Mesa de café

La máquina de impedir

Remo Erdosain

Chaparrones de octubre, y esa luz difusa que cae del cielo. Hace rato que estamos en el bar compartiendo la mesa. Abel comenta la vista de Macri al Papa, y Marcial observa que haga lo que haga nunca logrará arrancarle una sonrisa. ¿Y eso habla mal de Macri o habla mal del Papa?, pregunto. José comenta lo de los abogados amigos del socialismo devenidos en defensores de delincuentes.

—El derecho a la defensa está reconocido en la Constitución para todos -recuerda Marcial.

—El abogado elige y si es un abogado vinculado con proyectos políticos su elección es decisiva.

—No es tan así -observa Marcial- el juramento hipocrático vale para el médico, no para el abogado. El que está obligado a atender a Jack, el Destripador, si está grave es el médico, no el abogado. Además, si el acusado no puede pagar a un abogado el Estado le provee un defensor de oficio.

—No es el caso de los actuales acusados -observa José irónicamente- lo único que falta es que además digan que no les alcanza ni para pagar a su abogado defensor.

—Todo lo que dice José puede que sea verdadero, pero lo que yo quiero destacar es que el gobernador de la provincia tomó distancia en el acto de lo sucedido y lo hizo con palabras claras y valientes.

—Me parece bien lo del gobernador, pero mucho mejor que tomar distancia sería tomar recaudos para que sus muchachos no metan la pata.

—Bueno, “lo de sus muchachos”, es una manera de decir; Superti, Lewis, por ejemplo, son ex funcionarios...

—Más o menos, más o menos, además no desempeñaron cargos menores.

—Yo lo que veo es que al gobierno de Santa Fe le controlan hasta el pulso mientras que los grandes corruptos del país andan sueltos y felices -se queja Abel.

—Una cosa no justifica la otra -advierto-; todo gobernante, no importa del signo que sea, debe ser controlado.

—Eso me parece muy bien -festeja José- porque si no pareciera que los únicos que somos corruptos en esta bendita tierra de Dios somos los peronistas.

—Convengamos que ustedes en estos temas siempre se esfuerzan por ser los mejores -insinúa Marcial- por más que los radicales, los socialistas o los del PRO se esfuercen, nunca lograrán estar a la altura de ustedes.

—Eso los habilita a sus voceros a maltratar a la compañera Cristina -reprocha José- a imputarla de loca, vieja, enferma y otras lindezas por el estilo.

—Lo que no le perdono a Lanata -digo-, no es que sea procaz o agresivo con el lenguaje, lo que no le perdono es que con sus torpezas y agresiones la transforme a “La que te dije” en una víctima.

—Yo creo que estuvo mal y punto -dice Abel-, tampoco hagamos un dramón de unas frases de más. Además, algunos periodistas K se dieron el gusto de decirle cosas parecidas y hasta lo amenazaron con cagarlo a trompadas.

—Ustedes sí que son geniales -exclama José- si un peronista se hubiera referido a Macri, Sanz o a “la Gorda” Carrió en esos términos, a esta altura estaría denunciado en las Naciones Unidas y los jueces harían cola para abrirle causas, pero un gorila contumaz como Lanata agrede de manera vulgar y grosera a una mujer que, les guste o no, es una ex presidente, y eso es apenas un exceso verbal al que no hay que darle demasiada trascendencia.

—Yo no tengo por qué hacerme cargo de Lanata -digo.

—Ahora, nadie se hace cargo de Lanata, pero bien que cuando nos denunciaba a nosotros los peronistas todos los domingos, ustedes estaban al lado del televisor escuchándolo como si escucharan al Papa.

—Muchas de las cosas que dijo todavía no la han podido refutar -observo.

—Y ya que hablás del Papa -dice Marcial- te recuerdo que quienes lo escuchan como si fuera palabra santa son ustedes los peronistas, que ahora peregrinan a Santa Marta como antes lo hacían a Puerta de Hierro.

—Convengamos -dice José- que con el compañero Papa tenemos acuerdos en temas decisivos como la pobreza, la justicia social, tenemos acuerdos pero no somos lo mismo.

—Menos mal -murmura Marcial.

—Menos mal nada; a mí me parece brillante que la Iglesia Católica deje de ser la Iglesia de los ricos y se transforme en la Iglesia de los pobres.

—A mí también me parece brillante -interrumpe Marcial- pero te recuerdo que tus jefes hace rato que dejaron de ser pobres y que, en el Vaticano, los testimonios de pobreza no son más que eso: testimonios, porque en el cotidiano lo que menos hay es pobreza.

—Y hablando de todo un poco como los locos -digo- ¿Qué me cuentan lo de la evaluación educativa?

—¿Hay algo que contar que ya no sepamos? -pregunta Marcial.

—Bueno... me parece que los gremios docentes impugnaron esa evaluación.

—¿Y eso está bien o está mal?

—Habría que escuchar a los compañeros.

—Yo estoy dispuesto a escuchar a todos -responde Abel- menos a esos zánganos reaccionarios y saboteadores de la educación que son los sindicalistas.

—¿No te parece que se te va la mano?

—Para nada. Es más, te diría que me quedo corto. Es una vergüenza que a los responsables principales de la decadencia educativa, cuando el Estado por fin y de una buena vez se pone las pilas para avanzar en un proyecto educativo de alcance, lo único que se les ocurre hacer es lo que precisamente saben hacer, es decir, tomar escuelas, manipular a los chicos y en más de un caso contar con la adhesión de algunos padres imbéciles que se suman a la partida para sustituir vaya a saber uno qué culpas.

—También estuvieron los estudiantes.

—Ésa es otra irresponsabilidad que orilla casi el delito: azuzar a chicos de doce años o a adolescentes siempre dispuestos a sumarse a un Kilombo por el gusto adolescente de batir parche a todo, es una falta imperdonable.

—Yo lo que recuerdo -digo- es que por suerte el sabotaje fue muy minoritario. Esto hay que decirlo porque fue así, porque la mayoría de los docentes, padres y chicos estuvieron de acuerdo con la medida evaluatoria.

—Que está muy lejos de ser perfecta...

—Es muy probable, pero es un excelente punto de partida que en todo caso se debe perfeccionar pero no sabotear como hacen ustedes. Yo no tengo ningún problema en que se abra un debate y en el futuro haya mejores evaluaciones, pero con lo que discrepo es que antes de empezar ya estén en contra justamente algunos de los agentes de la decadencia educativa en el país.

—Yo creo sinceramente -dice Marcial- que los muchachos de los gremios no son tontos y saben lo que hacen.

—¿Y qué saben?

—Saben que la evaluación va a poner en evidencia el atraso intelectual de muchos docentes, su incompetencia, su preocupación por adherir crónicamente a las huelgas sin preocuparse por los chicos, sin preocuparse por la educación. Y ya sabemos, los gremios no están para representar a los mejores sino a los peores, a los más vagos, a los más atorrantes, a los más brutos y ventajeros.

—No comparto -concluye José.

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