Tribuna de opinión

La honorabilidad de Fernando de la Rúa

Por Guillermo Moreno Hueyo y Roberto Rodríguez Vagaría

Por su propia elección, nos tocó asumir la defensa de Fernando de la Rúa en el pedido de expulsión de la UCR de la Capital, formulado por una dirigencia de la que ya no se tiene memoria. Los argumentos del pedido fueron precariamente endebles y no ajustados a la realidad de un análisis serio de la crisis que le tocó vivir al presidente. Algunos de los temas incluidos en aquella petición, se referían al inexistente cohecho en el Senado de la Nación,

En corrillos partidarios y sus audiencias planteamos por qué interpretar los hechos desde el negativo “piensa mal y acertarás”, y no desde la Teoría Histórica de la interpretación de los casos internacionales o internos, analizando las conductas de los Estados y las personas en sucesos semejantes e idénticos en distintos períodos, agregando los antecedentes individuales. Es que esta conjunción irradia mucha luz y permite prever actitudes ante el delito o la represalia, ante el poder desmesurado y la indefensión del ciudadano, la maquinación y el mero yerro político, el árbol que da leña o la leña del árbol caído.

Ayudamos a razonar, tan sólo, porque la sucesión de procedimientos y sentencias judiciales determinaron en el caso del Senado que no hubo hechos delictivos, ni pruebas materiales, ni testimonios incriminatorios, ni seriedad acusatoria, ni sustancia. Ni en el ámbito de la Justicia, ni en el partidario prosperó tanta inquina, tanta maquinación mendaz, tanta colusión entre servicios de inteligencia y el Juzgado de Instrucción.

Antes y ahora, nos preguntábamos en voz alta por qué las líneas argumentales acusatorias apuntaron siempre en una dirección endeble. Por ejemplo, en el caso del Senado ¿Era acaso lógico pensar que las comunicaciones entre senadores nacionales fuesen anónimos que advirtiesen entre pares que alguno se había quedado sin cobrar?¿Podía ser ése el método habitual, consensuado, vinculante y creíble?

Por qué personalidades de la pluma y la palabra han preferido -hasta ahora mismo- hincar el diente en el argumento de que se extingue la causa del Senado por el mero paso del tiempo y no porque nunca hubo pruebas concretas en quince años de trámite. Incluso el Tribunal Oral Federal Nº 3 no sólo ratifica que no hubo pruebas sino que afirma que los hechos mismos no existieron. En tanto se responsabiliza a la antigua “Side K” y al juez instructor de haber creado, manipulado y hasta reescrito la causa sirviéndose de dos “inimputables” morales, con antecedentes mendaces, lo que sí es un escándalo fulgurante no ventilado.

No hubo hasta hoy investigación sobre aquella Side, ni sobre el juez federal de origen, también acremente observado por el Consejo de la Magistratura por otros casos.

Era preferible, pareció, esperanzarse con probar que Fernando de la Rúa era un corruptor. Por cierto que no indicaban así sus antecedentes y sus servicios prestados al país desde el Senado, la Cámara de Diputados, o el gobierno de la Ciudad Autónoma.

En la historia argentina ha habido presidentes víctimas de la maledicencia. Como Santiago Derqui, Luis Sáenz Peña (que fue capaz de convocar al gabinete a los propios jefes de la Revolución del ‘90), Roberto Ortiz (comprometido a terminar con el fraude y a enfrentar a los nazifascistas criollos).

Posiblemente el más injuriado y jamás llevado a los estrados fue Arturo Frondizi, y el más ridiculizado en ejercicio, Arturo Illia. Ambos tocados por el venticello de la reivindicación tardía.

En política activa se puede fracasar o tener éxito. Lo que no se puede hacer es adormecer la honestidad, olvidar la ética elemental, atacar la Constitución, usar las manos para meterlas en las “latas”, las “cajas”, las “valijas”, los “subsidios”, las regalías extraviadas, los mayores costos y eludir a la Justicia sin escrúpulos.

No fue así como actuó Fernando de la Rúa a lo largo de su vida pública.

Algunos prefieren verlo como el presidente que se fue en helicóptero, olvidándose de otros helicópteros, cañoneras; de otros vuelos, otros condenados. Incluso prefieren recordarlo por las 48 horas de Estado de Sitio, olvidando que hubo presidentes que gobernaron todo su mandato con ese recurso institucional, y con estado de guerra interno.

Medio vaso vacío, medio vaso lleno. Para nuestro razonamiento es suficiente el crédito moral recuperado por un ciudadano singular que fue presidente de la República sin mácula alguna, como se ha demostrado fielmente en todas las causas que afrontó con valentía y residencia permanente en su país.

Para nuestro razonamiento es suficiente el crédito moral recuperado por un ciudadano singular que fue presidente de la República sin mácula alguna.