Mirada desde el sur

La contradicción progresista

Raúl Emilio Acosta

Diciembre trae reflexiones. No importa cuán pedestres seamos. Podemos reflexionar. No hay castigo corporal por este defecto.

Uno de los problemas del pensamiento en el país lo explicaba Mario Bunge, niño, adulto y anciano terrible de las ciencias, su método y su filosofía.

El pensador sostenía que buena parte (dejaba un resquicio) de los pensadores argentinos y los que proponían trabajos filosóficos eran simples analistas del pensamiento de otros filósofos, casi siempre muy reconocidos. Se reía de los libros escritos y publicados para aumentar el espesor de los currículums. “Vea, todo se reduce a mencionar a los verdaderos pensadores. No hay filósofos argentinos...”. Terrible don Bunge.

El pensamiento socialista debería encabezar el pensamiento progresista en el país. No sucede.

El pensamiento radical más avanzado (Unión Cívica) proveniente de aquellos muchachos del ‘90 (siglo XIX) debería integrar un radicalismo de avanzada que justifique y supere su inserción en las internacionales socialistas. No sucede.

El fuego reivindicador de los primeros años del peronismo y su bandera -justicia social- lo llevó a bregar por un “Estado de Bienestar” que se sostuviese y creciese. Hoy no sucede.

Y no hay textos, cuerpo de doctrina o libro guía.

Tal vez la pregunta basal, que por obvia no se hace, es indicar quiénes o qué cosa es el progresismo. Toda calificación integra y excluye con límites que por sí indican injusticia, ausencia y caprichos.

Parafraseando a los sabios, toda definición de belleza es injusta, porque detiene el tiempo. Allí hay un punto que cruzar. Dónde ubicamos al progresismo. Duda. El futuro o el ayer, que no es lo mismo, porque el progresismo, más allá de cualquier definición que lo encierre, actúa sobre el mañana. Es una propuesta de porvenir, no de análisis y estudios históricos.

Encontrar progresos perdidos, que se quedaron en el ayer, es morderse la cola y, finalmente, envenenarse. Es desde la nostalgia que se dice que todo tiempo pasado fue mejor (Coplas a la muerte de mi tío, Manrique, 1400 y tantos...).

El progresismo en las ciencias políticas aplicadas (los gobiernos, las gestiones, sus actos, son el resultado de las Ciencias Políticas aplicadas a la sociedad, su administración, la gestión) demuestra, en este cuarto quinquenio del siglo XXI, no sólo su falibilidad, también su inutilidad y, tal vez, su complicidad con el fracaso.

¿Ha fracasado el progresismo? Si el progresismo es un mañana mejor, una sociedad mejor que el progreso ayuda a instalar, esto es cierto. Hemos fracasado.

¿Ha perdido la batalla el progresismo? Si debía, por el convencimiento de la sociedad, progresar, marchar hacia una sociedad más justa, ordenada, equilibrada y previsible... es cierto. Hemos fracasado.

Tal vez el mayor fracaso del progresismo estalle en la cara de quienes creen estar fuera.

Si las ciencias políticas no introdujeron mejoras, si los pensadores no pensaron un mundo mejor y los actores sociales actuaron y, a la vez, malversaron el pensamiento, las directivas y los dineros, no es posible acusar a una persona en específico. Todos somos Fuenteovejuna.

Si nuestra sociedad, para que se entienda, se define por el voto y los que nos gobiernan pertenecen a la sociedad que habitamos (y, además, los elegimos libremente) debemos pensar profundamente en la contradicción, tan visible como vergonzante: son lo que somos.

Ni tan progresistas como declamamos, ni tan honestos y sabios, ni tan buenos y saludables.

Es tan obvio que todos intentamos acusar al vecino que las leyes, ésas que fabricamos como poesías de suplemento dominical, son perfectas y su aplicación, cuyo facto nos pertenece, es la cinta de Moebius que nos delata con leyes que deberían castigar a quien las incumple. Es decir a todos. Quien dice todos, en la sociedad del siglo XXI, dice nadie.

De esta situación no salimos volando.

El progresismo, finalmente, es una poesía de fin de curso, que cada año, como el presupuesto y los regímenes dietéticos sin alcohol, azúcares y harinas, prometemos comenzar el lunes. Algún lunes. Para dar una fecha real: el 18 Brumario.

El fuego reivindicador de los primeros años del peronismo y su bandera: justicia social, lo llevó a bregar por un “Estado de Bienestar” que se sostuviese y creciese. Hoy no sucede.