Politiquerías

De las anotaciones argentinas

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Caricatura de Witold Gombrowicz, por Mariano Betelú.

 

Por Witold Gombrowicz

Mi vecino de mesa, un alegre coronel, me indicó discretamente a un señor corpulento sentado junto a la señora de la casa.

—Es Neruda.

¿Neruda? ¿Pablo Neruda, el poeta chileno? Lo observé con toda la admiración que merecía.

Al comparar mi propia situación con la situación de ese bardo comunista, no puedo resistirme a la sensación de una terrible paradoja: mientras yo, digamos un simple burgués, instalado en el capitalismo y sin mayores perspectivas para convertirme en un luchador por el pueblo, vivo apenas mejor que un obrero, él, con su pico de oro lleno de revolución, cantor del proletariado, censor despiadado de los viles ricos y de la “explotación del hombre por el hombre”, tiene al parecer una residencia para quedarse boquiabierto y se revuelca en millones largos; y todo eso gracias precisamente a los cánticos proletario-revolucionario-ascético-heroicos. ¡Esto sí que es magia! El poema principal de ese dignatario del arte, arte rojo, titulado Canto General, justamente se está traduciendo entre mil sudores al polaco..., No hay como ser un poeta rojo en el podrido Occidente: se goza de una fama universal, también detrás del “telón de acero”, se gana un montón de pasta y encima todos los placeres de ese capitalismo podrido están a mano. Sin hablar de que una situación casi oficial te convierte en una especie de embajador o ministro.

* * *

Cerca del Obelisco encontré a una argentina conocida mía que acababa de visitar Polonia. Me alegré, ya que aquí no es nada fácil topar con un no polaco que haya pasado durante sus viajes por nuestro país, a excepción, por supuesto, de los comunistas o simpatizantes que realizan esa bella excursión gratis invitados por el gobierno o por uno de los organismos oficiales, sobre todo culturales, y que a la vuelta pagan el favor cantando loas en honor de todo lo que han visto. Me decía una pintora que uno de cada dos “maestros del pincel”, con tal de que demuestre previamente suficiente simpatía y tenga más o menos renombre en los ambientes artísticos, emprende tranquilamente unos viajes de varios meses a Rusia, a la China, a Polonia, y no sólo no gasta ni cinco sino que encima se trae valiosos regalos. ¿Cuánta pasta deben desembolsar anualmente los proletarios por esas idílicas visitas de los petulantes, cuya admiración está garantizada?

(De “Peregrinaciones argentinas”. Alianza Editorial, Madrid, 1987)

* * *

He aquí cómo se extravían en la realidad colectiva, como ésta se les vuelve fantástica, inaprehensible.

En Tandil conversé con el propietario de una hermosa casa, director de una empresa de cierta importancia, hombre de experiencia. Le pregunté: —¿Qué piensa usted? ¿Cuántos muertos habrá habido en Córdoba durante la revolución del 16 de septiembre?

—Veinticinco mil —me respondió después de pensarlo un poco.

En la ciudad de Córdoba tuvo lugar la única batalla de esta revolución, en la que tomaron parte dos regimientos de infantería, la escuela de artillería y dos formaciones militares más. La batalla consistió en un cambio de disparos, casi todos de arma ligera, y duró dos días. No se publicó el número de muertos, pero si hubo trescientos fue mucho... Y aquél me dice: veinticinco mil. ¿Veinticinco mil? ¡Horrible incoherencia! ¿Habrá pensado por un momento lo que significan veinticinco mil cadáveres?

Cuando en Goya (provincia de Corrientes) dije que el 16 de junio de 1955, durante el bombardeo a la Casa Rosada en Buenos Aires, habían muerto unas doscientas personas se me quedaron mirando como si estuviese loco. Según ellos no había habido menos de quince mil víctimas. ¡Quince mil! Me permití arriesgar la afirmación de que toda la revolución del año 55 no había costado, por fortuna, más que unos centenares de vidas y probablemente la mayoría a causa de accidentes automovilísticos (de gente que huía perseguida). Por lo que se ofendieron mucho.

En Santiago, un estudiante de derecho de la Universidad de Tucumán me aseguraba con la mayor seriedad que a los sudamericanos Freud no podía servirles de nada: “Pues es ciencia europea y esto es América”.

En Tandil le pregunté a un estudiante comunista de Bahía Blanca si había tenido alguna vez un momento de duda. Me respondió:

—Sí, en una ocasión.

Agucé el oído, persuadido de que iba a citarme los campos de concentración, el aplastamiento de Hungría o las revelaciones sobre Stalin. Pero no, pensaba en Kandinsky que había sido excomulgado, o simplemente distanciado, por hacer pintura abstracta. Era lo único, juzgaba, en que no estaba del todo de acuerdo...

¿Estupidez? No, no son estúpidos. Lo que ocurre es que el mundo que excede la concreción de la familia, la casa, los amigos, el salario, es para ellos arbitrario. Ese mundo no les opone resistencias. No castiga por el error y así el error se vuelve inofensivo. En fin, trescientos o veinticinco mil es casi lo mismo. En estas conversaciones son sibaríticos, prefieren que algo se diga agradablemente a que sea verdadero.

Ha llegado sin embargo el momento en que la Realidad ha enseñado los dientes. Así, en la Argentina, al cabo de diez años de despilfarro, de aumentos de salarios, de ampliación francamente irresponsable del aparato burocrático, de fabricación de papel moneda, apareció el fondo del bolsillo y estalló una crisis como no creo que haya habido otra en la historia del país”.

(De “Diario argentino”. Adriana Hidalgo. Buenos Aires, 2001)