Tribuna de opinión

Federalismo que no es

Por Juan José Sagardía

En nuestro país nos rige la Constitución Nacional, originaria de 1853, que determina que somos un país federal, integrado por provincias con importantes grados de autonomía.

La historia nos dice que en la conformación y jura de la Constitución Nacional participaron todas las provincias reconocidas para ese entonces, menos la de Buenos Aires; y que en esa oportunidad nuestro país se denominó Confederación Argentina, nombre que provenía de la lucha de provincias federales señeras como lo fueron Santa Fe, Uruguay, Corrientes, Entre Ríos, Corrientes y Córdoba, cuando en 1815 declararon la independencia de los Pueblos Libres, y Santa Fe nombra a su primer gobernador, Francisco Antonio Candioti, comerciante de renombre en el Río de la Plata. Siguiendo una constante que se daría en el tiempo, la real independencia no era con relación a los españoles, sino respecto de la provincia de Buenos Aires, que hegemonizaba los negocios a través de su puerto. Y cuando uno hace este repaso rapidísimo de la historia se pregunta qué cambió hoy.

En 1816, a instancias de Buenos Aires, algunas provincias se reúnen en Tucumán y en esa circunstancia se declara la Independencia Nacional el 9 de Julio. Pero a tan importante reunión faltaron las provincias del Litoral y Centro, que ya habían proclamado su Independencia de los españoles y de Buenos Aires en 1815.

Desde 1816 a 1820, Uruguay, que fue la propulsora de la Declaración de los Pueblos Libres bajo el gran ideario del Gral. Artigas, propulsor de la Confederación, cae en desgracia y es invadida por los portugueses, asentados en Brasil, que logran desmembrar el sueño del caudillo oriental.

No obstante, ese espíritu federalista aflora después de las luchas intestinas de nuestra Patria. Nuevamente, las provincias declaradas libres y federales en 1815, impulsan a través de sucesivos acuerdos el ideario federal, saga en la que deja grabado su nombre por siempre el Brigadier General Estanislao López. Por fin, luego de romper con Rosas, el General Urquiza le dará el envión final al proceso de la Organización Nacional a través del Acuerdo de San Nicolás y el Congreso General Constituyente que, reunido en Santa Fe, aprobará en 1853 la esperada Constitución, encuentro institucional al que sólo falta la segregada provincia de Buenos Aires.

Al respecto cabe recordar que la provincia de Buenos Aires había sido gobernada por el General Rosas, defendiendo a ultranza la economía de los grandes terratenientes, representantes de las familias patricias, cuyos negocios de los frutos del campo se realizaban a través del puerto de la ciudad de Buenos Aires, fundamentalmente con Inglaterra, donde el todopoderoso Rosas se radicaría, al ser derrocado. Lo cierto es que durante los 274 años previos a la Revolución de Mayo, el Puerto de Buenos Aires le había disputado cargas al de Santa Fe, y las transacciones comerciales, incluso las prohibidas, se habían incrementado de continuo, fortaleciendo el poder de esa ciudad-puerto sobre las demás regiones que tomaban forma en las provincias.

Cuando en 1853, se firma la Constitución Nacional y asume como presidente el General Justo José de Urquiza, declarándose a la ciudad de Paraná como capital de la Confederación Argentina, el forcejeo con Buenos Aires no se detuvo. Recién en 1860, después de la firma del Pacto de San José de Flores, se produce la plena integración de la provincia de Buenos Aires al cuerpo de la Confederación, aunque en esa instancia se impone el cambio de nombre por el de Nación Argentina. Más adelante, en 1890, se declara capital de la Nación a la ciudad de Buenos Aires, y a mi entender en ese acto se rompe la única oportunidad que tuvimos de federalismo, para transformarnos progresivamente en un país unitario.

Hoy, a fines de 2015; a 479 años de la Fundación de Buenos Aires en 1536; a 205 años de la Revolución de Mayo en 1810; a 200 años de la Declaración de la Independencia de los Pueblos Libres en 1815; a 199 años de la Declaración de la Independencia Oficial en 1816 (cuyo reconocimiento puede estar viciado de nulidad por la ausencia de las importantes provincias del Litoral); a 162 años de la firma de la Constitución Nacional en 1853 (también se puede decir que viciada de ilegalidad por la no integración de la Provincia de Buenos Aires); a 155 años del acuerdo de integración, en 1860, de Buenos Aires a la Constitución de 1853 con la primera reforma; a 66 años de la reforma constitucional del 1949, anulada en 1955; a 58 años de la reforma de 1957 y a 21 años de la última reforma, en 1994, vemos legalizado el unitarismo en la Constitución Nacional.

La Constitución del 1853 establecía que para la elección de presidente de la Nación se elegían electores por provincias, en relación con su población. Y si bien de hecho quedaba favorecida la provincia de Buenos Aires, su participación porcentual era menor a la actual, y el papel de las provincias era mayor que ahora y retenía cierto grado de federalismo. Además, en el anterior sistema, el gobernador de cada provincia elegía a dos senadores nacionales que eran sus representantes (real acto de federalismo e igualdad de representación).

Con la reforma de 1994, se elimina el sistema de electores que termino de mencionar, y se establece que la elección de presidente será por Distrito Único. Por otra parte, en el apuro que los convencionales tenían para sesionar un día y volverse rápidamente a sus destinos al otro día, no se dieron cuenta de que la provincia de Buenos Aires se quedaba con la potestad de elegir al presidente de la Nación por tener el cuarenta por ciento del electorado del país; y, fundamentalmente, por tener el conurbano al alcance de la mano de los gobernantes de turno. Además, al elegirse a los senadores por elección directa, el gobernador se queda sin una representación de su confianza. Y como la práctica lo demuestra, ahora el gobernador y los senadores nunca se reúnen a discutir las políticas provinciales que es necesario defender en el recinto del Senado de la Nación.

Por otro lado, en una próxima reforma de la Constitución debería analizarse una nueva fórmula de representación en la Cámara de Diputados, a cuyo efecto propongo lo siguiente: la primera minoría debería tener el 45 por ciento de los legisladores; la segunda minoría, el 25 por ciento; la tercera, el 20 por ciento; y la cuarta, el 10 por ciento. Estos porcentajes obligarían a los diputados a consensuar y no a imponer.

Los convencionales de 1994 incurrieron en un bochorno que hoy lo estamos pagando. De hecho, volvimos a 1853, cuando Buenos Aires no se integró a la Confederación por considerarse la más importante en población y rentas, impuso su histórico dominio portuario y así como todas las rutas confluyen en Buenos Aires, pasa lo mismo con las líneas aéreas; y en su momento con el ferrocarril. En suma, hoy todas las regiones -que son las provincias- están ahogadas por el imperio presidencialista y por la hegemonía de la provincia de Buenos Aires y de la ciudad de Buenos Aires, capital nacional.

Por eso, más que nunca, las provincias deberían reunirse para declarar una nueva Independencia de las Provincias Federales Libres respecto de la provincia y la ciudad de Buenos Aires, establecer una nueva capital, que podrían ser Paraná, por historia, o Villa María, por estar en el centro del país. No se necesita más una ciudad con puerto para ser capital.

Hoy las provincias son “federales” para generar feudos, no Estados independientes. Cuando a la economía la maneja en forma unitaria el gobierno central sin darle ninguna participación a las provincias ¿de qué federalismo estamos hablando?

¿Estará maduro el pueblo para gestar una nueva reforma federal que permita salirnos del unitarismo presidencial y generar una verdadera Confederación Nacional, como fueron el sentir y la mentalidad de nuestros próceres para tener una gran nación integrada y participativa.

Hoy las provincias son “federales” para generar feudos, no Estados independientes. Cuando a la economía la maneja en forma unitaria el gobierno central sin darle ninguna participación a las provincias, ¿de qué federalismo estamos hablando?