De domingo a domingo

El Gran Deschave K: el episodio López

Hugo Grimaldi

DyN

Si no fuese algo tan triste debido a las múltiples y dañinas consecuencias a las que ha llevado a la Argentina el proyecto kirchnerista de más de una docena de años, sería apasionante y tentador registrar en una crónica o en un guión la silueta a trasluz de un solitario actor, moviéndose en el frío de la madrugada y en el medio de la nada, tirando valijas por encima de la tapia de un convento. La detención, los nueve millones de dólares, los atisbos de locura, los sobreprecios y las conexiones directas desde su Santa Cruz de adopción, con un poder que de modo casi omnímodo rigió la vida y haciendas de los argentinos durante la primera parte del siglo le dan a toda la escena un elocuente marco de espectacularidad.

Hasta la simpleza del nombre y el apellido del personaje, emblema de guía telefónica que acentúa su modo de pasar inadvertido, le agrega mucho glamour a la historia, máxime cuando desde la política se recuerda a aquel otro José López, el brujo de Perón, quien en 1974 ayudó a destruir a otra presidente. Sin embargo, no conviene perderse tanto en la periferia de estos datos casi de color si se ha de analizar la amarga verdad que sale a la luz por estos días, aún mucho más profunda que la conmoción pública que provocó la detención del ex número dos de Julio de Vido.

Se trata de la evidencia de la imposición de una matriz de gobierno que ha reducido al país en estos años a la categoría de paria y que ha transformado a aquellos gobernantes en ejecutores de un verdadero crimen de lesa humanidad. La corrupción es “un camino resbaladizo y cómodo... que asesina”, acaba de decir de modo más que oportuno el Papa, aunque no en referencia estricta a este tema. Y si bien la frase de Francisco es casual, tampoco resulta ociosa en relación a la Argentina, ya que la plata del Estado que se fue en corrupción no se volcó en hospitales, ni en el Pami, ni en educación, ni en planes sociales que ayudaran a los más necesitados.

Igualmente, en este culebrón del gran deschave kirchnerista tampoco puede dejarse afuera la interna de la Iglesia, íntimamente ligada al lugar donde López fue apresado, un monasterio mandado a construir cerca de Luján por alguien enfrentado desde siempre a Jorge Bergoglio, el arzobispo Rubén Di Monte, escandaloso ex titular de Cáritas, quien hasta su muerte, hace unos tres meses, parece que recibía con alguna frecuencia en el lugar al secretario López junto a su jefe, De Vido. Mientras tanto, el propio Papa ha quedado salpicado de modo indirecto, porque ha tenido gestos de acercamiento hacia el kirchnerismo.

Lo que muchos no conciben es que, justamente él, no tenga bien en claro que el período anterior se caracterizó por una serie de inmoralidades disfrazadas bajo el ropaje del asistencialismo: instalación rampante del narcotráfico, consumismo e inflación, crecimiento de la pobreza extrema, educación de mínima calidad, tolerancia a los piquetes, no criminalización de las protestas, guiños hacia la toma de empresas, viviendas o terrenos y amor por el corto plazo, todas tareas de base que, bajo la zanahoria de la inclusión, minaron la resistencia de los más humildes, les hicieron abandonar la cultura del trabajo y los dejaron sin dignidad y a merced de “los planes” a partir de la mentira planificada, la compra de voluntades, el divorcio con el mundo, el desplazamiento del sector privado, el intento de cooptar a la Justicia y el ataque a la prensa independiente.

La decadencia de todos estos años y hasta la perversa naturalización de esos desvíos se ha manifestado, por el contrario, en innumerables hechos y situaciones de degradación que han hecho virar a la sociedad hacia aspectos inauditos de dependencia estatal y muy por fuera de los parámetros de progreso y de escalabilidad social que fueron, a pesar de otros populismos partidistas y militares del siglo pasado, marca registrada de la Argentina hasta la crisis de 2001. De esta forma, en el período más glorioso de los 200 años de independencia en materia de planetas alineados, en el que el mundo jugó a favor porque con bajas tasas de interés el precio de los productos de exportación aportó divisas como nunca, la historia contará que en la “década ganada”, antes que invertir todas esas divisas en el bienestar general, se asistió paradójicamente en nombre del Estado, a su destrucción.

Y eso, a favor de un difuso “proyecto” que ahora se verifica como de indubitable matriz corrupta. Cuando se decía que había sido el “viento de cola” y la soja, el kirchnerismo le opuso, a instancias de este López precisamente, aquello del “no fue magia”, tarea que desde el soporte económico keynesiano le vino a aportar a Cristina la verborragia académica de Axel Kicillof, al tiempo que le brindó una excusa para justificar los subsidios, el cepo cambiario, el cierre de muchas exportaciones y, sobre todo, la preeminencia del Estado en la obra pública y la necesidad de tener a mano un funcionario todoterreno, como el ex secretario ahora preso.

Si bien haber visto casi en tiempo real la valija con tanto dinero malhabido en el baúl de un auto fue algo muy fuerte para millones de personas, mucho más que los dólares recontados en La Rosadita que, por impersonales, nunca se sabrá realmente de quiénes eran, toda la historia ha resultado aún mucho más dolorosa para quienes sienten que han sido defraudados, todos aquellos que, de modo genuino, han creído en el “proyecto” que los Kirchner envasaron como una utopía. Tanta gente de bien, muy necesaria para equilibrar desde un discurso ideológico diferente la alternancia democrática, ha recibido un doble golpe: si se comprobara, el fraude por asociación ilícita para delinquir que llevó a la dilapidación de los recursos de todos, pero además la defraudación moral, que les ha hecho tomar conciencia de que el relato era para embaucar.

Cómo no van a estar desilusionados estos kirchneristas de a pie si esos impúdicos fajos que mostró la televisión les ha permitido sacarse la venda y comprobar que toda esa lista de iniquidades descriptas tampoco había sido “magia”. No le pasó lo mismo, obviamente, a quienes han buscado por estos días atajos varios para seguir negando los datos objetivos que aporta la realidad. Esta variante se vio claramente, desde ya, en la dirigencia más K desde donde, con menos candidez que aquella otra militancia, las reacciones fueron desde manifestaciones de sorpresa a otras de indignación, casi como si López hubiese sido un “lobo solitario” totalmente ajeno a la estructura piramidal que lo cobijaba hacia arriba.

Así, candorosamente se manifestaron legisladores, ex funcionarios y no tanto los de La Cámpora, mientras que algunos hicieron una notoria sobreactuación. Luis D’Elía, por ejemplo, dijo que López era “un traidor y cómplice de Macri”, como si su tarea al servicio del anterior gobierno hubiese sido puesta en evidencia por el actual y concertadamente con él, para tapar cuestiones de ultra-coyuntura en materia económica y social. En tanto, en medio de sus desbordes, Hebe de Bonafini aseguró que “los medios lo infiltraron a López”, un hombre que llevaba más de 25 años de cercanía con los Kirchner, para destapar las ollas de estos momentos. En tanto, Pacho O’Donnell le sugirió a Cristina Fernández que pida “disculpas como un gesto de dignidad” y el ex Carta Abierta, Ricardo Forster, que diese “una explicación”.

Ni una cosa ni la otra. Siguiendo la vieja táctica del kirchnerismo de enlodar a todos para que, en el barro, no se noten las manchas propias, lo que hizo la ex presidente fue partir de una verdad de Perogrullo. En realidad no se sabe si por miedo, por sus viejos prejuicios anti-empresarios o por una estrategia político-judicial dijo lo obvio y emparentó los eventuales cobros del funcionario con los pagos de coimas de los constructores, aunque bajo un argumento absurdo desde el punto de vista de la responsabilidad funcional: “Yo no le di la plata”, certificó.

En realidad, lo que ella quiso dejar asentado fue que el dinero lo recibió López de quienes se beneficiaban con sus adjudicaciones con sobreprecios, aludiendo a aquella famosa lista de concesionarios de la obra pública que había difundido el gobierno anterior que integraban muchos más que Lázaro Báez y donde había algunos amigos y parientes de Mauricio Macri. De la cadena de responsabilidades que parte desde la firma del Presupuesto, ni una palabra, ni mucho menos dijo nada de los intendentes o de los gobernadores amigos, beneficiarios de cientos de obras públicas que ahora habría que investigar cuánto costaron y, sobre todo, si para recibirlas tuvieron que dejar algún peaje.

Julio de Vido fue noticia también porque el día que se le dio media sanción al megaproyecto de jubilados, blanqueo, ratificación de devolución de fondos a las provincias y otras yerbas no apareció por la Cámara de Diputados ni siquiera para oponerse, en medio de un clima de velorio del bloque del Frente para la Victoria, que amenaza con disgregarse al comando de José Luis Gioja, titular del PJ, quien hace difíciles malabares para evitar el contagio. Esa misma tarde-noche, en un Senado con notoria desazón justicialista, con un número de votos más que holgado (85 %) y tras algún tropiezo no menor por un error de cálculo político, el presidente Macri logró imponer a sus dos candidatos para la Corte Suprema, el radical Carlos Rosencrantz y el peronista Horacio Rosatti. Extraña, pero gratificante alegoría también la de este último jurista, ya que llega al más alto tribunal de Justicia del país como un reconocimiento a su trayectoria, que incluye la dignidad de haber renunciado al cargo de ministro de Néstor cuando no quiso avalar con su firma una licitación para construir tres cárceles que propiciaba nada menos que el personaje de la semana, José López. Más allá de que sería saludable que develara el entuerto, se trata de una parábola que ojalá la ciudadanía sepa interpretar.

Cómo no van a estar desilusionados estos kirchneristas de a pie si esos impúdicos fajos que mostró la televisión les ha permitido sacarse la venda y comprobar que toda esa lista de iniquidades descriptas tampoco había sido “magia”.

La decadencia de todos estos años y hasta la perversa naturalización de esos desvíos se ha manifestado en innumerables actos y situaciones de degradación que han hecho virar a la sociedad hacia aspectos inauditos de dependencia estatal.