ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

¿Adolescentes o niños sexuados?

Por Luciano Lutereau (*)

En nuestros días, cabe preguntarse hasta qué punto la adolescencia es una experiencia vigente. Si en otro tiempo era la época de la rebeldía y la búsqueda de la independencia económica, actualmente se advierte que los jóvenes que esperaban el minuto en que podrían huir de la mesa familiar, hoy permanecen apáticos e hiperconectados junto a los pantalones y polleras de sus padres. Y, respecto de la variable económica, no sólo existen los casos de aquellos que la consiguen y aún continúan viviendo bajo el techo parental, sino también la situación de los que desde el exterior comprueban su máxima dependencia en lo monetario, pero también en lo afectivo. En cierta medida, se impone la pregunta: ¿adolescentes o niños sexuados?

En este punto, para trazar una distinción podría proponerse la siguiente sugerencia: ¿existen los niños darks? Esta indicación, que parece un tanto irrisoria, sin embargo apunta a una cuestión crucial. Lo dark, lo oscuro, expresa algo más que una moda pasajera. Podría ser reconducido al talante melancólico del suicida Werther (y sabido es que ese límite en que se arriesga la propia vida no es un rasgo accesorio en la adolescencia, como bien lo demostraron también Romeo y Julieta); pero también, de manera más reciente, a lo punk o a su forma actual, lo emo. ¿Por qué la oscuridad sería una coordenada estructural de la afectividad adolescente?

Piénsese, una vez más por comparación, en el caso de los niños. En éstos se denuncia ocasionalmente el “berrinche”. Para los adolescentes se reserva la crítica (desde el mundo de los adultos) de su “malhumor”. La distinción podría ser elucidada del modo siguiente: si el niño se encuentra en posición de objeto (y desde ahí inquieta al Otro al mostrarse como ingobernable), el adolescente es quien puede regresar a esa posición, pero de una manera harto más incómoda: con su ánimo sombrío el adolescente hace sentir su malestar, lo enrostra, pero de un modo que sortea el conflicto. No se trata de que exprese su enojo, sino de que lo encarne, lo haga visible, al ponerlo ante los ojos.

En este sentido, bien puede advertirse que esta posición no es privativa de los jóvenes. Hay algunas llamadas “personas mayores” que jamás abandonaron esta posición que de manera sutil combina, a un tiempo, algo de victimización reivindicativa y denuncia de falta de comprensión. En el niño nunca encontramos esta intención de hacerle sentir al otro que “no entiende nada”.

Eso que decís “es cualquiera”, “nada que ver” y otras expresiones semejantes muestran cómo el lenguaje del adolescente delimita la indeterminación, la ineficacia para nombrar lo oscuro. El malhumor adolescente es una respuesta a la supresión del estado libre del conflicto, cuando la pasión interpretante del adulto se hace presente.

En su libro “Más allá del principio del placer”, Freud decía que el principal deseo que se manifiesta en el juego de los niños es el de querer ser como los adultos. La adolescencia se caracteriza por el rechazo de este deseo, sin que haya otro deseo que lo sustituya. De ahí su íntima relación con la melancolía.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

El lenguaje del adolescente delimita la indeterminación, la ineficacia para nombrar lo oscuro.