Tribuna de opinión

El Brasil: un país dividido

“Una casa dividida no puede subsistir”. Abraham Lincoln

En las telenovelas siempre existe un precepto ético: los protagonistas pasan dificultades y la verdad, al final, inexorablemente siempre triunfa. Las telenovelas de ese país son exitosas mundialmente porque en la ficción los finales se escriben y hasta se pueden reescribir; la realidad, en cambio, es mucho más compleja porque es impredecible y con finales siempre abiertos. Al fin de cuentas lo esperado no ocurre y acontece siempre lo inesperado. El impeachment, que destituyó a la ex presidente de su cargo el 31 de agosto pasado era esperado y finalizó con su destitución sin pérdida de sus derechos políticos; al día siguiente, la prensa la acusó de tener tratamiento privilegiado porque se jubiló (en tiempo récord -24 horas- cuando lo normal es un plazo de tres meses como mínimo). Se jubiló con el haber máximo previsional en vigencia de R$ 5.189,82 un equivalente a 1.572 dólares, o sea alrededor de 24.000 pesos argentinos. La corrupción y el tráfico de influencias son males endémicos en la región y, en particular, en Brasil por eso éste debe ser el caso de la jubilación más rápida de la historia previsional mundial. Recordemos que Dilma fue elegida en 2010, reelecta en 2014 y perdió su mandato en un turbulento proceso de impeachment por manipulación de las cuentas públicas.

Existe un rechazo feroz contra los ex presidentes: Lula, Dilma y el Partido de los Trabajadores. Existe una sed de revancha para finiquitar ese ideario político: “un proyecto de país”, como lo llamaban. La grieta que los divide es la de una elite ansiosa para desmontar una política social que, en los años de mandato del PT, se propuso como objetivo prioritario mejorar la distribución del ingreso de uno de los países más desiguales de mundo. Algunos hablaban de terminar con la distribución de Belindia: de Bélgica, para unos pocos y de la India, para los más.

El Partido de los Trabajadores (PT), fundado por Luiz Inácio “Lula” da Silva -dirigente obrero de la izquierda y dos veces presidente de Brasil- apuesta a capitalizar la reacción popular antigolpista y recuperar el apoyo de los beneficiados con su agenda distribucionista. Él necesita imperiosamente de un adelanto de las elecciones presidenciales de 2018, donde podría ser nuevamente candidato a la presidencia, si antes no cae en manos de la Justicia. En este contexto, hasta ha llorado en público, proclamando su inocencia y honestidad a los cuatro vientos. El PT confía que la sociedad brasileña va a reclamar un adelanto de las elecciones y no reconocerá a un presidente golpista porque quien elige al presidente es el pueblo.

El PT y su líder, están muy comprometidos, porque existen varias investigaciones de la Justicia relacionadas a un millonario fraude en la estatal Petrobras, por desvío de fondos públicos hacia la política. ¿Cómo es posible que el pueblo brasileño quitara el apoyo a ese proyecto vigente, durante más de una década, admirado en el mundo y la región? Lula, durante su mandato y aún después de finalizado, se paseaba por el mundo con un trato de estadista y hasta recibió varios Doctorados Honoris Causa: en Salamanca (España), en Venezuela y en varias universidades argentinas (cuando no finalizó ni el nivel primario de estudios). En el caso de los opositores al régimen, su encarnizamiento está claro, trece años fuera del poder. El resto de los brasileños apartidarios y críticos, un amplio abanico que va de la clase media a la trabajadora hasta la de las favelas; ellos fueron los protagonistas insobornables de las marchas, reclamando por un cambio con mayor ética pública.

Sin dudas, la crisis económica con la incapacidad para revertirla, más las innumerables sospechas y denuncias de corrupción, hartaron la ciudadanía. La destitución de la ex presidente se realizó, sin dudas, por la vía Constitucional; aunque en la realidad la Constitución fue manipulada para concretar un plan, dicen otros. Los sectores de poder, deseaban destituir a Dilma, a Lula y al PT; ajustar, privatizar, reformular el sistema previsional, reducir el exorbitante gasto público (ya se congeló ese gasto por ley a veinte años). Por lo pronto algunos personajes como Eduardo Cunha, empiezan a perder sus máscaras: el ex presidente de la Cámara de Diputados e ideólogo del impeachment, fue destituido de su cargo en septiembre y detenido el 18 de octubre por orden del Juez Sergio Moro, acusándolo de corrupción por la Operación Lava Jato. Acusación que el magistrado, adalid de esa lucha anticorrupción, extendió también contra la esposa e hijos de Cunha. También se sindica como impulsor del impeachment a Dilma, a su ex aliado y ex vicepresidente, el actual presidente de la República, Michel Termer. ¿Será entonces posible que triunfe un plan urdido a espaldas del voto popular? La democracia de nuestro socio y vecino tiene en el cuerpo sus anticuerpos: una parte descree del gobierno por considerarlo golpista y usurpador, mientras que para la otra era necesaria la destitución para lograr un cambio aunque no se lo votara en las urnas. La única certeza que tiene hoy el pueblo brasileño es que la casa está dividida en dos; y que es más fácil escribir un final feliz para una telenovela de lo que lo es para la Historia. Por lo menos hasta por ahora.

Por Susana E Dalle Mura