Los Juegos Olímpicos que más disfrutamos los argentinos

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Paula Pareto, una de las doradas satisfacciones argentinas.

Si para un deportista el sueño es llegar a un juego olímpico, para un periodista deportivo que ha seguido la trayectoria de varios de ellos, también la cúspide es llegar a ellos. “Fantásticos e inolvidables”, así los define la enviada especial de El Litoral en este relato.

TEXTOS Y FOTOS. FABIANA GARCÍA.

Parece mentira que ya finalizaron los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, los primeros que se hicieron en Sudamérica, condición que provocó una inesperada concurrencia de argentinos que pudieron disfrutar de la manifestación más universal de deporte y cultura.

Fueron mis primeros Juegos Olímpicos, por lo cual no puedo compararlos con otros anteriores, ni podía dimensionar cómo serían. Sí me había propuesto, desde que Río fue elegida en 2009, que haría lo posible por ir, por el gran significado que tendría que, por primera vez, fueran en Sudamérica, un lugar cercano, más accesible, con la magia que inspira la ciudad maravillosa y porque también significaba para mí la posibilidad de acompañar a esta cita única a deportistas santafesinos y argentinos que pude conocer en estos últimos 15 años y que, quizás, finalizarían su carrera.

Si para un deportista el sueño es llegar a una Olimpiada, para un periodista deportivo que ha seguido la trayectoria de varios de ellos, también la cúspide es llegar a los Juegos.

Siempre percibí los Juegos como algo único, que mantienen su preponderancia a pesar de todo y todos los cambios que se producen. Cada cuatro años y durante 16 días, todo el mundo mira hacia los Juegos. Me reconozco fanática del Olimpismo, de haber hecho notas, mirarlos por televisión y escuchar los relatos de quienes habían estado en ellos... Sin embargo a pesar de esa experiencia previa, de haber estado en Campeonatos Mundiales de Atletismo, Juegos Panamericanos, y Odesur, los Juegos superaron todo, para lo cual pensé podía estar preparada y me equivoqué, porque me superaron por su magnitud, por sus estadios, por las figuras deportivas y por todo el trabajo que le pusieron, por la cantidad de argentinos que pudimos estar. Por eso fueron fantásticos e inolvidables.

DIVERSIDAD Y AMPLITUD

Lo que más me impactó de entrada fue la diversidad y la amplitud de culturas que convergen en los Juegos. Todo el mundo se hace presente y periodistas de todo el mundo acompañan a sus deportistas. Y allí estábamos todos en esa pequeña ciudad que era el Centro Principal de Prensa instalado en el Parque Olímpico de Barra Tijuca donde se concentraba la mayor parte -no todos- de los escenarios deportivos.

Dos edificios enormes reunían por un lado a la prensa escrita y por el otro a los comentaristas de la televisión mundial, que para cada país y cada lengua llevaban las mismas imágenes a todo el mundo. La diversidad me dejó sin reacción: en la misma mesa de prensa, había mujeres con la cabeza cubierta, eran periodistas de Irán, que seguían a deportistas de aquel país. Más adelante un hombre con turbante y barba, y camisa holgada escribía concentradamente un reporte para la India, un japonés hacía anotaciones con códigos letras- indescifrables para mi como lo habrán sido las mías para él.

Así transcurrimos en esa diversidad por los 16 días, trabajando bajo el mismo espacio, emocionándonos cada uno con las historias de sus deportistas, tratando de evitar cualquier distracción que nos quite la vista de las pantallas de la computadora. Sentí, creo que como todos, ese privilegio de estar y poder trasmitir a los que nos iban a leer lo que allí ocurría, con la sensación de que nunca encontraría las palabras adecuadas y suficientes para describir todo lo que allí ocurre.

Me llamó la atención, desde el primer día y hasta el último, “el turismo de los Juegos”: miles de personas de todo el mundo acudieron a Río, con la intención de seguir sus selecciones, sus deportistas. Para los europeos y norteamericanos especialmente es “algo habitual” que cada cuatro años se trasladen a donde se enciende la antorcha.

Desde el día en que inauguraron los Juegos, los habitantes del mundo se pasearon por Río, identificados con los accesorios más comunes o extravagantes. Todo vale, todo sirve, todo aporta color, todo es festejo y disfrute.

IDENTIDAD SUDAMERICANA

Los cariocas fueron buenos anfitriones a pesar de la desconfianza.

Mucho se habló de los Juegos en la previa, de la inestabilidad política, del clima de inseguridad, del terrorismo que había sacudido al mundo, de las obras inconclusas, defectuosas, del poco entusiasmo que tenían los cariocas en sus Juegos, que eran los primeros que se hacían en el historial olímpico en Sudamérica. Todo un acontecimiento, empañado, como suele ocurrir por esta región por hechos de corrupción que generan descreimiento.

Sin embargo, Río de Janeiro, su comité organizador y los miles de voluntarios supieron cumplir con el compromiso asumido en 2009, con otras circunstancias.

Todos íbamos a lo incierto, que nunca sabremos que tan alejado estuvo de ser cierto. Lo real es que nada ocurrió y más allá de algunas desprolijidades, Río 2016 tuvo una identidad muy sudamericana, con un mensaje muy claro plasmado desde la misma ceremonia inaugural. Eran los Juegos de la diversidad, donde había que amar las diferencias y privilegiar el planeta, los verdes intensos, el amarillo de la arena, los morros, el atardecer, el ritmo, la scola y sentirse invadido por la magia de las playas cariocas.

La organización de Río armó unos Juegos muy interactivos con el público valiéndose de su recurso por excelencia, el ritmo y el colorido. Cada estadio estuvo siempre con todo un equipo de sonido, bailarines y pantallas para “animar” al público aunque sea en 30 segundos en los que se detenía un partido. Un recurso que no falló y que muchos piensan en instalar en otros escenarios para que el deporte sea más atractivo.

¿Existió la rivalidad entre argentinos y brasileños? Si existió, y hubo que llamar a la reflexión en los estadios para que no pase a mayores. Se hizo más evidente los primeros días, cuando se produjo el choque visual entre la verde amarela y la celeste y blanca. Pero pasados los primeros días, el esplendor de los Juegos, las máximas figuras del deporte mundial, y los vasos de cerveza que eran coleccionables porque tenían el logo que identificaban algún deporte, hicieron olvidar el “decime que se siente” que enfurece a los brasileños.

BUENOS ANFITRIONES

Es posible que los cariocas no estuvieran convencidos de sus Juegos, pero igual los disfrutaron y fueron muy buenos anfitriones. Casi la totalidad de las personas involucradas se movieron por transporte público, el Metro y el tren, compartiéndolos con los 10 millones de habitantes que tiene la ciudad. A excepción de la línea 4, inaugurada exclusivamente para los Juegos, y que unía el fin de Copacabana con Barra de Tijuca, pero sin llegar hasta el corazón que era el Parque Olímpico con todas sus instalaciones. Para llegar hasta allí había que utilizar otro transporte el BRT, también inaugurado para los Juegos, flamantes colectivos de dos cuerpos que usaban vía rápida.

Precisamente la línea 4 fue el tema caliente de los ciudadanos de Río, la tremenda inversión ¿será utilizada después por ellos? ¿Es uno de los legados de los que tanto se habló? Solo entraron en funcionamiento por los Juegos y para las personas acreditadas y/o portadoras de entradas y la tarjeta Río Card para el metro, que por siete días costaba 160 reales, unos 750 pesos, para viajar en subte... una fortuna. Acaso con esos costos, los cariocas pensaron amortizar la inversión. Ni los propios ciudadanos creer que lo recaudado llegará a igualar lo invertido.

El punto de incógnita fue ¿por qué el pebetero con el “fuego olímpico” ardía en el Boulverad Olímpico, en el Centro de Río en la zona portuaria, si el Parque Olímpico estaba en el otro extremo, y la ceremonia había sido en el Maracaná y el Estadio Olímpico donde brilló Bolt en otro barrio?

Me lo respondí sola, cuando fui a verlo: era el único lugar accesible sin pagar ningún tipo de entrada, ni Río Card. Todos los habitantes de Río podrían verlo, aún los que dormían en las calles a pocos metros de él. Quizás ardía en el verdadero corazón de Río, en el más auténtico.

La gran seguridad apostada día y noche en los “puntos de acceso” de los habitantes de las favelas con el resto de la ciudad, dieron cuenta de una tregua pactada, de una violencia contenida, solo por la trascendencia de los Juegos.

Los argentinos, afortunadamente -y me cuento-, pudimos sin saber qué grandes eran los Juegos Olímpicos, jugarnos e ir a verlos en la única oportunidad que tuvimos de tenerlos tan cerca ¿Se repetirá?. Ya no me lo pregunto, porque siento el alivio de haber cumplido el sueño olímpico. Sin dudas un acontecimiento como no hay otro igual.

Lo que más me impactó de entrada fue la diversidad y la amplitud de culturas que convergen en los Juegos.

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La presencia de santafesinos fue muy notable; acompañaron a nuestros representantes, como Santiago Grassi.

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El Parque Olímpico de Barra de Tijuca concentró la mayoría de los estadios deportivos.

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El metro “exclusivo”, solo utlilizado para los asistentes a los juegos en Barra de Tijuca con credencial o entradas para los eventos.

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Imágenes únicas de la ceremonia inaugural.

Desde el día en que inauguraron los Juegos, los habitantes del mundo se pasearon por Río, identificados con los accesorios más comunes o extravagantes. Todo vale, todo es festejo y disfrute.