De domingo a domingo

Y detrás la bandera decía “Zannini para la Victoria”

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La presidente encabezó, el jueves pasado, un acto en la Casa de Gobierno. Foto: DyN

Por Hugo E. Grimaldi

DyN

La presidente Cristina Fernández ha dejado una vez más en claro que, hasta el 10 de diciembre al menos, ella pretende seguir siendo una suerte de “Rey Sol”; seguramente, supone que si sus candidatos siguen ganando elecciones, tal como espera que suceda en Tucumán con holgura, su propia centralidad seguirá incorporando vitaminas que le sirvan de antídoto al apotegma peronista que conoce desde siempre y que desearía cambiar: el que gana conduce y el que pierde acompaña.

A dicho lema habría que agregarle una conclusión que tiene como antecedente las transiciones entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde y entre éste y Néstor Kirchner: el que conduce, traiciona. Y para evitar esto último es que probablemente ella no sólo manda a decir que en esta sociedad que armó entre pejotistas tradicionales y kirchneristas camporistas para entronizar la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini seguirá siendo la jefa, sino que lo expone sin tapujos en sus discursos cuando habla de la intocabilidad del “proyecto”.

Así, en su concepción, no hay fin de ciclo que valga y así lo dijo en un acto partidario que fue armado para pasar esos mensajes públicos por cadena nacional no sólo frente al candidato, sino también de cara a los gobernadores peronistas, de quienes sabe que se han juramentado, en el mismo sentido que Scioli y también dentro de los cánones del movimiento, acompañarla pero sólo “hasta la puerta del cementerio”.

Relato que pretende sepultar la realidad

Hoy, el menos interesado en patear el tablero es Scioli, ya que si su paciencia de aguantar y aguantar lo ha traído hasta aquí, el gobernador especula que bien puede esperar un par de estaciones más: las elecciones y de ganarlas, recibir la banda, el bastón y la lapicera.

No quieren confrontar antes, porque existen sobradas pruebas de que la presidente es quien hoy representa el arte de concebir la política como una herramienta que permite alcanzar y mantener el poder. La respetan, pero a la vez le temen por su modo de ser.

Sin embargo, lo que es bueno para medir la fortaleza política se diluye a la hora de contabilizar logros, sólo suplidos por un relato eficaz. Y eso se lo critican también en voz baja, a la hora de empezar a contabilizar lo que será “la herencia recibida”.

Cristina vive, transpira, expresa y hasta exhibe su poder con tremenda pasión, aunque muchas de sus actitudes y acciones a veces alcancen dimensiones patológicas o no se sepa muy bien por qué hace o dice tal o cual cosa, aun cuando parezca que algunas están ayudando a cavar su propia fosa. El caso de la defensa irrestricta de la política económica es emblemático, ya que con la negación de los indicadores fiscales, monetarios, cambiarios y de reservas que han generado desbarajustes monumentales en los precios, la pobreza, el empleo y el comercio exterior, la presidente utiliza un relato que intenta sepultar la realidad.

A la hora de analizar los porqué de tanto desparpajo hay un par de probabilidades a considerar, en primer término porque todo lo que viene sucediendo en materia económica podría llegar a ser un maquiavélico plan para envenenar la herencia del que sigue o bien porque la presidente no quiere dar el brazo a torcer y entonces no atiende los consejos de Axel Kicillof y le ordena un camino que lo emparenta con Martínez de Hoz y Cavallo.

Dale que dale, dale nomás

Una segunda hipótesis lleva a pensar que es ella la que compra a libro cerrado los argumentos del ministro, quien le dice “vamos bien” por cuestiones ideológicas o quizás porque no se atreve a confesarle toda la verdad, aunque es más que probable que su instrumental ya le esté indicando que tiene una montaña insalvable por delante y que a la corta o a la larga deberá rendir alguna cuenta.

Si se atiende a lo que siempre sostuvo Cristina sobre el predominio de la política sobre la economía, la respuesta estaría más por las primeras opciones que por la de un eventual diario de Yrigoyen, pero es bien sabido que a la presidente le importa demasiado no quedar mal y si no hay más remedio, entonces siempre tendrá algún argumento a mano para echarle la culpa a los demás.

En estos días, la admisión del titular del Banco Central, Alejandro Vanoli sobre las pocas reservas que hoy tiene en sus arcas para levantar el cepo, la cuchara que metió la ministra bonaerense, Divina Batakis en el mismo sentido y la posterior negación de Kicillof que calificó estas declaraciones puntuales como “operaciones mediáticas” hicieron acordar en mucho a enero del año pasado, cuando Economía devaluó, aunque luego dijo que había sido el mercado, algo en lo que supuestamente no cree el ministro.

Ni el asesinato de un “chico pobrecito”

Ni las muchas suciedades de la campaña, que han devenido en un muerto en el ultrapopulista y violento Jujuy, micromundo que ha contribuido a cristalizar el envío de fondos públicos nacionales, y ni siquiera los sucesivos traspiés de Scioli derivados de las inundaciones bonaerenses y de la comprobación práctica que las obras hídricas que encaró la Nación han sido al menos insuficientes, han privado a la presidente de armar también en estas cuestiones relatos ad hoc para decir lo que más le conviene.

En el caso jujeño dándole crédito “a la prueba documental” que señalaba que el “chico pobrecito” asesinado en San Pedro estaba afiliado “al Partido de la Soberanía Popular, el que lidera Milagros Sala y que pertenece a Unidos y Organizados”, que además “iba al colegio que tiene” la organización Tupac Amaru y que, por lo tanto “el militante radical no era militante radical”. Es decir, que la presidente compró todo el argumento de su aliada jujeña y se expuso a que luego la UCR, la familia y los amigos del joven lo mostraran fotográficamente trabajando en política para el radicalismo.

Más allá de haber quedado descolocada, Cristina aprovechó buena parte de ese discurso para golpear al radicalismo desde varias vertientes más, sobre todo por haber hecho alianza con el PRO.

Con cara dura y mirada perdida

En este sentido, sus cuatro discursos del jueves han dado muestras claras de tener como hilo conductor el famoso “el Estado soy yo” y le han dado suficientes señales al gobernador bonaerense a la hora de evaluar esas exposiciones. Más allá de la dureza de su cara y de la mirada perdida, mezcla de estupor y de enojo, que tenía Scioli sentado entre los demás gobernadores, seguro que tomó nota de cada una de las señales que le mandó la presidente. En primer término, que la televisión evitó darle primeros planos y que Cristina sólo lo nombró cuatro veces, pero no para elogiarlo o para solicitar que voten por él, sino para endilgarle que había sido “amigo” de Macri, a quien acusó de ser el generador de complots o beneficiario de la obra pública o de haber arreglado la absolución de un juicio con la Corte Suprema del menemismo.

Pero, además, dijo como al pasar que “el miércoles 5 ya estaban las inundaciones”, sabiendo que Scioli había viajado a Italia el 11, y acuñó la frase que más minimizó la figura del gobernador y candidato, porque lo bajó a la categoría de simple ejecutor y, de paso, advirtió que los enemigos pueden estar adentro: “Y también quiero decir que no hay una campaña contra Daniel Scioli, hay una campaña contra el Frente para la Victoria”. Luego, sin nombrarlo, desde los balcones volvió a comprometer sus eventuales decisiones futuras y a recordarle que hay a su lado un fiel delegado suyo: “Los compañeros que llevamos como candidatos a presidente y vicepresidente de la República van a seguir y a continuar con estas políticas”.

En el fondo de la escena, la bandera que graficaba la interna decía solamente “Zannini para la Victoria”. Todo un mensaje.

 

Con la negación de los indicadores fiscales, monetarios, cambiarios y de reservas que han generado desbarajustes monumentales en los precios, la pobreza, el empleo y el comercio exterior, la presidente utiliza un relato que intenta sepultar la realidad.