DIGO YO

Glorias paganas

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Foto: Archivo El Litoral

 

Natalia Pandolfo

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“En septiembre ocurren días de cielo descendido a la tierra. Se abre el puente levadizo de su castillo en el aire y, bajando por una escalera azul, el cielo se apoya durante un rato en el suelo. A los diez años, podía ver los peldaños escuadrados, y recorrerlos hacia arriba con los ojos. Hoy me contento con haberlos visto y con creer que siguen existiendo”.

(Erri De Luca, “Los peces no cierran los ojos”).

Gloria al azahar que perfuma la cuadra de nuestra infancia; gloria al reloj que no cede al fragor de nuestras ansias.

Gloria a la campana virgen de límites y renglones; gloria a aquella sobremesa de risas sin condiciones.

Gloria a ese par de ojos que sellaron un pasado, que habilitaron futuros, que perdonaron pecados.

Gloria a la luz de la luna, al viento sobre el mar bravo, a la arena como alfombra del amor más desahuciado.

Gloria a las solemnidades de las fiestas y los días, gloria al que viste de gala en la noche de su ruina.

Gloria al árbol que, desnudo, muestra su rostro afligido; gloria a las hojas que asoman, gloria a quien anida el nido.

Gloria al campo despojado de alambres y de ataduras; gloria al cielo sin manchones, gloria al fin de la cordura.

Gloria al poeta que estremece con tres o cuatro palabras; gloria al músico inspirado que toca la fibra exacta.

Gloria al ocaso del odio, gloria a las manos abiertas; gloria al abuelo que baila, gloria a quien abre las puertas.

Gloria al juez que reflexiona, gloria al maestro que mira, gloria a las nubes que corren y al tirador que no tira.

Gloria a esos ojos rasgados que se robaron la noche. Gloria al sol que apura el alba; gloria al vino y al derroche.

Gloria a aquella margarita que definió tu destino, cuando los seres bullían entre falsos y genuinos.

Gloria al perdón y al abrazo, gloria al brillo del carmín; gloria al padre que acompaña al hijo en su gran festín.

Gloria a aquellos que están siempre y a los que no saben cómo llegaron un día a la orilla de lo nuevo y del asombro.

Gloria a aquel que siempre espera y no abandona su puesto; gloria al que lucha por algo que nunca verá resuelto.

Gloria a los que ponen fichas en la ruleta del juego del amor, del estar cerca, en la calma y en el viento.

Gloria al cuerpo del guerrero que nace en cada batalla, que se enreda en veinte formas y se desarma en la almohada.

Gloria al reír de los espejos y al amor de primavera. Gloria al son de las guitarras que anuncian nuevas promesas.

Gloria a esos dientes de niño que arman sonrisas eternas, que desgranan viejos odios y traen imágenes nuevas.

Gloria a los que dejan alma y vida en cada proyecto. Gloria al rayo que libera de la muerte al intelecto.

Gloria al tiempo que acomoda cada cosa en su lugar; que da la razón, que abraza como una ola en el mar.

Gloria al futuro que viene prometiendo cosas siempre. Gloria a las promesas vanas, gloria al futuro que miente.

Gloria al aroma infinito del jazmín por las mañanas; gloria a esas manos enormes que espantaban los fantasmas.

Gloria a la lluvia que barre con su murmullo afinado los restos de un desamor, los estragos del pasado.