ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

“No hay grandes personas”

Luciano Lutereau (*)

La época freudiana consolidó dos tipos privilegiados de asociación entre los hombres: la Iglesia y el Ejército. Éste es el saldo de “Psicología de las masas y análisis del yo”, escrito en el que Freud esclarece el lugar del ideal como vector que une a diferentes personas, a partir de la resignación del egoísmo individual, en pos de una horizontalidad irrestricta. Somos todos hijos del mismo significante amo.

Ahora bien, en nuestro tiempo podemos notar cierta debilidad en los significantes amo como sostén libidinal. La “masa” ya no es un actor social significativo en el mundo contemporáneo. De acuerdo con una expresión de M. Hardt y T. Negri en su libro “Imperio”, podría decirse que ésta es la época de las “multitudes”. Y, por cierto, toda multitud no deja de incluir en su seno un fuerte componente segregativo. Lo corroboramos cotidianamente: entre los votantes de un partido puede haber diferencias irreductibles y planteos discrepantes que, en la campaña electoral, se hacen valer; diferentes nichos, a los que el candidato debe hablar como un buen administrador del voto. Estamos muy lejos ya de la eficacia del líder y su palabra.

Las multitudes operan de manera localizada, parcial y discontinua (piénsese, por ejemplo, en los llamados “Indignados” en España). Incluso podría ubicarse que hasta en los planteos freudianos hubo cierto romanticismo. Freud creía en la autoridad del líder. Y el siglo XX (con su pasaje al presente) no ha dejado de demostrar que cualquier “objeto” o rasgo (Lacan mencionaba así el “bigotito” de Hitler) puede asumir, de manera momentánea, un lugar de referente. Hemos pasado de la época de los discursos enfáticos a los slogans. Ya no hay grandes hombres...

“No hay personas grandes”, decía Lacan en cierta ocasión y sellaba el desencanto como afecto contemporáneo. El infantilismo se ha instalado como marca distintiva de las relaciones interhumanas. ¿Qué no puede ser perdonado? ¿De qué no puede arrepentirse un hombre? La sinceridad se ha vuelto un valor incuestionable. Se habla incluso de “sincericidios”, para nombrar como algo positivo el más trivial de los efectos: que la palabra dicha no recaiga sobre quien habla. El significante y sus consecuencias ya no tienen vigencia.

La debilitación del significante amo se verifica en un doble efecto. Por un lado, los ideales ya no prescriben los momentos para hacer cada cosa. El siglo XIX se rigió con una lógica de las “etapas de la vida”, reflejada en diferentes teorías psicológicas del siglo XX. Por cierto, todavía puede recordarse la letra de ese tango que habla de una “solterona”... de ¡30 años! En nuestros días, la incidencia de la realización simbólica del sexo ha quedado profundamente diferida. Nunca se es demasiado viejo para nada. He aquí una de las coordenadas más padecidas de nuestro tiempo: la juventud como una enfermedad crónica.

Por otro lado, que el significante amo ya no sirve a los fines de la identificación con el semejante se encuentra en la destitución de, por ejemplo, la ciudadanía como lugar de enunciación social. Aparecen figuras como la del “vecino”, que instituye en la polis el interés particular; o bien, de una manera menos desenvuelta, se aplica al espacio público la lógica del mercado, donde todos somos consumidores de servicios, con derecho a que se nos reintegre el dinero (o un resarcimiento) si acaso no estamos satisfechos.

El modo en que esta expectativa de confort coincide con una demanda propia de la infancia se atisba en el modo en que los más pequeños se convirtieron en destinatarios predilectos de la publicidad. No sólo por la diversificación de productos, sino también por la capacidad de elegir que se les supone. ¿Quién no ha visto a un niño amenazar a sus padres con denunciarlos o hacerles reconocer sus “derechos”? Sin embargo, estos derechos ya no son los del ciudadano, sino los del (niño) tirano.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires. Docente e investigador. Autor, entre otros, de “Los usos del juego”, “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.