El Mercosur en dos tiempos

Por Renato L. R. Marques (*)

Los negociadores del Tratado de Asunción -que creó el Mercosur hace 25 años- tendrán distintos motivos para celebrar la fecha, según sus expectativas y motivaciones.

Habiendo integrado ese grupo desde sus comienzos, creo no equivocarme al decir que todos los integrantes de los equipos técnicos -pese a sus diferencias puntuales- estuvieron movidos por un sentimiento de participación en un grand design, en un proyecto histórico y trascendente, que iba más allá de la tradicional coreografia integracionista latinoamericana, marcada por una retórica grandilocuente y menguados resultados. Nutrían así una firme convicción de que el proyecto debería firmarse progresivamente, sin atropellos, vale decir, sin atender a los reclamos de los que insistían en mimetizarse con el modelo europeo desde su inicio y adoptar inmediatamente instituciones supranacionales como las creadas por el Tratado de Roma. De esas visiones maximalistas -típicas del carácter romántico de los ensayos integracionistas anteriores- surgirán las críticas iniciales a la institucionalidad en gestación.

Buscábase superar años de retraso en el aprovechamiento de las complementariedades regionales, cercenadas por viejos planes de sustitución de importaciones y rivalidades politicas. Asimismo, se buscaba promover la competencia a través de la apertura de los mercados intrarregionales y de su mayor exposición al exterior. No por casualidad distintos sectores de las economías de cada uno de los socios habrían de movilizarse en un primer momento contra la iniciativa.

Las mudanzas sufridas por el proyecto original, son fácilmente explicables por los cambios hacia la izquierda ocurridos en los gobiernos de la región. La dimensión económica y comercial del Mercosur cedió lugar a una creciente orientación política y social, al punto de que el Mercosur alumbrará, de manera accesoria, instituciones más recientes como la Unasur. La vocación autárquica y proteccionista de esos regímenes acentuó la proliferación de medidas restrictivas al comercio intrabloque y generaron una creciente desarmonización del Arancel Externo Común (AEC). Por añadidura, no lograron crear mecanismos que facilitaran la deseada complementariedad.

El gran éxito apuntado en el comercio automotor poco o nada debe a los gobiernos. Su intercambio está regido por distintos Acuerdos de Complementación Económica en el ámbito de Aladi (fuera por lo tanto del Mercosur), que reflejan la estrategia de distribución espacial de la producción de las multinacionales en la región, con reglas de administración del comercio no siempre aceptadas por la OMC, pero que operan con la misma funcionalidad verificada en los viejos acuerdos sectoriales de la extinta Alalc. De ellos, el de máquinas de oficina es el gran modelo.

No sorprende así que las exportaciones brasileñas para el grupo estén al nivel de 2006, cuando alcanzaron US$ 12 mil millones, y que el ritmo de crecimiento de nuestro comercio con la región esté muy abajo del registrado con otras partes del mundo. Como si fuera poco, el Mercosur favoreció incursiones políticas controvertidas al suspender el Paraguay y promover el ingreso de Venezuela con criterios de naturaleza más ideológica que técnica.

Todo esto nos alerta sobre la necesidad de rever las condiciones de funcionamiento del Mercosur, para que pueda retomar sus objetivos originales de estímulo a las actividades económicas de sus socios y de aprovechamiento de las ventajas comparativas regionales.

Para eso, el Mercosur no debe encerrarse en sí mismo, sino actuar como un instrumento que facilite la inserción de sus integrantes en las grandes cadenas de producción globales. Esto implicará una mayor libertad de acción para sus miembros, de modo de evitar las dificultades de negociación impuestas por el heterogéneo conjunto. Trátase de liberar el dinamismo de cada una de las economías ante los desafios impuestos por una coyuntura que seguramente no es propicia para todos en este momento. Entre tanto, el Mercosur tendrá que superar su crisis y buscar una nueva identidad, más apropiada a los nuevos tiempos. Caso contrario, el Mercosur -a pesar de todo el ruido generado - tenderá a conformarse a través de esos sucesivos partos de los montes en la malograda historia de la integración regional latinoamericana.

(*) El autor es embajador brasileño retirado y negociador de los principales acuerdos constitutivos del Mercosur, desde sus orígenes (1989 a 1999).

El Mercosur no debe encerrarse en sí mismo, sino actuar como un instrumento que facilite la inserción de sus integrantes en las grandes cadenas de producción globales.