Alimentación y responsabilidad social

La comida “fea” también sienta bien

Por Belén Delgado/Efe

A menudo despreciadas por tener un aspecto que no va acorde con los “cánones de belleza” impuestos por la industria, las frutas y verduras “feas” se han vuelto un objeto atractivo para quienes luchan contra el desperdicio de alimentos.

Frente a la imagen de los estantes llenos de productos frescos relucientes y de formas perfectas en los supermercados, cada vez es más frecuente ver cómo se van abriendo un hueco otros alimentos “menos agraciados”.

El agricultor francés Nicolas Chabanne, fundador del movimiento Les gueules cassées (las caras rotas), trabaja para posicionar esos productos en el mercado y ya ha logrado un millar de socios en todo el mundo.

¿Su estrategia? Vender una manzana con una etiqueta cuyo logotipo muestra una cara con un solo diente a productores que se comprometen a ponerla entre sus alimentos “feos”, ofreciéndolos a un menor precio.

Luego parte del dinero recaudado con cada compra se destina a asociaciones caritativas y de consumidores.

“Cuando se ponen manzanas feas al lado de otras muy bonitas, nuestros ojos se fijan antes en las más bonitas”, sostiene a Efe Chabanne, que se esfuerza por hacerle ver a la gente que aquellas menos atractivas también son de calidad e incluso más baratas.

Y explica que, por el lado de los agricultores, “es terrible desechar alimentos de buenas cosechas sólo porque no se corresponden con las características habituales”.

Si la iniciativa para optimizar la producción comenzó con las frutas y las legumbres, poco a poco ha aumentado la demanda para otros productos como los quesos o los cereales del desayuno.

El concepto ha ganado adeptos de todo tipo de nacionalidades.

En Portugal existe la cooperativa Fruta Feia, en los Estados Unidos se han lanzado acciones como la de Imperfectly Delicious Produce y en Australia la asociación Second Bite pretende dar una segunda oportunidad a los alimentos y repartirlos entre los menos favorecidos para que no pasen hambre.

“Es un negocio social y rentable porque aprovecha la lucha contra los desechos con el fin de volver a vender la parte de la producción que no se pone en valor normalmente”, comenta Thomas Pocher, propietario de un hipermercado de la cadena E. Leclerc en el norte de Francia.

En su caso, se asoció con la multinacional McCain y otras organizaciones para recoger en su zona verduras como las patatas para utilizarlas en sopas en vez de desecharlas “por problemas cosméticos o de forma”.

La experta de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Camelia Butacariu considera que el sector privado está “bastante abierto” a explorar nuevos mercados y aprovechar los cambios en términos de responsabilidad social, pero también por una cuestión de gestión de los recursos.

“Clasificar la comida como fea va más allá de los objetivos del sistema alimentario, que busca la inocuidad y la nutrición de los alimentos”, argumenta.

La ONU calcula que una tercera parte de los alimentos producidos para consumo humano se pierde o se desperdicia a nivel mundial.

Butacariu no ve razones para descartar la comida amparándose en los supuestos gustos de los consumidores, el marketing o los problemas de procesamiento.

Algunos hábitos han empezado a cambiar y han surgido soluciones tecnológicas para que no haya que cortar el tamaño, por ejemplo, de zanahorias y arvejas antes de envasarlas.

Mientras en Brasil ya hay universidades que producen paquetes adaptados para fresas, en la Unión Europea la legislación también se ha flexibilizado eliminando la mayoría de los estándares para frutas y verduras.

Además de concienciar a la industria, hace falta educar a los consumidores para que no se dejen llevar por la estética de los alimentos y busquen sólo aquellos nutritivos y en buen estado, según la especialista de la FAO.

Unos consejos también válidos en época navideña, sinónimo a veces de derroche y atracones. Pocher recomienda, por su parte, prever cada día el menú y el número de comensales, comprar poco a poco lo que se necesita y, si sobra algo, donarlo a las familias en dificultades por el bien de todos.

Hace falta educar a los consumidores para que no se dejen llevar por la estética de los alimentos y busquen sólo aquellos nutritivos y en buen estado.