ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

La duda del obsesivo

Por Luciano Lutereau (*)

El síntoma fundamental de la neurosis obsesiva es la duda. Sin embargo, ésta no consiste en un mero no saber, sino en una indeterminación del sujeto respecto de lo que sabe. Dicho de otro modo, la duda del obsesivo no es un “No sé”, sino un “elijo no saber” o, mejor dicho, me divido como sujeto respecto del saber.

Esta breve coordenada sintomática permite esclarecer ciertas manifestaciones que, en la vida cotidiana, pudiera parecer que se refieren a padecimientos yoicos que se expresan con términos como los de “falta de autoestima”, “inseguridad”, etc. Es el caso, por ejemplo, de un muchacho que consulta decepcionado respecto de su rendimiento en una carrera terciaria y, por lo tanto, piensa en abandonar los estudios. Interrogado al respecto, desarrolla que teme que no le vaya bien en los exámenes.

Le pregunto, entonces, por qué confunde obtener buenas calificaciones con el interés que podría sostener su elección en dicha carrera. Y agrego: sacar buenas notas es un indicador del tiempo que se tuvo para estudiar, de la confrontación con otras exigencias con que nos encontramos en la vida (este muchacho espera su primer hijo junto a su pareja... ¡y se preocupa de los parciales!), pero es extraño que eso ponga en cuestión una vocación. Queda tocado.

Me permito, entonces, un chiste que lo alivia: creer que el deseo se mide por los efectos, es decir, que los resultados garantizan nuestras decisiones, es un prejuicio demasiado burgués (se trata de un muchacho que se define como militante de izquierda). Se sonríe y continúa: el tema no son las notas como tales, sino que recuerda algo que le pasó hace poco; había leído un texto para una clase que tenía que dar en una materia, y se trabó, no podía dar cuenta de su lectura, “debo ser medio tonto”. En este punto, me desafía cuando espeta que se bajó una aplicación en el teléfono para adquirir nuevas “técnicas” de estudio.

“¿Qué problema técnico tenés?”, le pregunto. “Bueno, quizá no sé estudiar”, dice y se impotentiza en el acto (lo cual es un buen signo, una resistencia propicia). “¿Te parece? ¿En qué punto es que no pudiste dar cuenta del texto que leíste?”, lo interpelo para hacer de esa impotencia la puerta de entrada a algo mejor. “El problema es que yo leí el texto y a veces me pasa que no sé si estoy flasheando cualquiera”, dice. A propósito de la cuestión, relata que siempre tiene dudas sobre si lo que entendió es lo que dice el texto. “Qué extraño, ¿podría haber una lectura que sea idéntica a lo que el texto dice?”, le pregunto.

Por esta vía, lo que inicialmente era un padecimiento imputado a un déficit en el aprendizaje, se volvió una vacilación subjetiva, la incomodidad para tomar posición respecto de su conocimiento ante otros. Antes que de una capacidad intelectual en falta (por ejemplo, de atención), se trataba del trabajo que implica apropiarse de lo que se sabe. La duda con respecto a lo que dice el texto, tenía su otra cara en el temor de hacerle decir al autor algo que no decía. Pero, ¿no es lo que siempre hacemos? ¿Podría entenderse lo que alguien dice de una manera que no esté tocada por el lugar desde cual lo escuchamos?

En última instancia, este caso podría haber sido privilegiado para esas disciplinas ortopédicas que todo el tiempo intentan implantarle destrezas al sujeto, para que cada día pueda más cosas; pero sin interrogar lo singular del deseo que se pone en juego en el síntoma. En el caso del muchacho en cuestión, esa duda respecto de lo que sabía encontró un derrotero que, en su más tierna infancia, lo hizo negar la percepción de una escena vinculada con el erotismo. “No puedo creer esto que veo” es la demostración de que no alcanza con ver para creer, sino que creer siempre implica algún tipo de acto.

Los neuróticos saben, pero no siempre creen en lo que saben. El inicio de un tratamiento muchas veces supone dar este paso, para que la desmentida que nos permite andar en el día a día (y que hace, por ejemplo, que ningún fumador deje el vicio por más que sepa que fumar es nocivo) pueda ser la antesala de un síntoma analizable.

Ante una inhibición, la respuesta de un psicoanálisis es la restitución de un conflicto que permita descubrir una elección y la posibilidad de un acto. La oferta contemporánea de soluciones apresuradas (“técnicas” que, en última instancia, son “recetas”) tienen la desventaja de ser para todos (y, por lo tanto, para nadie), mientras en un análisis la vía del síntoma lleva a descubrir una singularidad irrescindible, en esas pequeñas decisiones que nadie puede tomar en nuestro lugar.

Hoy en día el desafío no es tener una vida exitosa, sino una vida auténtica.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires.

La oferta contemporánea de soluciones apresuradas (“técnicas” que, en última instancia, son “recetas”) tienen la desventaja de ser para todos (y, por lo tanto, para nadie).