SEÑAL DE AJUSTE

Arquímedes ataca de nuevo

Arquímedes ataca de nuevo

“La mejor arma es una mirada intimidatoria”, sentencia en la miniserie Arquímedes Puccio (Alejandro Awada, estupendo).

Foto: Gentileza Telefé

 

Roberto Maurer

Por si faltaran asesinos y asesinatos, en un movimiento retro, el público argentino está viviendo un momento de fascinación por Arquímedes Puccio y su familia que, como se sabe, con distintos grados de responsabilidad se dedicaron al secuestro y muerte de sus vecinos pudientes con el fin de procurarse un ascenso social en San Isidro. Son aspiraciones legítimas con metodologías condenables.

El nuevo aporte a las fechorías de los Puccio es la miniserie de once capítulos “Historia de un clan”, (Telefé, miércoles a las 23), realizada con el aporte del Ministerio de Planificación y la inquieta productora Underground de Sebastián Ortega. La miniserie es un formato que no frecuenta la televisión argentina. Su frecuencia semanal ofrece la oportunidad de lograr un producto mejor elaborado, a salvo de la prisa con resultados deplorables de las ficciones diarias. Actualmente, hay solamente dos miniseries en pantalla: la estrenada con una semana de anterioridad por El Trece (“Signos”) y desde ahora “Historia de un clan”, que va el mismo día a la misma hora, o sea que ambos canales líderes privan al público de disfrutar lo único que la televisión argentina ofrece en ficciones de cierta calidad. Lo expresó Chino Darín con sencillez: “Es una pelotudez que compitan”. El primer día, la producción de Telefé aventajó en seis puntos a su rival.

PRIMEROS PASOS

La extensión del formato y la libertad con que procede en relación con la crónica real constituyen una ventaja sobre la desmañada película de Pablo Trapero y su compromiso con la fidelidad a los hechos. En la versión televisiva aparecen nuevos personajes y situaciones, y sin el contrapeso de factores documentales, el relato fluye con soltura novelesca.

Tuvo una suerte de introducción, o lo que técnicamente llaman con cierta pedantería “flashforward”. 1985, Alejandro Puccio (Chino Darín) está entre rejas, y recibe la mala noticia de que apareció un testigo que lo incrimina: “Era el portero del infierno”, lo llamó. Cuando lo llevan a declarar, pega el famoso salto al vacío. Luego se ve el rostro de su padre con una expresión satánica focalizada en los ojos: “La mejor arma es una mirada intimidatoria”, sentencia Arquímedes Puccio (Alejandro Awada, estupendo). “Me los fumo debajo del agua, me los cojo de parado”. Esa mirada y ese discurso omnipotente serán la constante de un relato que básicamente describe la forma en que ejerció su dominio sobre hijos y secuaces.

Luego, 1982, Malvinas, “Calabromas” y la convocatoria de Los Pumas, que convierte a Alejandro en una figura popular en su ambiente y en la persona indicada para entregar a los chicos ricos que son sus amigos y admiradores. Se forma la banda y se planifica y ejecuta el primer secuestro, en el marco de la dictadura y la represión. “Estamos en un contexto político ideal para el nuevo proyecto, todos los días desaparece gente, están todos cagados y nadie dice nada”, señala Arquímedes a sus compinches en los aprontes del primer operativo, incluyendo alguna referencia confusa a propio su pasado. “En mi época, cuando participaba en la lucha armada...”, dice, mientras describe las ventajas del secuestro, “una industria sin chimeneas, la más perfecta”.

En sus sermones, el argumento superior es la familia. “Hay buenos que son peores que todos los malos juntos... entonces, ¿a quién defendés? Yo defiendo a mi familia”, sostiene. Pero su objetivo principal es lograr la complicidad de Alejandro, primero a través de un palabrerío abstracto que su hijo no interpreta, hasta que una noche le cuenta que hay deudas, que están amenazados, que las hermanas corren peligro y que “lo que vamos a hacer, lo vamos a hacer por la familia”, y que las víctimas, al fin, “hicieron la guita explotando a la gente”. Arquímides puede ser persuasivo como un taladro.

ABRAZOS Y CARICIAS

En el primer capítulo fue visible la intención de envolver a los protagonistas en una atmósfera de perversidad sexual inconsciente. Hay caricias, abrazos demasiado íntimos, tocamientos y satisfacciones nocturnas que alimentan un clima incestuoso. Alejandro se pasea casi desnudo ante las amigas de las hermanas y hay una escena de rugbiers desnudos en las duchas entregados a juegos con escasa presunción de inocencia.

La familia se completa con la madre (Cecilia Roth) y los otros hijos, Daniel (Nazareno Casero), Adriana (Rita Pauls) y Silvia (María Soldi). En cuanto a la banda, la forma con el Coronel Franco (inesperadamente, el cómico Tristán), un mecánico (Gustavo Garzón) y un asistente (Pablo Cedrón).

El director es Luis Ortega, el más “artista” de la familia de Palito, y hermano del productor. Ha filmado varios largometrajes, posiblemente sea su debut en la televisión, y no intenta presumir con recursos formales del cine. Se soslaya el pasado de Arquímedes Puccio, probable integrante de la Triple A, encarcelado por un contrabando de armas, distinguido por el general Perón, funcionario menor de la diplomacia y alumno en 1973 de la Escuela Superior de Conducción del Partido Justicialista, donde conoció a un condiscípulo que años después integraría la banda. Difícilmente se incluya esa parte de la historia: la miniserie es presentada por Presidencia de la Nación.