El combate contra el narcotráfico

Los barrios, territorios en disputa de los pibes sin calma

  • En Rosario, los menores son víctimas y victimarios de las luchas por el manejo de la venta de drogas. La narcocultura que empieza a mellar en la vida cotidiana.
Los barrios, territorios en disputa de los pibes sin calma

La canchita de Defensores de América, en el noroeste de Rosario, escenario de un violento tiroteo. Foto: Gentileza La Nación

 

Germán de los Santos

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Corresponsalía Rosario

En “La balada de Al Capone”, un ensayo emblemático sobre la mafia y el capitalismo de mediados de los '60 (reeditado en 2009), Han Magnus Enzemsberger reproduce una cita del famoso gángster de Chicago: “Sólo soy un hombre de negocios, nada más”. El escritor alemán interpreta que la figura del mafioso se configura, ante la ausencia de competidores, en el mito del siglo XX. Y sugiere que lo que hizo ese “fantasma forjado por millones de mentes” fue dirigir un emporio que siguió la lógica de ‘la oferta y la demanda', y en el camino ‘se tomó trágicamente en serio la lucha contra la competencia'”.

El negocio de la droga en Rosario tiene más competidores que los que la ciudad puede soportar. Y esto se traduce de manera trágica en las calles, en las venas de los barrios, donde las víctimas y victimarios son en su mayoría los pibes ametrallados por un sistema político que no los identifica en las fronteras difusas, ni de un lado ni del otro.

El 29 de marzo pasado los límites frágiles se rompieron en mil pedazos en la canchita de Defensores de América, un club ubicado en Casiano Casas, en la zona noroeste de Rosario. En ese pulmón verde separado por alambrados del resto del barrio se desató un tiroteo cuando practicaba la categoría 2008. Dos chicos de 7 y 8 años fueron alcanzados por las balas.

A media cuadra de la cancha de fútbol, dos bandas se enfrentaron. Usaron ametralladoras y dispararon entre 50 y 60 balas.

Mario, el padre de Gino, uno de los niños que sufrió una fractura expuesta, es policía y dijo estar convencido de que detrás del tiroteo entre dos bandas en la zona noroeste estaba el grupo narcocriminal que atentó en octubre de 2013 contra la casa del entonces gobernador Antonio Bonfatti. “Se pelean por territorio. El que gana maneja la zona para vender drogas”, afirmó el efectivo que se desempeña en la Policía de Acción Táctica, y conoce el lugar, donde vive y también patrulla.

El personaje al que todos se refieren es Emanuel Sandoval, conocido como “Ema Pimpi”. Este muchacho estuvo procesado por el atentado a la vivienda del ex gobernador, pero Bonfatti retiró la imputación en su contra en noviembre pasado. Y en febrero, se selló un juicio abreviado, en el que admitió haber atacado la casa del actual presidente de la Cámara de Diputados de Santa Fe. Fue condenado a tres años y medio de prisión pero como ya había cumplido gran parte de su condena en prisión domiciliaria quedó en libertad.

“Hay un reacomodamiento del gerenciamiento narco y en los barrios hay una interna desesperada entre los muchachos que tienen armas y drogas que se matan entre ellos para ver cómo se acomodan”, señaló el diputado Carlos del Frade, quien elaboró un informe de situación de este problema, que presentó en la Legislatura.

El lenguaje del gatillo

La otra historia que arrincona los eufemismos que desde el Estado supuran para abordar el tema es el de Adrián Mansilla. Este pibe de 12 años vino hace cuatro años de Chaco.

Fue asesinado el 11 de junio 2014 de tres tiros, uno de ellos, en el ojo. Era “soldadito” en Magallanes al 300 bis, en pleno barrio Ludueña, en el oeste rosarino. La muerte lo encontró arriba del techo de un búnker donde iba a pasar la noche, con un brasero para calentarse y un revólver calibre 38 para defenderse de los ataques de grupos rivales. El único disparo que hizo no dio en el blanco y quedó incrustado en un auto abandonado. Sus atacantes, que se movían en moto, huyeron. Él quedó en el techo del quiosco de drogas que había sido allanado en abril de 2013, cuando arribaron los 2.000 gendarmes.

El lenguaje del gatillo había aparecido unos minutos antes en Ludueña. Otro pibe cayó a las pocas cuadras, en el mismo barrio. Mauro Riquelme, de 18 años, recibió un balazo en medio de un tiroteo entre bandas; murió tres días después en el hospital Eva Perón. Era hijo de Héctor Riquelme, quien fue condenado a 16 años de prisión como autor material del asesinato de Mercedes Delgado, una militante social que trabajaba en un centro comunitario y murió al quedar en medio de un enfrentamiento entre bandas, el 9 de enero de 2013.

Riquelme pidió el 28 de junio pasado a los jueces Daniel Acosta, Carlos Carbone y Georgina Depetris que revean su condena con el mismo argumento o excusa que perfora los barrios y configura esa cadena de muerte. Planteó en la audiencia que actuó en “legítima defensa” pero que no quiso matar a Mecha. “Le tiroteaban la casa desde hacía dos días sin intervención policial y se vio en la necesidad de repeler la agresión para defender a sus nietos, de 3 y 5 años, que estaban en la casa”, dijo en la audiencia su abogado Rodrigo Mazzuchini.

Los barrios, territorios en disputa de los pibes sin calma

La presencia policial forma parte de la postal de los barrios. Foto: El Litoral

Narcocultura

“Las agencias narco son productoras de cultura y son muy difíciles de enfrentar con los dispositivos sociales y comunitarios que tiene hoy el Estado”, asegura Horacio Tabares, director de Vínculo, Centro Comunitario de Salud Mental, una institución que hizo pie en el barrio Empalme Graneros, al oeste de Rosario, hace casi 30 años, cuando a partir del trabajo en una la escuela Media Nº 251 empezaron a percibir con otros docentes la presencia de la droga y el problema de las adicciones.

Tabares, de formación académica psicólogo clínico y social, sugiere que debe repensarse el abordaje con los niños y jóvenes que están involucrados en el ambiente de la comercialización y consumos de drogas porque “es necesario crear nuevas condiciones y espacios de contención para ir al rescate de subjetividades totalmente alienadas”. Y aporta ejemplos cotidianos para dimensionar “la gravedad de la situación”.

“En nuestros trabajos preventivos, los docentes nos informan de casos de chicos pequeños, de entre siete y diez años, que en sus juegos repiten escenas de lo que se denomina la tranza de drogas. Hay niñas que plantean que quieren ser novias de los merqueros”, cuenta Tabares. El director de Vínculos aporta que “esta situación no es extraña”.

La Casita

Oscar Lupori, docente de la Universidad de Rosario y responsable del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, está al frente de La Casita, una institución que trabaja con unos 120 chicos de 9 a 16 años en tareas recreativas y talleres. En su mayoría, son del barrio 7 de Septiembre o del Fisherton pobre, en el oeste rosarino.

“El narcotráfico tiene un engranaje muy aceitado en los barrios más pobres. Mucha gente vive de la droga. Los pasadores, los que hacen delivery, los soldaditos y los que venden a los grandes”, explicó Lupori, que concluyó: “No es sólo el dinero; hay una narcocultura que se impuso y que nadie quiere ver. Aquellos que representan la legalidad, como la policía o los jueces, son lo contrario, han pervertido aún más el territorio”, apuntó.

 
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Oscar Lupori: “Mucha gente vive de la droga”. Foto: Internet

Ni un pibe menos

  • Bajo la consigna “Ni un pibe menos”, organizaciones sociales y entidades que tratan el problema de la droga elaboraron un petitorio para ser entregado a las autoridades. Horacio Tabares demarcó un mensaje esperanzador.

“La sociedad se empezó a dar cuenta de que esto se tiene que acabar. El poder de ellos, de los narcos, no son sólo las vinculaciones con la policía y con el poder político, sino que la sociedad está retraída por miedo o por temor. Y eso se empieza a revertir”, sostuvo el psicólogo en diálogo con El Litoral, en un acto en el que estuvieron también referentes de la Comunidad Padre Misericordioso, la Asociación Nazareth y la Corriente Clasista y Combativa (CCC), entre otras entidades.

“Me parece que los que están empujando a que este tema sea visible y con la necesidad de que sea abordado con seriedad son las organizaciones de la vida civil. Son los que vemos el drama de los pibes en estado de desamparo, que son la variable de ajuste de los enfrentamiento de los grupos narco”, planteó Tabares.

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Tabares:

“La sociedad se empezó a dar cuenta de que esto se tiene que revertir”. Foto El Litoral

Víctimas y victimarios

  • Según datos del Ministerio de Seguridad de 2015, un 20% de los detenidos este año es de menor de edad. Incluso, bajó a 11 años la edad en que los pibes empiezan hacer sus primeras armas en el delito. Sobre un total de 8.261 personas detenidas por distintas situaciones delictivas, 1.583 eran menores.

Ese doble estándar de víctimas y victimarios se empezó a traslucir en 2013, cuando la Municipalidad de Rosario hizo un relevamiento sobre los heridos que ingresan en los hospitales públicos. Ese trabajo de seguimiento permitió realizar algunos recortes en el análisis. El 40% de los heridos con armas de fuego se encuentra en la franja etaria de entre 15 y 24 años, en su mayoría sin estudios secundarios.