La erótica del poder

Por J. M. Taverna Irigoyen

Mucho se ha hablado del tema. Tal vez bajo otros perfiles semiológicos, pero apuntado a un mismo sentido. El poder que no se puede renunciar, que no se sabe ceder a otro, que parece estar hecho a la medida, como guante a la mano. Ese poder que alcanza la altura de llevar nombre propio y -esto puede resultar más grave aún, porque corresponde a una egolatría irrenunciable- el poder que se nomina bajo la apropiación del patronímico de quien conduce. Como nuevo movimiento...

Es indudable que el poder seduce y lleva a otras auras indescifrables que hacen a la composición de un personaje. Porque para mandar, hay que componer un personaje. Y esto lleva cierto tiempo de adiestramiento de acólitos, de persuasiones graciosas, de lavados de cerebro, sobre todo si de juventudes se trata. Digamos que es un proceso que requiere tiempo y acción. Y por supuesto carácter, y renuncia a ciertos prejuicios o mal llamadas virtudes que hacen a una denominada conducta.

A quien manda desde un alto estrado político sólo se le pide formación y autoridad. Es decir, que sepa conducir a las masas, que sepa revertir pronósticos y lineamientos adversos, que compatibilice lo que a veces es totalmente incompatible desde los principios ortodoxos. Quien manda sabe ver el presente de acuerdo con su cristal, pero también avizorar el futuro, que le puede ser adverso, pero ya se arbitrarán medios para favorecer el panorama y sus consecuencias.

El poder siempre tiende al bien común. Lo llama de una manera o de otra, pero lo llama siempre y promociona derechos nuevos. Aparenta no necesitar de los poderosos, obviamente, si en él está concentrado todo lo que es representación y esencia del pueblo. Porque no es sólo la conducción la que está involucrada en su área perimetral de mandos. El poder está en todo y responde a todo lo visible y lo invisible. ¿Acaso el poder no atemoriza, no actúa sólo por nombrarlo, no troca protestas por aceptaciones? ¿Acaso quien manda no requiere más que líneas de comunicación para revertir protestas y convertirlas en renunciamientos?

Aunque no es todo tan fácil, ni responde a esquemas preescritos. Existe un virtual rompecabezas para armar, que a veces desprende alguna de sus piezas y hay que recomponerlo todo. Pero es parte del juego político, que se abastece de afinidades y rivalidades, de lealtades y traiciones permanentes. Es parte de una suerte de equilibrio, no para no caer, sí para subir cada vez un poco más alto en las alturas de la persuasión y el dominio. Esto es lo que importa: la persuasión y el dominio. El grado de popularidad e imagen positiva que detente quien conduce, quien da a las leyes su propia interpretación, quien puede alcanzar -si así se lo exige el panorama- a desconocer la independencia de otros poderes.

Hasta aquí, la realidad está pintarrajeada o al menos así se la está representando en el texto. Pero no es así. Este es el escenario y la proyección del poder como factótum ejecutivo. Ocurre (para comprender mejor) que la sucesión de los actos y de los días de gobierno van amalgamando resortes y consecuencias que -a otros ojos y a otros niveles- resultarían totalmente inadmisibles. Se entra en un túnel muy oscuro de incomprensibles medidas y reestructuraciones, de decisiones y proyectos fallidos. Todo, en conjunción, configura lo que suele (o solía) llamarse régimen. Es la esfera de las decisiones, cualquiera sea la característica o la definición del gobierno. En todo entrará la interpretación de los que mandan, para hacer entrar auténticos galimatías como razonamientos de la cordura y el logos de la prosperidad y el fortalecimiento.

No es bueno desconfiar del poder de turno. Tampoco es bueno darle algo más que el voto. ¿Por qué será que tan contados prohombres entran en la historia cívica que se estudia? Casi todos van al bronce, pero eso no sirve para lavar culpas, errores y otros deslizamientos mucho más graves e imperecederos. La palabra corrupción ya la usaban los griegos y no le era ajena a Platón en sus discursos y escritos. Pero la acción corruptiva de estos tiempos sí que tiene otras connotaciones. Y para desencanto y frustración de quienes todavía recuperan la honestidad como valor, es una palabra que tristemente iguala.

Erasmo era sencillo cuando concretaba: Cuanto mayor es el poder, tanto más daña si recae en un hombre malo o necio. Porque aunque hasta el momento no haya sido nombrado, es el amor, el auténtico amor al pueblo, lo que salva a una conducción política del sello ideológico de que se trate.

Es el amor, el auténtico amor al pueblo, lo que salva a una conducción política del sello ideológico de que se trate.

Para mandar, hay que componer un personaje. Y esto lleva cierto tiempo de adiestramiento de acólitos, de persuasiones graciosas, de lavados de cerebro.