La luz que se derrama sobre las cosas

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Irma Verolín, poeta y narradora, nos entrega su último libro de poesía, “Los días”; el mismo fue ganador del Primer Premio en el certamen de la Fundación Victoria Ocampo 2014. Verolín ha obtenido también importantísimos premios en su obra narrativa.

 

Textos. Patricia Severín.

Los gatos se pasean por la casa al igual que las cosas. Lo cotidiano que da vida al mundo del adentro. Y de repente, esa paz difusa instalada en el hogar, se quiebra con la entrada de una mosca o una araña o el haz de luz que baja a iluminar cada fragmento, y se posa con insistencia, se refleja, penetra, se expande, se retrae: “y la luz/cae sobre la escena/casi perpendicular/como si no existiese otro lugar en el mundo/donde caer tuviera sentido.” Y también: “Y la luz lo sabe”.

¿La luz da vida a las cosas o son las cosas y los seres los que la justifican? Quizá, sea un ser omnipresente que se derrama sobre el mundo, sobre los recortes del cuerpo. Una mano, los ojos, el pelo, las uñas, forman la totalidad que no se nombra -pero se descubre-, a través del rompecabezas de las partes. Así es el universo de la poeta: retazos dispersos e iluminados que no intenta unir, y que se guardan con celo en una casa edificada en la colina. Su propio cerco y amparo enclavado en medio de la gran urbe.

Los ojos se encargan de registrar los minúsculos acontecimientos, cada movimiento leve, ese acto insignificante de puertas para adentro, que se llena de la magnitud del día. Son los ojos abiertos o cerrados- los que prevalecen y se imponen, porque al igual que la luz y la mirada, ellos saben.

La comida se ubica en el medio de los miedos; se interpone como muralla. Dulces que bajan de las alacenas y se dejan comer: “alimentos/ blancos/sagrados/me resguardan de entrar en el gran salón/de los miedos”.

Cucharitas, pantuflas, desayuno, puertas, vasos, hueco de la mano, meza y taza, mantel, gatos, pan, polleras, libros, pájaros, peces y perros escuálidos, son vitales a la hora de escribir el poema, vitales porque deambulan en ése ámbito cerrado que pocas veces se abre hacia el afuera. Y cuando la puerta cede, la lluvia trastoca el universo que no corresponde a la intimidad.

Con su amigo hablan por teléfono nadie entra al lugar sagrado del hogar, excepto los animales y las cosas elegidas-; hablan de otros amigos, de escritos y escritores, de lugares espaciosos como los patios; y callan otras cuestiones: la madre, los lugares de la infancia, el infortunio. “Nos espiábamos unos a otros/entre paredes delgadas hechas con franjas de luz”. Espacios en donde la luz no llega, donde la oscuridad se hace plena, tangible y total, como cuando la madre muere. “àme diría que acaba de morir mi madre/pero el silencio es lo único que existe aquí/ sólo mi mirada de niña se desteje/en la ya/constantemente repetida/profunda/profundísima oscuridad.”

Pero la luz es un ser poderoso que disuelve la negrura: “La oscuridad envuelve al vaso/pero el vidrio relampaguea”.

El bordado de cada uno de los días, sobre los retazos y el rompecabezas, dan por resultado la vida que cada uno elige vivir, cuando la luz se derrama sobre las cosas amadas. “De pronto/pude ver grandes círculos/de luz dentro de los almanaques/un sitio blando/donde apoyar mi cabeza y descansar”.

Este libro de Irma Verolín, “Los días” -Primer Premio Poesía, Fundación Victoria Ocampo 2014- tiene vasos comunicantes con el primero de sus libros de poesía, “De madrugada”. Aunque en éste último las figuras centrales son el padre, la madre, la niña, y la muerte que sobrevuela la vida familiar, el adentro cobra relevante significación al igual que las cosas que se observan y se detallan como en “Los días”. Lo nimio, lo mínimo, el detalle. Y en el afuera quedan los médicos, el hospital, el cuartel. También habita la luz, y las palabras que se dicen y que no se dicen. ”Ni luz ni oscuridad/ paso intermedio entre un mundo y otro”.

Verolín ha forjado la voz de su poesía en un mundo íntimo y cerrado, en donde el dolor se transforma en palabra, para dejarse ir como un suspiro hacia una lejana reparación que quizá aún este aguardando.

Irma Verolín

Es poeta y narradora. Nació en 1953 en Buenos Aires, donde reside. Obtuvo los premios Emecé, Fondo Nacional de las Artes, Encuentro de escritores patagónicos, Municipal Eduardo Mallea, Internacional Horacio Silvestre Quiroga e Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos y fue finalista de los premios Planeta Argentina de novela, Premio Fortabat y Premio Novela del diario La Nación. Publicó los libros de cuentos Hay una nena que gira (Torres Agüero, 1988), La escalera del patio gris (Ediciones Último Reino,1997), Una luz que encandila (Premio Ciudad de El Colorado, Formosa, 2010), Una foto de Einstein tocando el violín (Ediciones EM), Bs. As. 2012 (Primer Premio IX Concurso Nacional Macedonio Fernández de narrativa) y las novelas El puño del tiempo (Emecé, 1994) y El camino de los viajeros (Primer Premio Mercosur de Novela 1997, Editorial UNL, Santa Fe 2012), y para niños y jóvenes La gata sobre el teclado (Aguilar/ Alfaguara, 1997), La lluvia sobre el mundo (El Ateneo, 1998), La fantástica familia Fursatti (Métodos, 1989), El misterio del loro (Braga,1993) y La casa del cedro azul (con Olga Monkman, Métodos, 1992), De Madrugada (poemas, ediciones del Dock, 2015) entre otros. Ha escrito también la novela La mujer invisible, con la que obtuvo el Premio Eduardo Mallea, que permanece inédita. Es Maestra de Reiki, autora de ensayos literarios y de trabajos sobre autoconocimiento, apertura de la conciencia y calidad de vida.

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