Ahora todo cambió. Tenemos que decidir qué queremos que sea privado y ver la forma de lograr que ello no aparezca en las redes sociales. Si se desconoce la lógica y el funcionamiento de las redes sociales uno cae en su propia trampa, y el objetivo está hackeado. Para ello es necesario conocer las herramientas, por más que se decida no utilizarlas.

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“Primero hay que bucear en cómo usar de manera inteligente esa hiperconexión. En un contexto sociocultural como el nuestro, hay que practicar una desconexión inteligente: enseñar a conectarte de manera inteligente: cuándo conectarte y cuándo no”.

Pablo Bongiovanni

Profesor en Ciencias de la Educación

“Otra vez son los jóvenes los destinatarios de las críticas”

Ernesto Meccia

(sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, profesor en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional del Litoral)

Nada es natural ni tiene que tomarse con naturalidad pero deseo distanciarme de un conjunto de opiniones catastróficas y despectivas respecto del uso de las TICs. Muchas me parecen críticas tontas y moralistas.

Crítica tonta: resulta que tardás más o menos una hora en llegar a tu trabajo y, mientras tanto, parado en el colectivo, mirás la pantalla de tu celular. Fijémonos unas imágenes que aparecen en Facebook que muestran a todos los pasajeros mirando el celular y a uno solo leyendo o mirando otra cosa, clara imagen que pretende significar “alienación”. Me pregunto: ¿no es tonto pedirle a la gente mientras pierde el tiempo en el transporte público que mire el techo del colectivo? ¿o las caras de los demás, tan de dormidos como la suya?

Crítica moralista: las TICs suponen circulación de información que, en algún punto, los usuarios pueden administrar sin ninguna tutela. Implican, en este sentido, una desregulación de las fuentes y la gestión de la información. Mucha de esa información se relaciona por ejemplo, con el sexo, la sexualidad y las vivencias íntimas. Bien, la mayoría de quienes critican este uso de las TICs son los mismos que se oponen a que por ejemplo se hable de educación sexual en las escuelas. Sus críticas, entonces, no me parecen creíbles.

Por otra parte, creo que una parte significativa de la Psicología y de las Ciencias Sociales tiene mucho apego a la filosofía del tango, es decir, ven muchos de los nuevos fenómenos culturales con nostalgia de algo pasado que habría sido mejor. Y así no pocas veces siembran pánico: en su momento fue sobre el cine, luego sobre la televisión, luego sobre la aparición del VHS. No me gusta pensar las cosas así. No soy tecnofóbico. Sencillamente, trato de ver qué hace la gente con la tecnología. Y, si nos ponemos a ver, veremos que hacen cosas buenas y de las otras.

Sin embargo, los opinólogos ya han inventado términos que patologizan a los usuarios: por ejemplo la “nomofobia” (por no mobile phone phobia) que sería la enfermedad de sentir pánico a no estar conectado, o “tecnostress” o el “síndrome de la vibración fantasma”, cuando el usuario de las TICs creen que vibra el celular en el bolsillo del pantalón cuando, en realidad, no sucede. Otros estudiosos hablan de “hipo-sociabilidad”: Internet y las TICs -con sus tentáculos- te sacarían de la vida social.

Afortunadamente, en paralelo, otras investigaciones están demostrando que las TICs en realidad, se “adaptan” a las características previas de las personas: si antes eras solitario, con Internet encontrarás una nueva forma de serlo. Si antes tenías un millón de amigos, con Facebook tendrás el doble. Gran dato para hacer notar: otra vez son los jóvenes los destinatarios de las críticas. ¡Basta de estigmatizar a la juventud!

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“No dudo de que estamos presos de algo así como de un estado de ‘sobrecarga cognitiva’ pero pienso que ello irá deflacionando con el tiempo. Creo que la gente se sentirá menos ansiosa, interrogándose sobre cómo puede utilizar las TICs y se concentrará en las que más le interesa”.

Ernesto Meccia

Sociólogo y doctor en Ciencias Sociales