De domingo a domingo
De domingo a domingo
Los estertores de CFK y el gabinete de Macri
Hugo Grimaldi
DyN
Tras una campaña que pareció eterna, plagada de sucesivas elecciones en el correr de un año más que desgastante, parece mentira, pero la transición está aquí y la investidura de Cristina Fernández se está deshilachando. La presidente quedó al borde de las hurras, mientras que el mando (y la famosa lapicera) pasará en plenitud, en unos días nomás, a Mauricio Macri, ya dispuesto a tomar la posta que ordena la Constitución.
En ese vivificante marco democrático, que la ciudadanía enhebró hace siete días a favor de la alternancia y del clima de diálogo, es bueno advertir que no se tratará esta vez sólo de un simple relevo de la guardia o de una variación de estilos, sino que, más allá de las ideas, necesariamente se va a producir en la Argentina un profundo cambio de valores acorde a las perspectivas de avanzar hacia el escalón del desarrollo, después de que se logre superar la inconmensurable herencia económica y social que va a dejar el kirchnerismo, más allá de algunos innegables logros de su primer período.
En esa línea de amplitud política, acorde a la pluralidad que exige el momento, se inscribió en general el gabinete que eligió armar el nuevo presidente, una estructura que parece que no se va a enamorar ni del Estado ni del sector privado y que muestra a priori una altísima calidad en materia de trabajo en equipo y sobre todo, en el respeto por las respectivas trayectorias y especialidades, todos atributos que quienes se van nunca pudieron mostrar, porque casi todos ellos aceptaron ser castrados por la centralidad que siempre impusieron los Kirchner.
Hasta ahora, la adoración por el Estado como dador inagotable fue sublime, tanto como lo fue la experiencia del menemismo, que ensalzó al mercado hasta las últimas consecuencias, porque era quien proveía de los fondos para la fiesta, tal como ahora sucedió del otro lado.
Los populismos se hacen fuertes cuando hay plata y lo mejor que le ha podido pasar al modelo regente desde hace doce años y medio es haber perdido las elecciones tras haber agotado todas las cajas, por más que la presidente se empeñe en marcar logros y más logros. En las condiciones en las que ha quedado el país, el populismo no sabría cómo gobernar y, de hecho, hace más de un año que no gobierna, ya que los funcionarios se han limitado a hacer una absurda plancha.
Lo que ha probado la experiencia kirchnerista, una vez más, es que los barriles siempre tienen fondo y que no se puede edificar un modelo basado únicamente en el consumo, la exacción tributaria y el impuesto inflacionario para la felicidad, una especie de “pan para hoy y hambre para mañana”.
En esta semana post elecciones quedó en claro que o por aquello o bien por su afán de tener rating protagónico, Cristina ha seguido actuando no como una política deprimida por el golpe de las urnas, sino como alguien crispado que se resiste a abandonar el lugar de gran referente de la política argentina. En ese rol, ella fue quien metió más ruido en una escena que no tenía por qué ser dramática, sino que bien podría haber estado teñida de grandeza y sustentada en la serenidad democrática.
Lamentablemente, no fue así. Primero, por el egoísmo que mostró a la hora de recibir a su sucesor en el albergue de los presidentes sin fotografía oficial y sin cesión de una sala para que éste hablara con la prensa, negándose a planificar en conjunto una mudanza ordenada del poder, destrato que obligó a Macri a salir de Olivos por la puerta de servicio; luego, con sus discursos de dedito acusador y advertencias sobre que no hay que tocar las supuestas bondades del modelo y, por último, con el bochorno que produjo el oficialismo en la Cámara de Diputados haciendo aprobar una parva de leyes destinadas a sembrar más bombas en el camino de su sucesor.
Dicho paquete, que encubría la necesidad de darle a Santa Cruz y a la gobernadora electa, su cuñada Alicia, el manejo de Yacimientos Carboníferos Fiscales y la controvertida mina de Río Turbio, tenía además una serie de proyectos que la izquierda no pudo resistir a la hora de dar quórum, ya que el resto de la oposición no se presentó al debate: la expropiación del Hotel Bauen; una compensación para ex agentes que quedaron fuera de los Programas de Propiedad Participada; la distribución acordada en paritarias de ganancias entre trabajadores de empresas televisivas y telefónicas y el pago de indemnizaciones a ex trabajadores de emisoras privatizadas por Carlos Menem.
Sin embargo, el problema del kirchnerismo estuvo en otro lado, ya que solo no podía llegar a cubrir las 129 bancas que exige el mínimo para sesionar. Este hecho mostró descarnadamente cómo ya hay grietas en la conformación del Frente para la Victoria, con diputados ausentes y otros que han comenzado a resistir las órdenes de la propia Cristina, de que sea la diputada Juliana Di Tullio quien maneje el bloque desde el 11 de diciembre. Nada menos que Carlos Kunkel ya avisó que prefiere a José Luis Gioja, tal como quieren muchos gobernadores del PJ. No habrá cisma por ahora y el camporismo será respetado como línea interna, pero la desobediencia está clara.
Pero, hay más, ya que la rebelión peronista tendrá otro acto esta semana, cuando se tenga que elegir a quien será el nuevo titular de la Auditoría General de la Nación (AGN). Los duros del kirchnerismo lo prefieren a Aníbal Fernández sólo para meterle ruido a Macri, aunque está claro que por haber sido funcionario deberá excusarse en más de un dictamen sobre el pasado, ya que las investigaciones de la AGN de los próximos dos años se van a centrar sobre el gobierno que él integró. En tanto, los gobernadores, que quieren sumar a José Manuel de la Sota y a otros díscolos que no comulgan con Cristina, ya avisaron que prefieren allí a Eduardo Fellner, quien acaba de perder Jujuy, mientras que como prenda de negociación aparece Ricardo Echegaray, quien se va de la Afip con algún ruido hacia el cristinismo, ya que comenzó a reunirse con su sucesor, Alberto Abad, sin hacer caso a las órdenes de trabar toda transición. Aníbal lo dejó expuesto, comentando ese dato públicamente.
Si bien parece que estos problemas de la presidente son bravos de resolver, no se pueden comparar con los desafíos que se le vienen encima a Macri. Y no solamente se habla de las dificultades para administrar la herencia recibida que, en materia económica, hace agua por los cuatro costados, sino que su primera necesidad es de “relato”: cómo presentar la salida del cepo, sin que ello se traduzca en una suba de precios es su primer dilema.
Ya no tan agazapados, los habituales operadores kirchneristas están difundiendo que el culpable del salto inflacionario no son ya los atrasos verificados (tipo de cambio o naftas) sino que es el nuevo gobierno quien, en su primer apichonamiento frente a esa ofensiva, sólo atinó a decir que, al menos por seis meses, seguirán vigentes las listas de los Precios Cuidados y el Plan Ahora 12 de financiación sin intereses. Inmediatamente, la baja de la Bolsa registró esa tibieza.
Otro tanto le ocurrirá a Macri en materia inflacionaria, cuando ordene la inevitable suba de las tarifas de los servicios públicos que se buscará que sea gradual y que no abarque a los más necesitados. Lo que venía ocurriendo hasta ahora, ha sido un grotesco del gobierno a favor de las clases medias, tal como ocurrió con la subvención sobre el dólar ahorro y el turístico, pero además sólo de cuño centralista, ya que las tarifas de gas, luz y transportes en las provincias se han alineado en estos años bastante con la realidad.
A la hora de desatar el paquete, el nuevo gobierno tendrá un tiempo bastante breve para chapear con la legitimidad de las urnas y deberá mostrar aptitud para generar todos los cambios que sean necesarios, a partir de la confianza que desparrame el poner por delante un plan fiscal, monetario y de política de ingresos bien creíble.
Macri y su equipo tendrán luego algún margen más holgado para demostrar que la Argentina no es una isla en el mundo, y que las cosas pueden mejorar con un mayor horizonte, sin que sea necesario que retorne el populismo.
Es que los gobernantes tienen que asignar prioridades y habrá que hacerlo sin pensar en que las arcas del Estado son un barril sin fondo y eso es justo lo que la libreta de los superávits gemelos de Néstor Kirchner sabía de memoria que no podía existir. Habrá que explicárselo a la sociedad, porque si fuese verdad que los recursos son ilimitados todo el mundo sería más feliz.
Ya no tan agazapados, los habituales operadores kirchneristas están difundiendo que el culpable del salto inflacionario no son ya los atrasos verificados (tipo de cambio o naftas) sino que es el nuevo gobierno.
El gabinete que eligió armar el nuevo presidente es una estructura que parece que no se va a enamorar ni del Estado ni del sector privado y que muestra a priori una altísima calidad en materia de trabajo en equipo.
En las condiciones en las que ha quedado el país, el populismo no sabría cómo gobernar y, de hecho, hace más de un año que no gobierna, ya que los funcionarios se han limitado a hacer una absurda plancha.