Publicación del Centro de Estudios Hispanoamericanos

Nueva entrega de América 24, con homenaje a José Luis Víttori y diversos temas de interés

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Portada de la revista. Foto: El Litoral

 

De la Redacción de El Litoral

A fines de 2015, salió de imprenta el último número de la revista América 24, de 192 páginas, que edita el Centro de Estudios Hispanoamericanos.

Los textos se inician con reflexiones de Graciela Maturo, María Hortensia Oliva y Osvaldo Valli sobre la persona y obra de José Luis Víttori, escritor santafesino que fue socio fundador, varias veces titular y luego presidente honorario del centro de referencia.

En primer lugar, Maturo pone la lupa sobre el gran tema de la cultura, puerta de acceso a una de las cuestiones que impulsaron las búsquedas de Víttori a través de su extensa producción literaria. Dice la escritora y doctora en Letras que si bien la universalidad cultural no deja de ser un desiderátum, como afirma Ricoeur, “existen las culturas, antes que la cultura”, para agregar que “la diversidad cultural es connatural a los hombres que habitan continentes, regiones y latitudes distintos, y pertenecen a tiempos históricos también distintos”. Para Maturo, existe “un paisaje geocultural en que cada comunidad -y conjunto humano- se desarrolla”, y en lo concerniente a la Argentina, sitúa a José Luis Víttori entre una pléyade de autores fuertemente ligados a una determinada región del país; en este caso, al Litoral fluvial. La escritora repasa la evolución narrativa de Víttori y pone el acento en sus incursiones históricas para “documentarse sobre la evolución de su espacio propio, para complementar la primera comprensión con la más elaborada tarea de la documentación, la interpretación y la teorización”, cometidos que reclaman “una distancia filosófica y crítica”. De modo que sigue al autor desde sus inspiraciones primeras en el largo viaje por comprender y comprenderse, propósito en el que no ahorra esfuerzos para comunicar sus hallazgos en una secuencia de importantes trabajos que son, a la vez, su legado.

A su turno, Oliva evoca su barrio de la infancia como un territorio mágico poblado de artistas; entre ellos, su vecino José Luis Víttori, a cuya casa solía entrar de niña como amiga de su hijo Manuel, y donde el escritor “siempre estaba sentado ante su escritorio, ensimismado entre libros y papeles”. Con el paso de los años, y próxima a terminar su carrera de Letras, pudo al fin ingresar al universo literario de Víttori y saber lo que escribía en aquellos lejanos años de su infancia. María Hortensia dice: “Me sentí deslumbrada”, y siguiendo los pasos analíticos de Maturo, concluye que el asunto literario de Víttori “no es este hombre de nuestro Litoral, sino el Hombre, lo que existe de conflicto universal en la persona existencialmente situada”. Por eso “su literatura se ahonda desde las contingencias de lo litoraleño hacia lo metafísico y lo religioso”.

Luego, Valli destaca “el carácter movilizador de pensamiento que invariablemente (Víttori) supo imprimir a sus escritos, cualquiera sea el género o temática abordados”. En su visión, Valli expresa que “recuerdo, mito, napa básica, memoria, edad del asombro, epifanías, niveles de resonancias... son algunos elementos de las marcas que Víttori utiliza casi obsesivamente en su afán por definir una escritura, expresar la decantación de un lenguaje, por señalar modos de adhesión a la tierra”.

La gastronomía santafesina a través del tiempo

En el siguiente artículo, Estela Inés Cervera aborda el tema sociocultural de la gastronomía santafesina, e indaga las tradiciones y los cambios producidos entre los siglos XVI y XIX.

En un tiempo en el que el tema “está de moda y los cocineros son estrellas mediáticas”, la autora recuerda los inicios del intercambio de productos e ingestas entre dos mundos. Así, los conquistadores españoles encontraron aquí maíz (abatí), mate, carnes de caza y pescados de río por ellos desconocidos, en tanto que bajaron de sus barcos con sus guisados y los primeros ejemplares de ganado vacuno y caballar que pisaron nuestro suelo.

Cervera repasa las dificultades del abastecimiento en los primeros tiempos, las intervenciones del Cabildo en la comercialización de alimentos, la apertura de pulperías, las técnicas de almacenamiento y conservación de productos, la existencia de huertas, la preparación de dulces y el uso del fuego para la cocción de alimentos. La autora habla de la cocina rural y urbana, de las infusiones -en particular, del mate-; asimismo, de las características de los alimentos de la colonia española, de la Organización Nacional y de los aportes de la inmigración; de los intercambios e hibridaciones, y de la novedad de los primeros libros de cocina con sus recetarios, todo lo cual brinda elementos suficientes para perfilar una mesa de identidad santafesina.

De arquitectura, música y teatro

A continuación, Rubén Chiappero escribe sobre “Los profesionales italianos en la arquitectura argentina”, inserción que se remonta al siglo XVII con la llegada de los primeros constructores jesuitas, encabezados por José Brassanelli. Luego de la revolución, menciona a Carlo Zucchini, proyectista del período rivadaviano que en su escuela de dibujo difundió los libros de Vignola y otros tratadistas del Renacimiento, para proseguir con el caudaloso aporte de constructores desde mediados del siglo XIX, gracias a la apertura al mundo consagrada en el texto constitucional de 1853. Así llegaron los cánones italianizantes que irían sustituyendo las formas y funciones de la arquitectura colonial, y cuyo influjo se prolongó hasta la década de 1930, en que fueron progresivamente reemplazados por nuevas concepciones, como el modernismo.

La siguiente estación es un artículo de Diana Fernández Calvo acerca de “La música y el teatro en el Cusco virreinal”. La autora, decana de la facultad de Artes y Ciencias de la UCA, realiza un erudito informe sobre intercalaciones musicales (incluidos bailes) en las extensas sesiones teatrales del siglo XVIII, a raíz de que el público deseaba un poco de jolgorio que “quitase del alma la gravedad de los versos”.

La investigadora toma el caso del drama clásico “Antíoco y Seleuco”, de Moreto, en el que el hijo está perdidamente enamorado de la prometida del padre. Al advertir la enfermedad de Antíoco, Seleuco le pide a su médico -Erasístrato- que descubra la causa del mal que aqueja a su hijo. El médico, usando a la música como instrumento de diagnóstico, devela el oculto y agónico sentimiento del hijo y se lo comunica al padre, quien resuelve la situación con una doble boda: Antíoco se casa con su prometida; y él, con otra mujer.

La puesta en escena de esta obra en Cusco, en 1743, con la inserción de dos números musicales para aliviar los espíritus, constituye el eje de su investigación y análisis.

Sigue un breve artículo que firma Néstor José, arquitecto especializado en preservación y conservación del patrimonio cultural. El autor expone un caso de aplicación del método de anastilosis (reintegración de un sitio arqueológico excavado en su exposición museológica) a partir del descubrimiento de una cista o enterratorio dentro del casco urbano de Tilcara, Jujuy.

Relaciones de los países de la Cuenca del Plata

Luego, la historiadora Liliana Montenegro de Arévalo efectúa un detallado relevamiento de las relaciones de los países de la Cuenca del Plata entre 1941 y 1976. El trabajo indaga los orígenes del “panamericanismo”, repasa pactos y tratados, releva conflictos, bucea en la cambiante relación de los países de la región con los EE.UU., rastrea los efectos de la Guerra Fría en esta parte de América, y pone de manifiesto evoluciones, interacciones y transformaciones motorizadas por intereses económicos y geopolíticos. La autora señala el modo en que insumos estratégicos, fuentes de energía y posiciones políticas en el damero mundial han incidido en las relaciones internacionales de nuestros pueblos.

Por fin, Patricia Alejandra Vasconi ensaya una mirada sociológica sobre el vestir argentino en el marco de la dicotomía civilización-barbarie. El análisis empieza con la desnudez del indio frente a la vestimenta del español como expresiones de un contrapunto de diferenciación que pone en tela de juicio la esencia humana de los aborígenes. En la visión de los españoles, la ausencia de vestido comportaba la idea de barbarie. Vasconi aporta textos de cronistas de Indias que refuerzan esta percepción, en la que de continuo aparece la perspectiva discriminatoria respecto del “otro”, el diferente, el distinto.

El poblamiento de América sumará a otros europeos, como los portugueses, pero también a los negros africanos provenientes del tráfico de esclavos, y a todas las mezclas étnicas producidas por mestizajes biológicos. Este cuadro variopinto dará lugar a una minuciosa clasificación icónica de la población colonial dividida en castas, a las que el virrey Amat refiere como “raras producciones que ofrecen estos dominios...”. Para Vasconi, la mirada eurocéntrica ubica a estos tipos humanos como productos exóticos alejados de la “normalidad”, lo que aparece representado en tablas clasificatorias a través de sus respectivas vestimentas. Más adelante, proyecta estos prejuicios al período de construcción del Estado nacional y el contraste entre el gaucho y las clases dirigentes europeizadas, nuevo capítulo del desencuentro argentino condensado en la fórmula “civilización-barbarie”.

La revista termina con palabras que, en memoria de Hugo Néstor Mataloni, escribe Jorge Taverna Irigoyen, quien evoca al profesor de historia de afinado sentido del humor, miembro conspicuo del Centro de Estudios Hispanoamericanos y difusor de cultura a través de espacios radiofónicos y periodísticos, así como de libros que abarcan un amplio espectro temático.