Preludio de tango

“Tengo miedo”

“Tengo miedo”
 

Manuel Adet

Todo está preparado para que salga bien. Un poeta como Celedonio Flores, un compositor como José María Aguilar y un tango como “Tengo miedo”. Si a ello le sumamos las voces de Carlos Gardel o, por ejemplo, Alberto Vila, el placer es completo. “Tengo miedo” se escribió en 1928. A esa altura de la historia Celedonio Flores ya era uno de los letristas consagrados. Había comenzado en 1920 con “Margot”, pero su hora más gloriosa se produjo en 1923 cuando Gardel estrena “Mano a mano”. Después vinieron “Milonga fina”, “El bulín de la calle Ayacucho”, “Gorriones”, “Viejo coche”, “Audacia” y “Muchacho”.

Por lo tanto, para 1928 Celedonio Flores era una garantía de calidad. El garante en este caso era Carlos Gardel, alguien que siempre demostró una particular sensibilidad para descubrir letristas talentosos. Al nombre de Celedonio Flores, habría que sumarle, por ejemplo, Enrique Santos Discépolo, Enrique Cadícamo o García Jiménez, por mencionar los más consagrados.

En 1930, “Tengo miedo” participó en lo que se conoce como “Los cortos de Carlos Gardel”. Se trata de una serie de filmaciones producidas en 1930 por Federico Valle y dirigidas por Eduardo Morera. Son diez cortometrajes -eran quince, pero cinco se arruinaron- y entre ellos se destacan “Viejo smoking”, “Yira yira”, “Rosas de otoño”, “Mano a mano”, “Canchero”, “Padrino pelao”, “Enfundá la mandolina” y, por supuesto, “Tengo miedo”.

En el tango que nos ocupa, la filmación se realizó en el mes de octubre de 1931 y se estrenó en el Teatro Astral el 3 de mayo de 1931. Las guitarras que acompañan a Gardel en la ocasión son las de José María Aguilar, Ángel Domingo Riverol y Guillermo Barbieri. Gardel en la ocasión está impecable con su pinta y su talento. Todo es genuino, menos el Gardel guitarrista, pero a él le podemos permitir esa licencia y muchas más.

Sobre esos cortometrajes, corresponde decir que para los historiadores del cine nacional fueron los que inauguraron el cine sonoro. En el tema, el rol de Federico Valle fue decisivo. Nació en Italia y aprendió cine al lado de los hermanos Lumiere y George Melíes. Valle llegó a la Argentina en 1911. Para completar la información, digamos que el sonido estuvo a cargo de Ricardo Raffo y la fotografía corresponde a Antonio Merayo y Roberto Schmudt.

“Tengo miedo” está en el repertorio de muchos tangueros. Me importa destacar a dos grandes de la lista: Julio Sosa y Alfredo Belusi. Demás está decir que las dos interpretaciones son excelentes. El “Negro” Belusi grabó este poema con la orquesta de Osvaldo Requena; Sosa lo hizo con Armando Pontier y Enrique Francini. La historia de esta relación de Sosa con “Tengo miedo”, merece contarse.

Apenas llegado a Buenos Aires, Sosa -o Venturini- empieza a ganarse la vida en un cafetín de Chacarita que respondía al nombre de Los Andes. Una noche pasa por allí el compositor Raúl Hormaza. Apenas lo escucha a ese pibe flaco y larguirucho se da cuenta de que acaba de descubrir a un cantante excepcional. De Los Andes, Sosa pasa al cabaret Picadilly donde actúan periódicamente Francini y Pontier. Le toman una prueba por supuesto. Pontier le pregunta qué prefiere cantar. Sosa responde: “Tengo miedo”. ¿El tango de Flores o es que vos estás muerto de miedo?, le responde el maestro.

O sea que “Tengo miedo” le abrió a Sosa las puertas de la fama, porque a partir de esa noche Sosa se transformó en la estrella de una de las grandes orquestas de Buenos Aires.

“En la timba de la vida me planté con siete y medio/ siendo la única parada de mi vida que acerté/ yo ya estaba en la pendiente de la ruina sin remedio/ pero un día dije planto y ese día me planté”. Nada nuevo bajo el sol en la primera estrofa. El personaje que a cierta edad está de vuelta de todo ya era conocido en la poética tanguera. La diferencia no es el tema, sino la manera de expresarse del Negro Celedonio Flores, esa relación que establece entre la vida y la timba, también presente en ese otro tangazo que se llama “Cuando me entrés a fallar”: “Cuántas veces con un cuatro a un envido dije quiero y otra vez me fui a baraja sobrando con treinta y tres”. O en “Muchacho”: “Y no sabés que es secarse en una timba y armarse para volverse a meter”. ¿Y por qué no recordar del mismo autor “Pa lo que te va a durar”: “Vos sos el que no tiene temores cuando juega/ vos sos a quien ninguna mujer lo despreció/ vos sos el que no pide vos sos el que no ruega/ vos jugás por derecha habiendo banca o no”.

Sigamos con “Tengo miedo”. Los siguientes versos giran alrededor de la presentación del personaje. “Yo dejé la barra rea de la eterna caravana/ me aparté de la milonga con su rante berretín/ con los triste de mi noche hice una hermosa mañana/ cementerio de mi vida, convertido en un jardín”. Todo bien. El hombre está muy seguro de sí mismo. Se acaba de dar cuenta del vacío de su vida y de la necesidad de cambiar: Flores a todo esto lo dice a su manera. “Garsonier, carreras, timbas, copetines de viciosos/y cariños pasajeros, besos falsos de mujer/ todo enterré en el olvido del pasado bullicioso/ por el cariño más santo que un hombre puede tener”.

Y acá volvemos a uno de los lugares comunes más deplorables del tango: el personaje descubre a la santa viejecita y allí residen la virtud y el amor verdadero. Se trata, por supuesto, de la madre. Nada que decir contra ella, pero en el tango el recurso de la madre apela a la lágrima fácil o a ese sentimentalismo que, como ya lo dijera en otra ocasión, suele ser un fracaso del sentimiento.

Pero “Tengo miedo” no concluye allí. El retorno a la madre es apenas el punto de partida, porque este hombre tan sabio, tan prudente, tan viril, en realidad tiene miedo. No es el coraje o la virtud lo que lo empujó a abrirse del pecado, sino el miedo. Es raro. Un hombre acosado. Esa parece ser la triste realidad de nuestro personaje. No se trata del varón abandonado por una mujer. Al revés. Él fue quien abandonó, pero no lo hizo por piola sino porque tiene miedo. El hombre no amenaza, no se enoja, suplica y no suplica amor, suplica que ella lo deje.

“Te suplico que me dejes, tengo miedo de encontrarte/ porque hay algo en mi existencia que no te puede olvidar/ tengo miedo de tus ojos, tengo miedo de besarte/ tengo miedo de quererte y de volver a empezar”. Repito: es raro. El hombre no puede disimular que está enamorado, pero ese amor no es fácil porque ese amor -no lo dice, pero lo sugiere- amenaza con arrojarlo otra vez a las cloacas de su existencia.

Nosotros no sabemos nada de esa pareja. Ignoramos quién es ella, si es santa o pecadora, ignoramos cómo se conocieron y por qué se separaron. Lo que sabemos, y eso justifica el poema y le da un tono singular, es que nuestro héroe tiene miedo:

“Sé buenita no me busques, apartate de mi senda/ tal vez en otro cariño, encontrés tu redención/ vos sabés que yo no quiero, que mi chamuyo te ofenda/ es que tengo mucho miedo que me falle el corazón”. Perfectas las dos últimas estrofas. Perfectas y originales. Además, con final abierto. ¿Volverá ella? ¿Se reanudará la relación? ¿Se redimirá con él o con otro? ¿Por qué no pensar que la continuidad de este tango es “Volvió una noche”?, también interpretado por Gardel y Sosa o “Paciencia”. ¿Por qué no pensar, en definitiva, que el tango cuenta en el universo del mito una única y exclusiva historia, uno de cuyos fragmentos es el que acabamos de disfrutar?