Una necesidad: crear nuevas palabras

Por Enrique José Milani

El lenguaje se renueva constantemente con el agregado de palabras nuevas que suelen presentarse imprevistamente en boca de los hablantes y luego se propagan con más o menos suerte, según el impacto causado. Podemos decir que diariamente surgen nuevos vocablos y/o giros expresivos que van engrosando el vocabulario, le otorgan vitalidad, colorido y renovación, según la fuerza y oportunidad de su aparición. Muchas de esas voces trascienden el lugar de su nacimiento, cruzan fronteras y se instalan en nuevos pueblos o países.

Basándonos en un estudio realizado por el eximio lingüista y gramático Rodolfo Ragucci, traemos a colación algunas de estas voces con la asignación del lugar donde nacieron y/o se instalaron en el ámbito americano, por esto las denominamos americanismos. Comenzaremos con algunos argentinismos: bata, boyero (pájaro), gateado (caballo), hornero (pájaro), pacú (pez de río), sudestada (viento del sudeste), tatetí (juego), tatú (armadillo), urutaú (ave nocturna), viudita (pájaro), yarará (víbora). Bolivianismos: caluyo (baile indio), caraguay (lagarto), chabela (bebida), escolino (escolar), mucurí (aguardiente), tartancho (tartamudo). Colombianismos: calaguasca (aguardiente), coriana (frazada), chajuán (calor), neme (betún), paturro (rechoncho), picofeo (tucán), pichanga (escoba rústica). Cubanismos: calimbar (marcar ganado), chaparrado (bebida de ciruelas), matahambre (dulce de yuca), rusia (lienzo tosco), sajumaya (enfermedad de los cerdos), sitiero (dueño de finca), zacateca (sepulturero). Chilenismos: abastero (matarife), bartulear (cavilar), calamorro (zapatero tosco), catete (persona fastidiosa), jonja (burla), mamancona (mujer vieja y gorda), roto (sujeto de la plebe), vegoso (terreno húmedo). Ecuatorianismos: cimbrón (punzada), cuscungo (búho), chacana (camilla), charlón (charlatán), guácharo (huérfano), pondo (tinaja). Mexicanismos: achichinque (servidor), claco (moneda), cocol (panecillo), mitote (baile, fiesta), papachar (acariciar), papacho (caricia), tópalo (chal, mantón). Peruanismos: bejuqueda (paliza), camalero (matarife), conacho (mortero), chirapa (lluvia con sol), huachache (mosquito), tuco (búho), uta (enfermedad). Uruguayismos: cantimpla (tonto), manganeta (engaño, treta), níquel (dinero, moneda), chalón (manto), chapona (chaqueta). Venezolanismos: boche (bochazo, desaire), conduerma (modorra), olleta (guiso), sabanera (culebra), zaranda (trompo). Rioplatensismos: comprende voces comunes a Argentina y Uruguay especialmente, pero también a Paraguay e incluso Bolivia: cimarrón (mate amargo), chimango (ave de rapiña), chingolo (pájaro), milonga (tonada), mulita (armadillo), pebete (chiquillo), pororó (rosetas de maíz), tropilla (caballada), yerbera (vasija).

Hay otros países para incluir, pero la lista se haría muy extensa. Los ejemplos expuestos son suficientes para entender que un idioma, al par que pierde vocablos por olvido o descarte, sin descanso incorpora otros para expresar, con mayor amplitud y precisión, la realidad que constantemente sufre cambios y transformaciones.

El lenguaje se renueva constantemente con el agregado de palabras nuevas que suelen presentarse imprevistamente en boca de los hablantes y luego se propagan con más o menos suerte, según el impacto causado.