editorial

  • Es un juego perverso, del que algunos salen ganando y muchos terminan perdiendo. Aunque estén convencidos de lo contrario.

Despotismo argentino del siglo XXI

Los sucesos de Tucumán no deberían sorprender a nadie. Las elecciones turbias, el clientelismo político, las conductas despóticas, el nepotismo de los gobernantes y la violencia desenfrenada de las fuerzas de seguridad, no son nuevos, ni exclusivos de esta provincia.

Nada sucede por casualidad. Siete de cada diez tucumanos dependen, directa o indirectamente, del dinero del Estado para vivir -o, en ciertos casos, para sobrevivir-. Uno de cada cuatro ciudadanos, se postuló en estas elecciones para acceder a algún cargo público. El Estado es omnipresente. Y aquellos que logran acceder al poder, actúan convencidos de que les asiste el derecho de gozar de potestades ilimitadas.

En este contexto, el sector que responde al gobernador José Alperovich cuenta con 42 de los 49 integrantes de la Legislatura provincial. Tres de los cinco jueces de la Corte Suprema fueron designados por el actual mandatario. Fueron ellos los que avalaron la posibilidad de que el Estado contrate obras públicas de manera directa, profundizando de esta manera la histórica connivencia entre el poder político y un puñado de empresarios cómplices.

Santiago del Estero está muy cerca. Allí, el nepotismo del histórico caudillo peronista, Carlos Juárez, fue reemplazado por el del radical -devenido en kirchnerista- Gerardo Zamora. Un gobernador que ante la imposibilidad de ser reelegido para un tercer mandato, ungió a su esposa para que fuera candidata. Es que, en estas provincias, el poder es asunto de familia.

La única diferencia entre los Zamora y los Juárez -también el viejo líder gobernaba junto a su esposa- es que, durante la última década, Santiago del Estero recibió dinero del Estado nacional como nunca antes había ocurrido. Los negocios, en definitiva, necesitan de la participación de dos o más partes.

Formosa saltó a las primeras planas de los diarios durante los últimos días gracias a los dichos de un futbolista reconocido: Carlos Tévez, el ídolo de Boca, se sorprendió al ver tanta desigualdad social durante su paso por suelo formoseño.

Su pecado fue decir la verdad. Y, entonces, el gobierno de Gildo Insfrán lo acusó de haber operado a favor de la oposición. Incluso, lo tildaron de “villerito europeizado”.

Insfrán gobierna Formosa desde 1995. En 1999, promovió una reforma constitucional para ser reelecto. Y durante su segundo mandato, promovió otra reforma para habilitar la reelección indefinida. Desde entonces, es amo y señor de la provincia.

Tucumán, Santiago del Estero y Formosa son tres de las numerosas provincias donde el sistema republicano de gobierno es apenas una entelequia.

Sus gobernantes, no sólo logran perpetuarse en el poder porque modifican las reglas, sino también porque profundizan un modelo en el que los ciudadanos dependen, casi exclusivamente, del poderoso de turno para vivir. Es un juego perverso, del que algunos salen ganando y muchos terminan perdiendo. Aunque estén convencidos de lo contrario.

Finalmente, existe otro factor clave: las relaciones de connivencia que estos gobernadores establecen con el poder central. Así, se aseguran un permanente flujo de dinero, a cambio de apoyo político irrestricto.

Son cómplices. Se necesitan. Y están dispuestos a hacer todo lo necesario para que nada cambie.

Tucumán, Santiago del Estero y Formosa son tres de las numerosas provincias donde el sistema republicano de gobierno es apenas una entelequia.