Una olla a presión

Las manifestaciones agropecuarias a lo largo del país expresan una realidad de quebranto para todos los sistemas productivos. El fantasma de la 125 sobrevuela por los campos de la Argentina.

Federico Aguer

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Una vez más, las bases agropecuarias salieron a las rutas, instando a las entidades gremiales a sumarse al reclamo y otorgarle respaldo institucional a la bronca, la impotencia y el desánimo que cunde tranqueras adentro.

“Estamos mucho peor que en 2008”, nos dijo en la boca del túnel Jorge Chemes (titular de FARER), en referencia a que el alto grado de endeudamiento y desfinanciamiento hacen imposible cualquier sistema productivo. Juan Eheverría (de la Federación Agraria) fue un poco más lejos, y pidió “las mismas condiciones crediticias que este gobierno le otorga al imperialismo chino en la Argentina”. Nada más, nada menos.

El pedido del campo ya parece una redundancia: implementar un plan de salvataje del Banco Nación, modificar el esquema de retenciones (eliminando las del trigo y maíz), normalización del comercio de granos, flete subsidiado, eliminar impuestos del gasoil para la producción, mantener la unidad de la Mesa de Enlace, continuar con las movilizaciones y un cese de comercialización por 45 días.

Del lado oficial, el silencio parece ser la única respuesta, la que se agrava por el cinismo reflejado en los anuncios por la reapertura del mercado cárnico de EEUU, que -dicho en este contexto- suena más bien a una incitación. Para lograr los dólares prometidos en concepto de divisas, los mismos funcionarios que destruyeron la cadena de carnes con más potencial del mundo deberían explicar cómo lo lograrán.

El inminente quiebre de la cadena de pagos en el interior requiere que la política tome cartas en el asunto para evitar que la violencia la reemplace como medio de negociación. La olla está silbando, y para que no vivamos lo mismo que en 2008, sería prudente bajarle el fuego a la hornalla.