Siria

Alepo y la responsabilidad de Occidente

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Alepo dejó hace tiempo de ser una ciudad para ser un cúmulo de escombros.

Foto: Xinhua/Agencia Sana

 

Por: Berthold Kohler

Deutsche Welle

A estas alturas todo el mundo está consciente de que Alepo dejó de ser una ciudad para convertirse en un matadero donde el dictador sirio Bashar al Assad masacra a su propio pueblo. También se sabe quién está ayudando a Assad a consumar esa matanza e incurriendo, por lo mismo, en crímenes de guerra que no prescriben. Pero el mundo todavía no parece saber cómo detener al Kremlin. Haciendo gala de su típica falta de escrúpulos, Putin se aprovechó de la decisión de Obama de no involucrar a Estados Unidos en el conflicto interno sirio para arrogarse la facultad de decidir sobre el destino de ese país mediterráneo.

Mientras Occidente -sobre todo Alemania- evita por todos los medios hablar de “Guerra Fría”, Putin libra varias batallas calientes. Para Rusia, Siria es apenas otro frente de combate donde se esmera en poner coto al avance de las nociones de orden occidental. Para el Kremlin es preferible tener en Damasco a un matarife como Assad, que depende de la misericordia de Moscú, que a un demócrata probado. Con los bombardeos aéreos sobre Alepo, Putin procura poner a Occidente en un dilema similar: entre Assad y los terroristas del autoproclamado Estado Islámico.

El problema es que, en este instante, Estados Unidos se encuentra paralizada frente a su propia disyuntiva: atender a los grandes retos de su política exterior o a su dramática campaña electoral. Putin se aprovecha del estado de excepción que impera en Washington para alcanzar sus objetivos concretos por la vía de la violencia. Y al hacerlo se encuentra con poca resistencia hasta en Europa. Al sopesar la manera de obligar a Moscú a cambiar de rumbo, las opiniones se dividen en Berlín: ¿endureciendo o suavizando las sanciones que se le impusieron a Rusia por su actuación en Crimea y Ucrania?

El gobierno alemán dice entender que “todas las opciones están abiertas de cara a la horrorosa situación en Alepo, para la cual se agotan las palabras que puedan describirla”. Pero, ¿es que acaso todavía tiene nombre lo que está ocurriendo en ese país? Aunque está claro que, por sí sola, Alemania no puede detener el baño de sangre en Siria, a un mandatario como Putin no se le debe dar la impresión de que él puede hacer lo que quiera para restituirle a Rusia la “grandeza” de otros tiempos; no se le debe dar la impresión de que Occidente es demasiado débil para ofrecerle resistencia al Kremlin. El propósito de las sanciones es alterar el cálculo del sancionado. Quien sea testigo pasivo de la destrucción sistemática de una ciudad como Alepo no sólo debe preguntarse por los efectos de su omisión, sino también por la responsabilidad que asume al no hacer nada.

A un mandatario como Putin no se le debe dar la impresión de que él puede hacer lo que quiera para restituirle a Rusia la “grandeza” de otros tiempos.