editorial

  • Quien no observe los evidentes paralelismos que existen entre la historia reciente de la AFA y la historia reciente de la Argentina, sufre de una profunda miopía.

La AFA, un espejo de la Argentina

¿Por qué lo que sucede en el fútbol argentino debería ser diferente a lo que ocurre en otros ámbitos de la vida política y social del país?

De hecho, quien no observe los evidentes paralelismos que existen entre la historia reciente de la AFA y la historia reciente de la Argentina, sufre de una profunda miopía o padece de un grado patológico de necedad.

Desde finales de los setenta, la Asociación del Fútbol Argentino fue manejada de manera autocrática por un hombre como Julio Humberto Grondona, a quien con sorna muchos llamaban “el Padrino”, en obvia referencia a la mafia.

Tres décadas y media fue tiempo suficiente para que las instituciones de la República, el mundo del fútbol o la sociedad en general, hicieran lo necesario para acabar con esto. Sin embargo, y salvo honradas excepciones, todos prefirieron mirar hacia otro lado y permitir que esta situación oscura y perversa perdurara en el tiempo. A esta altura de las circunstancias, nadie puede alegar ignorancia.

Con la muerte de Grondona, todo comenzó a desplomarse. Muchos hicieron lo posible para que el esquema de corrupción continuara funcionando. Sin embargo, ante la ausencia de quien ostentaba el poder absoluto, no fue fácil sostener ese status quo, máxime cuando el poder político que lo respaldó en los últimos años también se derrumbaba luego de perder las elecciones generales de fines del año pasado.

Mientras esto sucedía en el fútbol a lo largo de tantas décadas, la sociedad argentina en general también daba muestras de sentirse cómoda con un mandamás de turno, aunque esto significara avalar las mismas conductas mafiosas.

A mediados de los noventa, hasta el menos informado de los ciudadanos estaba al tanto de los escandalosos actos de corrupción perpetrados por el gobierno menemista. Sin embargo, aquel riojano audaz y comprador terminó siendo reelecto por casi el 50% de los votos.

Mientras el presidente de la República viajaba a más de 150 kilómetros por hora en una Ferrari Testarossa a Mar del Plata, la Argentina vendía de manera clandestina armas a Ecuador y Croacia. Quienes murieron durante la explosión en la Fábrica Militar de Río Tercero, ni siquiera tuvieron la posibilidad de saber cómo seguiría la historia.

Lo mismo sucedió con el kirchnerismo. Muchos de los casos de corrupción que ahora investiga la Justicia -paralizada hasta diciembre pasado- y por los que hoy muchos se rasgan las vestiduras, ya habían sido ventilados en 2011, cuando Cristina Fernández fue reelecta por el 54% de los votos.

Al igual que Grondona, la entonces presidente se convirtió en la depositaria de un poder absoluto. “Sólo hay que temerle a Dios... y a mí un poquito”, dijo públicamente el 6 de septiembre de 2012. Otra vez, salvo excepciones, a muchos no pareció preocuparles demasiado esa amenazante declaración en tiempos del “¡Vamos por todo!”.

En 2009, los destinos de la AFA y del gobierno nacional terminaron fusionándose de manera oficial, a través de la firma del acuerdo que dio nacimiento a Fútbol para Todos. Desde ese momento, el fútbol pasó a ser cuestión de Estado.

Otra vez aparecieron las denuncias de corrupción y los manejos turbios de fondos públicos. Y nuevamente, a pocos pareció importarles.

Mientras la sociedad argentina no asuma su voluminoso grado de responsabilidad en el decadente derrotero de nuestro país, las cosas no cambiarán demasiado. Los dirigentes, en definitiva, no nacen de un repollo.

El fútbol, la política, la Justicia y cada uno de los ámbitos sociales, son apenas escenarios. El problema, en todo caso, pasa por los actores y por los libretos elegidos.

El fútbol, la política, la Justicia o cada uno de los ámbitos sociales, son apenas escenarios. El problema, en todo caso, pasa por los actores y por los libretos elegidos.