DIGO YO

Ascensor

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Natalia Pandolfo

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—¿A qué piso vas?

—Tercero.

—¿Terapia?

—Sí.

—¿A quién tenés?

—A mi abuela.

—¿Creés en Dios?

—Sí.

—Entonces por la gloria de Dios misericordioso te bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y te envío la fuerza del Todopoderoso para que con su luz te proteja a vos, a tu familia y a todos tus seres queridos.

El ascensor se ha detenido entre el primer piso y el segundo. La mujer parece no haberlo notado. Juan siente cómo sus poros empiezan a transpirar. Intenta un grito ahogado.

—Sabés que los caminos del Señor son inescrutables, que Él nos envía pruebas para que le demostremos nuestra fe y nuestro amor. Todo lo que sube a Dios en forma de oraciones, baja luego en forma de bendiciones. No hay sombra que pueda tapar la luz del sol mucho tiempo, no hay pena que pueda tapar la fe en Dios ni nube que pueda lograr que su bendición no llegue a ti.

Juan empieza a sentir la falta de aire. En el espejo, la mujer se refleja como un monstruo diabólico que se ha propuesto quebrantar su voluntad. Mira al piso, desea que los oídos tuvieran párpados.

—Del tamaño de tu fe, así serán las bendiciones que Dios tiene preparadas para tu vida. Dios no tiene teléfono, pero me confieso con Él. No está en Facebook, pero es mi amigo. No usa Twitter, pero soy su seguidor. Cuando Dios soluciona mis problemas, tengo fe en sus habilidades. Cuando no resuelve algún problema, es porque Él tiene fe en mi capacidad.

Juan grita más fuerte. El edificio parece haberse quedado vacío. Hasta el olor rancio del sanatorio ha desaparecido. Sólo esa mujer -su pollera a las rodillas, su camisita y su pañuelo al cuello, su pelo ralo- que le habla de la ascensión del alma. Juan piensa en elevaciones más inmediatas.

—Pon tu alma hecha pedazos en las manos de Dios y volverás a ser feliz. Jesús ya no está en La Cruz, lo estuvo hace ya mucho tiempo. Ahora, está en los corazones de sus fieles y acompañando a quienes le anhelan y necesitan. Aunque no lo veas sigue vivo. Aunque no lo sientas siempre está cerca de ti. Aunque no lo creas, Él vela por ti, sigue tus pasos y cuida de ti y los tuyos.

Juan aplasta su mano contra los botones. Golpea la puerta reja, grita, vuelve a pasear su mano por los ocho pisos. Abre el celular: sin señal.

—Dios nos da siempre la señal, sólo que no siempre sabemos verla. Si quieres entrar en desánimo mírate, si quieres estar decepcionado mira a los hombres y si quieres ser feliz imita a Jesús. ¿Quieres ayudar? Involúcrate con quien necesita. ¿Quieres ser diferente? Camina con Jesús. ¿Quieres ser usado por Dios? Ponte a su disposición.

Juan alza sus brazos, se toma la cabeza y en el recorrido aprovecha para taparse los oídos. Cierra los ojos, niega al aire, se encorva. Siente su corazón galopar, nota sus músculos tensos, percibe la dificultad para respirar. Abre los ojos.

—¿A qué piso vas?

—Tercero.

—¿Terapia?

—Sí.

—¿A quién tenés?

—A mi abuela.

—¿Creés en Dios?

—No, gracias.