editorial

El problema es la inequidad

  • Argentina es considerado un país de ingresos altos, pero cuenta con un 30% de niños y adolescentes pobres.

La Argentina atraviesa en estos momentos un inocultable período de crisis en su economía, con niveles de recesión que el gobierno asegura estará en condiciones de superar a partir de los últimos meses del presente año.

No se trata de una experiencia novedosa para un país acostumbrado, lamentablemente, a cíclicas etapas de ajustes generados, sobre todo, después de épocas de bonanza que los gobiernos de turno no han sabido aprovechar para establecer verdaderas bases de crecimiento sostenido.

A pesar de este contexto adverso, la Argentina es considerada un país de ingresos altos. Puede que ésta parezca una aseveración errónea, pero el país se encuentra dentro de los 50 sitios con mejor calidad de vida promedio, en un contexto global conformado por casi 200 naciones.

¿Cómo es posible, entonces, que tratándose de un país rico refleje tan extendidos niveles de pobreza? De hecho, hace apenas algunas semanas Unicef dio a conocer un estudio en el que reveló que el 30% de las chicas y chicos argentinos de entre 0 y 17 años son pobres, y que el 8,4% es extremadamente pobre.

No se trató de una medición tradicional. Además de los niveles de ingresos, se tuvieron en cuenta otros 28 indicadores relacionados con áreas tales como nutrición, salud, educación, información, saneamiento, vivienda, ambiente, violencia, trabajo, juego e interacción.

El responsable de las áreas de Monitoreo y Evaluación de los programas de Unicef en Argentina, Sebastián Waisgrais, no dudó en atribuir estos niveles de pobreza e indigencia en niños y adolescentes al problema de la desigualdad. Esto explica por qué, a pesar de tratarse de un país con ingresos considerados medios o altos, millones de chicos -lo mismo sucede con jóvenes y adultos- son pobres.

Este dato no es menor, ya que refleja que los programas sociales implementados desde el Estado a lo largo de las últimas décadas no han logrado reducir estos niveles escandalosos de inequidad. De hecho, las políticas asistencialistas contribuyen a contener a las franjas de población que viven en la miseria, pero no siempre ayudan a ofrecerles las herramientas que les permitan superar esta contingencia.

Así, de la mayoría de los hogares más pobres, nacen niños que difícilmente podrán evitar esa condición a lo largo de sus vidas.

Según Unicef, un niño que vive en un hogar cuyo jefe es un asalariado no registrado tiene una probabilidad 3,4 veces más alta de experimentar privaciones, comparado con un niño que reside en un hogar cuyo jefe es un asalariado registrado.

La desigualdad no es un problema exclusivo de la Argentina. Según la Organización Internacional Oxfam -que nuclea a 17 entidades que luchan contra la pobreza a escala global-, en el mundo, 70 millones de personas cuentan con más bienes que 6.930 millones de individuos juntos. Es decir que el 1% del mundo tiene más que el otro 99%.

Las 80 personas más ricas del planeta ganan lo mismo que los 3.500 millones más pobres. Entre marzo de 2013 y el mismo mes de 2014, esas 80 personas incrementaron su riqueza en 668 millones de dólares diarios. Las estadísticas elaboradas por esta organización resultan escalofriantes: el número de millonarios en dólares pasó de 10 millones de personas en 2009 a 13,7 millones en 2013.

En este contexto cruel, Latinoamérica sigue siendo en subcontinente más desigual del planeta. En definitiva, la pobreza no parece ser el mayor de los problemas. Lo más grave, continúa siendo la inequidad.