Crónicas de la historia

Las elecciones del 24 de febrero de 1946

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Por Rogelio Alaniz

Después de la victoria política del 17 de octubre, el régimen militar presidido por el general Edelmiro Farrell decidió convocar a elecciones. No se sabe con certeza si Farrell fue un títere de Perón o un par político que le brindó todas las posibilidades para que desarrollara sus ambiciones, pero lo cierto es que desde octubre de 1945 cumplió al pie de la letra con la tarea de promocionar al candidato militar.

Farrell llegó al poder a principios de 1944 y le entregó el mando a Perón el 4 de junio de 1946, la fecha elegida en obvio homenaje al golpe de Estado de 1943, homenaje justo si se quiere, porque esa fractura institucional de objetivos confusos pero simpatías manifiestas por el Eje, fue la única en la historia argentina que logró imponer salida política y candidato propio.

Para fines de octubre, Perón estaba instalado como candidato, mientras que la oposición recién iniciaba sus lentos y exasperantes cabildeos para definir candidaturas. Y no sólo tuvo esa ventaja. La candidatura de Perón estaba avalada por el poderoso régimen militar y contaba con el apoyo de la Iglesia Católica, seducida por el discurso militar contra el divorcio y a favor de la enseñanza religiosa en las escuelas.

La resolución de los soportes políticos que sostendrían la candidatura del eufórico coronel fue una tarea más complicada. En principio, la candidatura de Perón estaba sostenida por el flamante Partido Laborista, nacido al calor de las jornadas de octubre de 1945. La otra estructura provino de la UCR. Allí, confluyeron radicales de Forja y disidentes de lo que se conoció como la UCR Cruzada Renovadora. Por último, se sumaron los centros independientes de filiación conservadora.

Laboristas, como radicales, fueron más una bolsa de gatos que una estructura disciplinada y orgánica. Las disputas internas por el poder incluyeron insultos, escenas pugilísticas y disparos. Nada nuevo en la Argentina de aquellos años, donde los políticos solían caminar con el revólver en la cintura. Pero en el caso que nos ocupa, esas refriegas internas fueron particularmente intensas, dato que Perón más adelante tendrá en cuenta a la hora de afianzar su autoridad.

Claro está que no hubo disidencias para definir la candidatura de Perón, pero la disputa se dio para definir la vicepresidencia, los cargos legislativos y las gobernaciones. El laborismo propuso como candidato al coronel Mercante, candidatura de compromiso, en tanto permitía zanjar las disputas internas entre los ambiciosos caciques laboristas.

Por su parte, el radicalismo pro peronista promocionaba dos candidaturas: Hortensio Quijano, dirigente radical correntino, y el santafesino Armando Antille. Sabemos que finalmente el candidato a vicepresidente fue Quijano. Para ello, la intervención de Perón fue decisiva. Es que para vicepresidente Perón prefería a una personalidad pintoresca pero inofensiva como Quijano, que un dirigente de garra como Antille.

Mientras tanto, desde la presidencia, Farrell hacía de las suyas. El primer tema a resolver favorablemente fue el de la fecha electoral. En principio estaba previsto el 7 de abril, pero en noviembre de 1945 Farrell dictó el decreto 28.959 que permitió adelantar los comicios cuarenta días. Según se sabe, el anticipo de la fecha nació como consecuencia de una discreta sugerencia de la diplomacia británica interesada en la victoria del peronismo. Fue el laborista inglés Ernest Bevin quien le señaló al canciller Miguel Cárcano los beneficios de la anticipación electoral. Verdadera o no la versión, lo cierto es que la modificación se dio con el objetivo de aprovechar el clima de euforia creado como consecuencia de las jornadas festivas del 17 de octubre.

El otro golazo de media cancha del régimen, se produjo a través del decreto 33.302 que otorgó el aguinaldo a los trabajadores. La medida, como era de prever, produjo la reacción airada del mundo empresario y la crítica de los principales partidos opositores que consideraban a la iniciativa como anticonstitucional y demagógica. Las cámaras empresariales convocaron a un paro patronal de tres días, una decisión que a Perón le vino como anillo al dedo para presentarse como el defensor de los bolsillos de los trabajadores. Las críticas de socialistas y comunistas a la oportunidad del aguinaldo también cumplieron el mismo objetivo. El “contubernio oligárquico-comunista”, como lo calificaba Perón, ahora parecía verificarse en la realidad.

Si alguna ayuda le hacía falta a Perón para proyectarse como candidato ganador, ésa se la dio Braden, el diplomático norteamericano al que Perón manejó a su gusto y placer. Braden en realidad estuvo algo más de tres meses como embajador, pero las torpezas cometidas con sus injerencias en la política interna se proyectaron a lo largo de toda la campaña electoral, torpezas que, dicho sea de paso, estuvieron a la altura de las cometidas por los principales líderes de la oposición, quienes permitieron que el embajador yanqui se identificara con ellos.

En la segunda semana de febrero de 1946 se publicó, con el auspicio de la embajada de los EE.UU., el famoso Libro Azul en el que se pretendía probar la afiliación nazi de Perón. El coronel acusó el golpe, porque para esa fecha las disidencias internas de los partidos que lo apoyaban eran más intensas. No obstante, en lugar de ponerse a la defensiva, decidió redoblar sus ataques contra sus declarados enemigos.

Para el cierre de la campaña electoral, es decir, para el martes 12 de febrero, un día lluvioso y destemplado, Perón produjo su discurso más impactante en contenidos y consignas. Sin exageraciones podría decirse que fue su hora más gloriosa. Dijo en ese discurso de alrededor de una hora y que, a diferencia de los otros, lo leyó e incluso se retiró del palco para facilitar esa lectura: “Lo que en el fondo del drama argentino se debate es un simple partido de campeonato entre la justicia y la injusticia social... no andamos muy lejos cuando decimos que debe facilitarse el acceso a la propiedad rural. Hay que evitar la injusticia que representa que treinta y cinco personas deban ir descalzas, descamisados, sin techo y sin pan para que un lechuguino venga a lucir la galerita y el bastón por calle Florida”.

La consigna “Braden o Perón” se extendió a lo largo del país prácticamente de la noche a la mañana. Fue una consigna que logró su objetivo, es decir, impuso una contradicción que los propios adversarios admitieron de hecho. Para el caso, poco importa saber si la consigna era verosímil o no. La gente la creyó y punto.

La victoria política de Perón se resolvió en esta suma de duelos. El peronismo pudo imponer las consignas, la agenda política y, sobre todo, logró colocar a su adversario en el lugar previamente asignado. También en la renovación discursiva, Perón sacó enormes ventajas. A los discursos formales, retóricos y pesados de la mayoría de los candidatos de la Unión Democrática, Perón contraponía giros populares, frases ingeniosas en las que incorporaba el humor y los guiños cómplices con el público. Conclusión, se hizo un picnic con sus rivales que nunca llegaron a entender las modalidades de la comunicación de masas.

Un tema quedaba pendiente de resolución por parte del naciente peronismo: la financiación de la campaña electoral. El peronismo disponía del Estado, pero no alcanzaba; tampoco alcanzaban los aportes de algunos empresarios, incluso los aportes asignados bajo cuerda por parte de la Cade, favorecida por el régimen militar juniano.

¿Y entonces? ¿Qué hacer cuándo la Sociedad Rural, la Unión Industrial y la Bolsa de Comercio financiaban sin disimulos a Tamborini?

La respuesta fue muy peronista. La plata la pusieron algunas empresas alemanas constituidas en la Argentina para blanquear capitales nazis. Los empresarios Ludwig Freund y Fritz Mandl dieron la cara y pusieron los billetes. No sé si Perón era afiliado nazi, pero sus amigos lo eran. También lo era su formación política, aunque el nazi-fascismo de Perón necesariamente debía adecuarse a un mundo donde Hitler y Mussolini habían sido derrotados. (Continuará)

El peronismo pudo imponer las consignas, la agenda política y, sobre todo, logró colocar a su adversario en el lugar previamente asignado.