OCIO TRABAJADO

Un ocio siniestro

Un ocio siniestro

Charles Chaplin en “Tiempos modernos” (1936). Fotos: Archivo El Litoral

 

Estanislao Giménez Corte

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I

En el ya clásico “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación” (1965), Juan José Sebreli retrata el tedio de la existencia en la ciudad del siglo XX. El autor describe, desde un lugar que podemos llamar de “crítica social”, cómo las diferentes capas y estratos sociales tienden a igualarse en el intento por huir de la rutina. Pero el “sistema” impuesto, estructurado sobre férreos retornos y escasas posibilidades de cambio, obliga, en mayor medida a las clases desprotegidas (sostiene Sebreli), a aceptarlo con resignación y conciencia. Escribe: “(...) nada de patéticos sufrimientos en la ‘moderna fábrica‘, sino un tranquilo cansancio y un modesto aburrimiento”. He aquí la emergencia de lo que se ha llamado la industria de la diversión o la civilización del ocio o el ocio alienado o alienante, con sus ceremonias o rituales tallados como con cronómetro -al igual que la rutina de trabajo- que se repetirán mecánicamente y en todas las variaciones posibles (la política, el deporte, la noche, la moda, las vacaciones, el espectáculo). Muchos autores muy renombrados abordaron estas temáticas, hace muchos años. De hecho, el propio Sebreli “trae” a la Argentina una serie de nociones ya desarrolladas por ciertas escuelas de pensamiento.

II

Pero, ¿cuál es el reverso de ese fenómeno, si lo pensáramos más acá, en el tiempo? La contracara, la terrible contracara, es lo que algunos autores llaman “el ocio forzoso”. Mencionaremos a dos de ellos: Antonio Tursi, en “Las sublimes obras del ocio” (2007), señala: “(Muchos jóvenes arriban) a una condición no deseada, a un ‘tiempo libre‘ que se constituye a través de la frustración y la desdicha. El tiempo libre es también un atributo de la vida social, es tiempo social, vinculado con el tiempo de trabajo o de estudio por ritmos y rituales que les otorgan permisividad y legitimidad. El tiempo libre que emerge del paro forzoso no es festivo (...) está cargado de culpabilidad e impotencia, de frustración y sufrimiento”. Louis Wacquant, en “Parias Urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio” (2001), anota: “(...) la furia ardiente que muchos experimentan por verse persistentemente marginados de los empleos y sentir que se les niega la dignidad individual que acompaña la autonomía económica, encuentra una salida en un discurso nihilista (....)”. Uno, el ocio industrializado y alienado, se observa como limitante de la libertad del individuo; el otro, el ocio forzado, cuya contraparte no está (el trabajo), se observa, no como libertad, sino como desesperación por un tiempo liberado, pero sin un sentido específico, decidido o determinado. Y hoy ¿qué sucede? Pareciese que el ocio y el trabajo ya no funcionan al modo de tiempos “separados”: el ocio, no sólo por la infiltración de las redes sociales, Internet y la omnipresencia de las pantallas (el info-entretenimiento), “penetra” en el ámbito del trabajo y crea una suerte de yuxtaposición de difícil definición. Acaso ha detonado, de una vez y para siempre, el absurdo del trabajo medido por horas.

III

Aquí podríamos inscribir otra ocupación: la redefinición del concepto de tiempo (ocupado, libre, cosificado, como mercancía) y el modo en que hoy lo utilizamos y administramos, sin el yugo, pareciera, de los esquemas fordistas. De la noción del ocio como el estado natural de evolución espiritual y el trabajo físico como poco menos que una faena encargada a animales y esclavos, a la idea de trabajo como sinónimo de progreso y ocio como “pérdida de tiempo”, los pareceres respecto de qué hace el hombre con su tiempo (y especialmente cuáles son los parámetros con los que se evalúa esa utilización) se han modificado sensiblemente. Podría aseverarse que uno (el ocio) se asume como consecuencia del otro (el trabajo). Pero, si esa separación tradicional ha dejado de tener sentido y las personas pasan de un “tiempo” al otro antojadizamente ¿qué es lo que vemos?: ¿una suerte de administración individual y subjetiva, no reglada por horarios ajenos a la propia situación anímica de la persona y/o a sus propia regulación (lo que algunos llaman el trabajo por productividad y no por tiempo)? ¿Cómo llamamos entonces a ese estado de expectación -frustración o disfrute- que se resiste a ser categorizado por prácticas en constante movimiento y desplazamiento? Llegamos, por lo menos hoy, a la conclusión más obvia: trabajo y ocio, en un ideal añorado, deberían amalgamarse, yuxtaponerse, fusionarse; ser una misma cosa o ser consecutivos, no opuestos, de modo tal que uno fuera sólo consecuencia natural del otro y no un tortuoso pasaje entre lo que amamos y lo que odiamos.

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Charles Chaplin en “Tiempos modernos” (1936). Fotos: Archivo El Litoral