Tribuna de opinión

En el gobierno de Cambiemos... ¿Cambiamos?

Ha pasado ya más de un año desde las elecciones de noviembre de 2015, y un año exacto desde la asunción de las nuevas autoridades.

En aquella oportunidad me atreví a hacer un análisis del resultado electoral tratando de interpretar sus motivos y, además, de proyectar sus consecuencias futuras. Decía en mi comentario: “Con respecto a los resultados, y asumiendo el riesgo de equivocarme como cualquier opinólogo, creo que más del 75% del pueblo argentino dispuso que era necesario cambiar, y que nadie se equivoque: no hablo de uno ni de otros, porque el gran cambio está dado por la paridad casi milimétrica entre las dos fuerzas electorales en pugna. Ése es el gran cambio. El pueblo argentino comprendió que en la democracia -el mejor modelo de convivencia en países como el nuestro- nadie debe disponer de la suma del poder, ya sea para avasallar al opositor o para creer que no debe rendir cuentas. Este punto es, a mi entender, lo maravilloso de esta elección. Dicho de otra forma: el cambio”.

Luego del lapso transcurrido pude observar con alegría que, más allá del resultado individual de cada votación, los representantes del pueblo y de las provincias habían interpretado el mandato de la gente.

El tratamiento de los diversos temas se hizo con aportes de los distintos sectores. Hubo opiniones dispares, pero en definitiva se lograron consensos, y fue así que se mejoró la calidad de las normas y se empezó a consolidar la convicción de lo que muchos decimos y pensamos siempre: de todos los sistemas de gobierno, el mejor es la democracia. En otras palabras, cuando se expresa un conjunto de diez ideas, en general, la mejor es la número once.

¿Se está perdiendo la memoria?

Por lo ocurrido en estos últimos tiempos da la sensación de que se está perdiendo el recuerdo del resultado electoral de noviembre de 2015, o lo que es peor aún, que empieza a presionar un 2017 de perfil electoral. Sería terrible por esta causa hipotecar el mañana, dado que es nuestra obligación construirlo pensando en nuestras generaciones futuras.

Es evidente que lo ocurrido no afecta a la democracia como sistema, pero el resultado y la manera en que se obtuvo la media sanción de la ley de Ganancias no colabora con las aspiraciones de aquellos que apostamos por un país diferente. Me refiriero a la moción de privilegio pedida por el Frente Renovador para cerrar el debate.

Recordemos que este método, aplicado en 2013 por la coalición ganadora de las elecciones en dicha oportunidad, no dio resultado, mucho menos si tenemos presentes los doce años de imposición sistemática del poder en el recinto por el grupo gobernante. Parecería que quienes legítimamente representan a la democracia sufren lapsus transitorios o adicciones permanentes al autoritarismo como forma de legislar.

Otro aspecto que debe considerarse es el no tratamiento del proyecto de ley de reforma electoral preparado por la Casa Rosada. Creo que es de manual acompañar las políticas del Ejecutivo en los primeros tiempos de gestión, para permitirle desarrollar su propuesta de gobierno. Lo dicho también vale para la intención de forzar una “ley anti-despidos” que se vio más como una pulseada política que como algo racional y aplicable.

Con respecto a la reforma electoral, no va a ser fácil su tratamiento y posterior aprobación dado que quienes deben votarla fueron elegidos por el actual sistema. En otras palabras, “si me fue bien así, ¿por qué voy a cambiar?” De cualquier modo, es una simple cuestión de tiempo, porque más allá de cualquier resistencia, el cambio en este tema es inexorable, sea en forma total o en etapas sucesivas.

Los “empresarios” y los que tienen el sí flojo

Dicho esto, voy a intentar expresar lo que creo es causa de nuestro debate de fondo.

Hay dos sectores claramente diferenciables y que interpretan el arte de gobernar de manera distinta, hasta diría contrapuesta. Obviamente mi análisis puede pecar de simplista, dado que no tiene en cuenta historias partidarias, ideológicas ni ambiciones personales. El sector que gobierna (aunque no todo) enfoca la realidad con una óptica empresaria: presupuestos cumplibles, proyectos financiables, estudio de costos, información confiable, análisis de factibilidad, todo ello en el contexto de un planeamiento estratégico que consiste en la fijación de objetivos de mediano y largo plazo, el debate interno y el correspondiente monitoreo periódico.

El resultado de esta forma de gobernar -muchas veces carente de manejo político- termina a menudo no siendo interpretado por la población (problemas de comunicación) y en otros casos exasperando a la gente, que no se siente contenida en ese tan preciso análisis hecho por los que gobiernan.

Este criterio “empresario” en el manejo de la cosa pública es de gran importancia si proviene de gestores exitosos, pero no resulta simple de instrumentar en una sociedad fogoneada por los voceros del facilismo, cuando durante décadas se pensó y se dijo que la Argentina estaba “condenada al éxito”, independientemente de lo que hicieran sus habitantes (no hablo de ciudadanos, aunque gracias a Dios todavía existen muchos). Dicho de una manera más directa: se necesita un profundo cambio cultural para ponernos en caja..

El sector que se opone piensa de manera contrapuesta

Raúl Baglini, un gran legislador radical a quien tuve el gusto de escuchar en el recinto en varias oportunidades, decía que “cuanto más lejos del poder se está, más grandes son los reclamos sin respaldo”. Esos reclamos son legales y legítimos; interesaría saber, en muchos casos, si son posibles de aplicar en los tiempos y la forma reclamados. El concepto que se maneja es dar siempre lo que se pide, y después ver cómo se lo sustenta.

Si esa manera de gobernar fuese aplicada con honestidad, sinceridad y transparencia podría perdurar en el tiempo, pero requeriría un país fortalecido en sus instituciones y en sus reservas, con mercados internacionales consolidados para sus producciones, un empresariado eficiente y una sana administración del Estado que no asfixie fiscalmente a todos y que no sostenga a aquellos que a través de los años no han querido cambiar. En la década pasada se dieron algunas condiciones objetivas, pero una muy mala gestión hizo fracasar el proyecto, y lo que podría haber sido una oportunidad se transformó en lo que todos conocemos.

Creo que ambas formas de interpretar y aplicar el arte del gobierno tienen aspectos positivos y negativos. El camino por seguir es el consenso, el diálogo y la práctica sana de la política. Hay muchos hombres y mujeres con experiencia y probada honestidad que están dispuestos a brindar su aporte, porque entienden que más allá de la difícil situación interna y externa, la Argentina es una oportunidad también hoy.

Para finalizar, una reflexión. Una persona de bien, muy allegada a mí, suele recordarme lo que llama la trilogía de la tragedia, que consiste en la siguiente secuencia: “Es lo que hay. ¿Estoy dispuesto a vivir con esto? ¿Quién paga la cuenta?”

En nuestra realidad común, a la cuenta la pagamos todos. Y en mi caso particular, no estoy dispuesto a vivir con esto.

(*) Diputado nacional (M.C.), ex presidente de CRA, ex vicegobernador de Santa Fe, fundador del PRO Santa Fe.

porIng. Agr. Marcelo J. Muniagurria (*)