Mariana Travacio

“En Santa Fe, hay mucho deseo puesto en la literatura y una gran variedad de búsquedas estéticas”

Bella, alegre, cotidiana, Mariana Travacio pasea por la vida con una comodidad envidiable. A sus 49 años, esta rosarina que pasó gran parte de su vida en San Pablo, Brasil, se hartó de ganar premios literarios importantes en el país y en el exterior y ya es una escritora consagrada que casi no necesita presentación.

“En Santa Fe, hay mucho deseo puesto en la literatura y una gran variedad de búsquedas estéticas”

Travacio tiene varios libros editados.

El último, de cuentos, “Cotidiano” (Baltasara Editora), parece la culminación de una búsqueda frenética que por fin llega a su lugar.

Foto: Gentileza entrevistada

 

Alejandra Rey

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En su literatura hay olvido, angustia, dolor y locura. Transita por la palabra en forma pagana y cada una de sus obras nos transporta a lugares oscuros con una maestría que estremece.

Travacio tiene varios libros editados, el último, de cuentos, “Cotidiano” (Baltasara Editora), parece la culminación de una búsqueda frenética que por fin llega a su lugar. ¿Cuál es? ¿Habrá influido en su obra la psicología forense, de la que es experta y enseña? Sólo ella y su sonrisa inquietante lo saben.

—Algunos de los cuentos de “Cotidiano” tienen un sabor a angustia. ¿Es así tu escritura en general?

—En los cuentos de “Cotidiano”, en particular, creo que hay unos personajes explorando ciertas fronteras o ciertos límites -la vejez, el olvido, las pérdidas, los finales- y es probable que eso los angustie. Más allá de “Cotidiano”, creo, sí, que hay una angustia en toda escritura. Y creo que esa angustia está dada por los límites mismos del lenguaje. Basta pensar que la palabra es la muerte de la cosa para entender que la escritura es imposibilidad misma. Hay lo indecible. Y eso angustia. Pero, al mismo tiempo, ese resto, eso que permanece indecible, es lo que habilita la escritura, es lo que la sostiene y posibilita su continuidad. Si pudiéramos decirlo todo, no habría escritura.

—La otra cosa que sobresale es la soledad de los personajes, especialmente la de las mujeres. ¿Es la soledad tu inspiración? ¿Te identificás con ella?

—Hay una persistencia en la soledad, sí. Muchos de estos personajes se enfrentan, como decíamos recién, a situaciones críticas y eso, quizás, los obligue a encontrarse con ciertas preguntas que suelen ocurrir en soledad.

Por mi parte, no podría decir que la soledad sea mi “inspiración” porque, básicamente, descreo de la inspiración como concepto asociado a la escritura. Sí, la entiendo a la manera de Barthes, como un “inspirarse en”. Barthes habla de una relación nupcial, de procreación, entre lectura y escritura. Estoy totalmente de acuerdo con esa premisa. No hay escritura sin lectura. Y, en mi caso -al menos-, ambos actos, lectura y escritura, son de un orden íntimo y silencioso: necesito de un profundo silencio para escuchar las voces que quiero bajar al papel y necesito de ese mismo gran silencio para escuchar lo que estoy leyendo.

—El cuento es una de las formas más difíciles de escritura, ¿cómo llegaste al género? ¿Es con el que más cómoda te sentís?

—Es un género que me apasiona. El cuento tiene esa cosa medio atávica, del hombre en torno al fuego, dejándose contar alguna historia. Siempre me atrajo la lectura de cuentos. Es probable que haya llegado al género de la mano de esa relación nupcial de la que hablábamos recién. En particular, me resulta un formato muy útil para narrar pequeñas escenas, o cuestiones puntuales, que, al mismo tiempo, remiten a asuntos más complejos.

Normalmente, elijo el cuento cuando quiero descomponer una imagen que me convoca. Siempre pienso que las artes plásticas tienen el don de la sincronía: logran condensar una historia, una sensación, o una idea, en una sola imagen, captable en un instante, con una sola mirada.

La literatura -la frase- es diacrónica, obliga a descomponer. Entonces, para mí, el cuento, como formato, tiene sentido -nace como composición- cuando encuentro una imagen que logra condensar una historia. Y lo que me propongo es descomponer esa imagen en una diacronía que permita, al final de la lectura, la subsistencia de esa imagen como sustrato de la historia narrada. Si esa imagen sobrevive a la diacronía de la narración, entonces el cuento, como elección de género, me resulta apropiado.

—¿Cómo ves el panorama literario de Santa Fe? ¿Creés que desde el poder político se preserva a los escritores, se los promueve?

—No me siento en condiciones de dar cuenta del panorama literario de la provincia. Sí, puedo decir que estuve recientemente en Rafaela y en Rosario, donde pude reunirme con escritores, gestores culturales, editores, y que me he encontrado con un estado de inmensa efervescencia: mucho deseo puesto en la literatura, una gran variedad de búsquedas estéticas, una avidez de formación, unas apuestas de escritura sumamente valiosas. Si tuviera que resumir, diría que me encontré con una enorme vitalidad en torno a las letras.

Con respecto a la promoción de la escritura, creo que el gran problema es que muy pocos escritores logran vivir de la escritura. Normalmente, el escritor debe trabajar de “alguna otra cosa”, no siempre asociada a su oficio. Creo que una política realmente efectiva de promoción de la escritura debería concentrarse en las becas de escritura.

—Me intriga mucho que dictes clases de Psicología forense. Contame más de ese aspecto de tu vida.

—Fui docente de Psicología Forense en la Facultad de Psicología de la UBA. Esto ocurrió en la década de los noventa y principios del nuevo siglo. La docencia es otro territorio que me apasiona. Lo disfruté tremendamente. En esa época, me dedicaba de lleno a la psicología -mi profesión primigenia- y trabajaba en dos áreas: en la clínica -como psicoanalista- y en psicología forense -en la práctica, en la docencia y en la investigación-. De la psicología forense me atraía particularmente el entrecruzamiento discursivo entre la psicología con su propia multiplicidad de lenguajes y la ley o el discurso jurídico. Se daban unas batallas tremendas en esas intersecciones; batallas que no eran menores, eran bien palpables: me acuerdo, una vez, en un tribunal oral, discutiendo con un juez que no lograba entender la noción de “sanción” psíquica tan distinta de la jurídica. Casi termino procesada por falso testimonio.

En esa época, escribía mucho, pero eran escritos de otro orden: artículos sobre el entrecruzamiento discursivo que mencionaba recién, o sobre la noción de “daño psíquico” -otro constructo jurídico- y hasta publiqué las clases que daba en ese momento en un libro que se llama “Manual de Psicología Forense”. Y ahora que hablamos de esto, debo decir que hay un cuento, en “Cotidiano”, que se llama “Construcción”, que narra la historia de una mujer que pierde la memoria: ese cuento nace de un caso que había peritado en mis años de trabajo como psicóloga forense.

Una argentina en Brasil

—¿Cómo influyó vivir en San Pablo (con lo que eso significa culturalmente) en tu desarrollo como escritora?

—Supongo que influyó muchísimo. No puedo dar fe, pero me he criado en otro país, sumergida en otra lengua; como bien decís, en otra cultura. Es muy difícil pensar que eso no tenga consecuencias. Como te contaba recién: tenía dos años cuando mis padres decidieron instalarse en Brasil; también decidieron educarme en un liceo francés. De modo que tuve una infancia atravesada por tres lenguas: el portugués, como lengua de lo cotidiano, de la calle; el francés, como lengua académica, asociada al estudio y a la lectura; y el español, circunscripto al espacio doméstico.

Me acuerdo ahora de la biblioteca que había en casa, en esa época: mis viejos se habían mudado con muy pocos libros en castellano -la colección del Séptimo Círculo y algunas novelas de Agatha Christie, entre otros- y habían comprado una colección de literatura universal y otra de literatura juvenil.

A falta de pantallas, en la época, me servía de esos libros, todos en portugués, y de la biblioteca del liceo, que nos adiestraba en eso de ir a la biblioteca a sacar un libro por semana. De modo que mis lecturas de la infancia discurrían en portugués o en francés.

Quizás por eso fue una enorme fiesta encontrarme, a los quince años, con mis primeras lecturas en castellano: ¿mi lengua madre? Creo que ésa fue una pregunta durante cierto tiempo para mí, hasta que se convirtió en ese encuentro gozoso, con mi lengua, después de la infancia. A propósito, hay un cuento de Saer, que se llama “A medio borrar”, que me resulta muy entrañable. Dice algo así: “Dichosos los que se quedan, Tomatis, dichosos los que se quedan. De tanto viajar, las huellas se entrecruzan, los rastros se sumergen o se aniquilan y si se vuelve alguna vez, no va que viene con uno, inasible, el extranjero, y se instala en la casa natal”.

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“En los cuentos de ‘Cotidiano’, en particular, creo que hay unos personajes explorando ciertas fronteras o ciertos límites -la vejez, el olvido, las pérdidas, los finales- y es probable que eso los angustie. Más allá de ‘Cotidiano’, creo, sí, que hay una angustia en toda escritura”.

Foto: Gentileza entrevistada

"Tenía dos años cuando mis padres decidieron instalarse en Brasil; también decidieron educarme en un liceo francés. De modo que tuve una infancia atravesada por tres lenguas: el portugués, como lengua de lo cotidiano, de la calle; el francés, como lengua académica, asociada al estudio y a la lectura; y el español, circunscripto al espacio doméstico”.

Mariana Travacio

Escritora

Lo que viene

—¿En qué estás trabajando ahora?

—Estoy terminando de corregir un libro de cuentos, que se llama “Como veneno en abril”, que saldrá publicado el año que viene. Y estoy escribiendo dos novelas: una, sobre el Negro Olofonte, una vida hecha de estertores: una mera colección de fracasos; la otra, sobre un delirante al que se le da por desarrollar una teoría sobre el mundo y acaba teniendo unos cuantos seguidores. Tengo trabajo para rato.