Ruta 40, camino de vientos y silencio

Ruta 40, camino de vientos y silencio

Objetivo de este viaje: aislarse, desconectarse, desenchufarse, encontrarse, respetar los tiempos de la mente y el cuerpo, desaparecer un poquito. La Patagonia es el lugar adecuado para lograrlo, donde todo es tiempo y espacio eterno.

TEXTOs Y FOTOS. REGINA CANDEL MARTÍNEZ.

 

Salimos una mañana de febrero desde casa con tranquilidad. Teníamos un poco más de un mes por delante de incertidumbres y aventuras por la tierra de lo lejano y lo desconocido. Auto listo y de pronto notamos que cada vez llevamos más cosas. ¡Tan diferente iba a ser este viaje a aquel que hice en 2002 de mochilera! Que no falte nada para recorrer la preciada Ruta 40.

La primera noche, luego de 1.200 km y 16 horas de auto, la pasamos en el hotel de ruta de Casa de Piedra. La noche fue perfecta. Descansados y bien desayunados, salimos hacia Bariloche para hacer noche en Colonia Suiza. Ya con los pies y las ruedas en la Patagonia se comenzó a sentir poco a poco otro aire, tierra rala, aroma a frutos rojos y a ripio. El camino fue inmejorable, con algún que otro camión que nos hacía bajar la velocidad a 40. El paisaje ya prometía, con El Chocón a la izquierda y Piedra del Águila cerca. Finalmente llegamos a Bariloche. Paramos en la estación de gas con mejor vista del mundo: el azul del Nahuel Huapi en su inmensidad mezclado con algunos picos nevados de fondo, entre ellos el Cerro Catedral.

Esa noche armamos campamento en el camping de la playa de Colonia Suiza. Lamentablemente, la música de nuestros vecinos nos acompañó hasta las 5 de la mañana y no nos dejó dormir. Hay gente que no sabe escuchar cuando la Patagonia le habla.

La segunda parada fue en El Bolsón, luego de parar en los lagos Gutiérrez y Guillermo a tomar mates y de una cerveza Berlina en un parador de El Foyel. Tengo una conexión especial con El Bolsón ya que era el lugar elegido por mi abuelo para llevar a mi papá a pasar las vacaciones de verano. Allí estaban dos meses parando en una hostería que aún los recuerda. A mi abuelo nunca llegué a conocerlo; por eso fue raro ser reconocida como la nieta de Candel López.

Seguimos viaje rumbo a Lago Puelo. Fuimos a la playita donde mi papá solía ir todos los veranos. Desde el tronco que aún se ve dentro del lago, él y sus amigos se tiraban y jugaban a ser marineros o piratas. Lo imagino a mi abuelo mirando a Danielito desde la orilla. Dejamos recuerdos imaginados de lado y seguimos. El camino nos hizo pasar por Cholila y, finalmente, el Parque Nacional Los Alerces. El camping que elegimos nos sorprendió con un espacio al lado del lago y rodeado de arrayanes. Un fogoncito y las estrellas para terminar otro día de camino por esta Patagonia inmensa.

Al siguiente día almorzamos en Trevelin, pueblo hermano mellizo de Gaiman por sus antepasados galeses. Uno en cada extremo de la Patagonia. Aquellos pobladores nuevos que se animaron a más, se movilizaron hacia la zona de la cordillera y fundaron Trevelin, que uno nunca sabe dónde acentuar para pronunciar. Desde allí salimos despacio hacia el sur con destino a Río Mayo.

EN CAMINO

Ya tenemos a la Ruta 40 como guía. Nos da mucha curiosidad ver qué sigue, cómo se va a dejar dominar esta ruta mítica que no quiere ser menos que la misma Cordillera de los Andes y que por eso decidió acompañarla de sur a norte. Es raro cómo el km. 0 está -en realidad- en Cabo Vírgenes, sobre el Océano Atlántico, como si un imán la hubiera desviado hacia la cordillera y ya nunca más se hubiesen podido despegar.

Sentimos que aquí empezaba el camino desconocido, aquel con el cual expedicionarios y aventureros soñaron y Francisco P. Moreno como mayor representante y figura destacada a lo largo de toda la ruta 40. Hay un pueblo, un Parque Nacional y un glaciar con su nombre.

Pasamos por Tecka. Paramos en la estación YPF donde había una larga cola para cargar nafta. A partir de aquí comienzan a escasear las posibilidades de llenar el tanque. Parte de la organización del viaje consta en tener bien en claro dónde están las estaciones de servicio y si la carga que hacemos va a ser suficiente para el trayecto siguiente. En varios recorridos tuvimos que llevar nafta en un bidón extra.

Kilómetro a kilómetro vamos entrando en La Patagonia. Ya estamos en Santa Cruz. Nos recibieron guanacos y choiques en la ruta. Al aproximarnos al Lago Buenos Aires, ya en Los Antiguos, sentimos que estábamos al lado del mar. Era tanto el viento que parecían olas de surf que se acercaban a la orilla del lago. Nos asustamos un poco con la idea de acampar,así que conseguimos una cabaña económica.

PAISAJES Y RECUERDOS

Las vistas de la montaña nevada mezclada con meseta, lago y río aturden por su belleza. Si algo envidio de estos lugares es la tranquilidad con la que vive la gente. Puertas abiertas, no hay rejas, las bicicletas en la calle y sin candado. El otro lado de la moneda es el clima que agota. Viento constante, eterno compañero de este paisaje erosionado. Es maravilloso lo que la mano del pionero ha conseguido. Con árboles y un buen aprovechamiento del agua para riego lograron chacras donde se cosechan kilos y kilos de cerezas para exportación y grandes espacios verdes. Vida dura. Gente sonriente. Combinación rara para lo que estamos acostumbrados. De todo se aprende.

Listos para salir. Auto cargado, tanque lleno, mapa a mano para recorrer los 120 km. que separan Los Antiguos de Lago Posadas por el camino interno, conocido como el Camino del Monte Zeballos. Fue entrar a una dimensión paralela, vimos 4 camionetas en dos días, los costados del camino no dejaban de mostrar rarezas, una al lado de la otra, como si uno pasara por varios lugares diferentes del mundo, todos concentrados en unos pocos kilómetros.

Pasamos una noche a mitad de camino. Armamos carpa, fogón y cocinamos. La noche no nos trató muy bien hasta las 2 de la mañana, hora en que finalmente calmaron los vientos y la naturaleza nos dejó descansar. La mañana fue mágica. Nos levantamos con un sol calentito sobre la carpa, el sonido del río corriendo, las aves cantando y las montañas gigantes rodeándonos. Disfrutamos de una caminata, armamos todo y salimos hacia Lago Posadas (o Hipólito Yrigoyen, como aún aparece en los mapas). Es un pequeño pueblo a 80 km. de ripio por la Ruta 40. Desde aquí se sale a recorrer los Lagos Posadas y Pueyrredón. Llegamos agotados al pueblo y con tierra en todos lados. Un buen baño y una buena cena en una posada nos relajaron.

Pasamos dos días al lado del Lago Pueyrredón, en un camping. Silencio. Silencio es lo que finalmente encontramos. En las playitas donde hicimos paradas a comer o sólo a juntar piedritas de los más variados colores. Silencio en la bajada al Arco de Piedra, formación rocosa en medio del Lago Posadas. Silencio e inmensidad en el Cañón del Río Oro, donde uno se recuesta sobre una piedra y mira hacia abajo para encontrar el río corriendo a 100 metros bajo nuestras narices. Es indescriptible la sensación. Ni siquiera sacamos fotos. No tenía sentido ya que sólo iba a estropear el real recuerdo del lugar. Silencio armando nuestra carpa al lado del lago. Silencio frente al fogón con un vino tinto de compañía. Silencio en los atardeceres perfectos donde el sol pegaba contra las montañas y las teñía de cálido. Silencio mientras leía un libro y tomaba un mate. Silencio: te fuimos a buscar y te encontramos.

DE CUEVAS Y LEONAS

Salimos de Lago Posadas hacia la Cueva de las Manos. Dormimos en una estancia desde donde sale un camino de ripio de 20 km. y un trekking de 45 minutos para llegar a la central de guías de las cuevas. Es un paseo más que interesante.

Partimos a la mañana siguiente hacia el Parque Nacional Perito Moreno, uno de los que recibe menos cantidad de visitas al año, a 70 km. desviándose desde la Ruta 40 por camino de ripio. En invierno suele pasar que los guardaparques se quedan aislados por la nieve que hay en el camino. El paisaje nos siguió regalando momentos íntimos con guanacos, liebres y choiques corriendo al costado de la ruta y escapando de nosotros. Fueron dos días de camping libre en el parque.

Viento, viento, viento y más viento constante. Las caminatas se disfrutaron más cuando estábamos entre dos montañas, protegidos. No vimos ni huemules ni pumas. Pero la chance de ver a cualquiera de los dos eran reales y por eso nos manteníamos siempre alertas con la cámara preparada. Dejamos atrás el parque.

EL ÚLTIMO TRAMO

La próxima parada fue en Gobernador Gregores. Llegamos muy cansados y sucios de los dos días de casi no dormir y de no bañarnos. Conseguimos alquilar una cabaña donde pudimos descansar, recuperar fuerzas para el último tirón de esta parte del viaje que concluiría en El Chaltén.

Viajamos desde Gregores hasta el Parador La Leona, que queda a 120 km. de El Chaltén. Supuestamente le pusieron este nombre a fines del siglo XIX recordando cuando Francisco P. Moreno fue atacado por un puma en la zona. Fue paso de los laneros que debían llevar su producción en carretas hasta el puerto sobre el Atlántico. Fue estancia de Butch Cassidy y su patota antes de tener que escapar hacia Chile por el robo al banco de Río Gallegos. Fue el paso y hogar de grandes alpinistas que se animaron al Cerro Torre, al lado del Fitz Roy, considerado una de las cimas más difíciles del mundo.

A la noche llegó un nuevo acampante: Francois. Francés. Ciclista. Muy bien equipado. Armó su carpa de kilo y medio y sacó todo lo necesario para cocinar fideos con atún. Se sumó a la charla y nos aceptó una cerveza. Nos contó de un viaje a Botsawa, África, donde escuchó desde su carpa cómo varios leones atacaban a una hiena a solo metros del lugar. También nos contó de un viaje en velero con su esposa e hijas. Se quedaron dormidos y chocaron. Perdieron todo. Tuvieron que pasar unos días en una isla desierta hasta que encontraron a unos pobladores. A los pocos días volvieron a casa. Nos contó también del viaje a Patagonia. Lleva 2.400 km. de pedaleo, día tras día, la mayoría solo. Nos contó finalmente que había optado por este viaje luego de la muerte de su esposa. Ella tenía 67 años. Él tiene 70. Me había olvidado de mencionar este detalle. La vida pasa rápido, pero cuando hay camino recorrido parece mucho, muchísimo más larga.

* * *

Final del viaje. Se ve el Fitz Roy nevado desde la ruta. Llegamos a El Chaltén. En estas tierras, Argentina usa guardapolvos blancos y tiene como juguete de cabecera el soldadito de plástico verde. En estas tierras, Argentina no tiene rejas ni puertas de seguridad. En estas tierras, Argentina parece otra.

HISTORIAS

• A la gente le gusta contar historias, las propias y las de otros. Estoy sentada sola en la plaza del pueblo, un hombre se me acerca de a poquito. Quería contarme cómo había cambiado su vida. Se jubiló y se vino de Adrogué a este pueblo. Se construyó la casa, “y que ahora me vengan a visitar los nietos”.

Una profesora de inglés decidió cambiar rotundamente su vida. Se vino con 45 años y sus hijos a cubrir el puesto de teacher que tenía la escuela secundaria. De cobrar 4.000 pesos pasó a un básico de 10.000, sin contar antigüedad ni zona desfavorable, y pasó de tener 300 a 25 alumnos.

Ruta 40, camino de vientos y silencio

Los guanacos, fieles compañeros de ruta por Santa Cruz.

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Una de las tantas postales que la Patagonia regala al viajero.

EL CACIQUE INACAYAL

En Tecka está el mausoleo del cacique Inacayal y toda su familia. Él y su gente tuvieron una vida de guerreros apoyando al Estado argentino, hasta que fueron menospreciados y echados de sus tierras. Los mandaron a Buenos Aires como ganado a cumplir roles de servidumbre.

Francisco P. Moreno les regaló al menos un poco de decencia llevándolos a trabajar al Museo de La Plata. El cacique falleció lejos de su tierra. Sus restos fueron trasladados después de muchos años y enterrados finalmente en Tecka.

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CONTACTO

Regina Candel Martínez: e-mail: [email protected]; en Internet: www.uniendo-caminos.blogspot.com.ar.