OCIO TRABAJADO

La final imaginaria

La final imaginaria
 

Estanislao Giménez Corte

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I. ¿Nación?

Escribo este texto un día antes del partido del sábado entre Chile y Argentina. Se va a publicar, sin modificaciones, un día después: hoy, domingo (digo “hoy, domingo” un viernes: este berretín de la escritura permite el despliegue elástico del tiempo, comprimido y dilatado al antojo mismo de esta mano). Es una final. O, perdón, fue una final. Pero es, fue y será más que eso. Son dos países, digámoslo con elegancia, recelosos uno del otro. No debería ser. No debería confundirse. Pero, inevitablemente, el fútbol entre nosotros (“hermanos” para la corrección de la verba política) se deja cooptar, se deja seducir, se deja envenenar por recónditas cuestiones distorsivas (nacionalistas, racistas, políticas, belicistas) que rechazamos de plano con gestos aparatosos aunque, en algún punto, si observamos algunos episodios, podrían comprenderse. Sobre el propio partido, entonces, sobrevuela el buitre; a su alrededor camina la hiena del concepto de nación en su más nauseabundo significado: la idea de nación como el de unos que repelen y expulsan a otros (iba a escribir “que odian”... y lo escribí, claro. Este berretín de la escritura nos permite estas licencias de lógica). Para peor, el énfasis belicista ha tenido, claro, acontecimientos muy reales y muy terribles. Y además muy recientes. El partido de mañana, el de ayer, que no sé cómo salió (este berretín nos permite estas pequeñas ironías) está precedido por tambores de otro tiempo, cuya percusión todavía mueve algunas cosas.

II. ¿Ficción?

Una de las leyendas de la literatura argentina, copiosamente registrada y detallada en el monumental volumen “Borges” (2006), de Bioy Casares, cuenta que los amigos se reunían varias veces a la semana, en muchos casos a cenar; y que, una vez concluida la cena, retirada a sus lecturas Silvina Ocampo, el dueto Borges-Bioy hablaba hasta bien entrada la noche (de literatura y de otros, con ánimo injurioso) pero, también, reía estrepitosamente. Ese “dialecto burlesco” entre amigos tuvo su forma paródico-humorística en algunos de los libros que publicaron juntos, bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq (“Seis problemas para don Isidro Parodi” -1942- y “Crónicas de Bustos Domecq” -1967-, entre otros). Uno de esos cuentos es sobre el fútbol -“Esse Est Percipi” (“Existir es ser percibido”)- y se adelanta notablemente muchas cosas que discutimos hoy mismo. Leamos este pasaje:

“—¿Debo deducir que el score se digita?

Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.

—No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores. ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.

III. ¡Imaginación!

Nosotros, argentinos, nos hemos criado con varios mitos oscuros sobre el cuerpo. Uno es que todos los países latinoamericanos nos odian (y que ello conlleva cierta razón de su parte). Una derivación es ésta: ese odio deviene de nuestra terrible egolatría. El uso político del fútbol tuvo en el siglo XX ejemplos bien brutales. Todo eso parece haber quedado atrás, en parte; menos las “partículas elementales” de la tensión entre nuestros países, que forma una suerte de estructura ósea que nos distancia. Pero aún así, podemos imaginar, con cierto tono lennoniano, que por fuera de las fronteras y de los países y de las historias de estos pueblos esto, como debiera, es, fue y será sólo un juego. Si nos permitimos ver al fútbol como ficción, como género dramático (tradición posiblemente iniciada por el citado e imaginario Bustos) o como algo real pero dentro de los límites de lo lúdico y del desafío físico y mental, entonces no importa demasiado el resultado del partido de ayer sobre el que escribo un día antes. Sólo fue, sólo debiera haber sido, sólo será (cuando suceda, en unas horas) un juego.

Un divertimento que, apasionadamente pero sin malicia, siguen (seguimos) millones. Y, si aceptamos esto, está bien que yo escriba sobre un acontecimiento que todavía no sucedió, porque nada de lo que hubiere de suceder podría modificar nada (este berretín de la escritura nos permite estas cándidas posibilidades: sortear, al menos por lo que dura suspendido un cuerpo en el aire, la áspera superficie de la realidad).