EL SÁBADO 22

Comienza el Taller de Lectura en el Museo Rosa Galisteo

El espacio que coordina Enrique Butti, dependiente del Ministerio de Innovación y Cultura, inicia sus encuentros en la sede de 4 de Enero 1510.

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El espacio está destinado a reunir a los aficionados de la lectura. No se requieren antecedentes ni una especial preparación. En la imagen, “The reader”, de Heilbuth Ferdinand. Foto: Archivo El Litoral

 

De la Redacción de El Litoral

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El sábado 22 de abril, a las 16.30, iniciará sus actividades el Taller de Lectura, dependiente del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe, que coordina el escritor Enrique Butti. Las reuniones tienen lugar todos los sábados en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, 4 de Enero 1510, y su participación es libre y gratuita, sin necesidad de una inscripción previa.

El espacio está destinado a reunir a los aficionados de la lectura. No se requieren antecedentes ni una especial preparación, más allá de la disponibilidad a compartir algunas horas de buena lectura y comentarios concernientes a los textos seleccionados.

Las sesiones están divididas en dos partes. En la primera hora se lee una obra clásica, que se continuará sistemáticamente durante todo el ciclo, y tras un recreo hay una segunda hora dedicada a la lectura de cuentos, poemas y ensayos, que preferentemente puedan concluirse en ese lapso.

“En las primeras reuniones de este año leeremos los últimos capítulos de la segunda parte del ‘Don Quijote de la Mancha’, de Cervantes, que nos entretuvo ya en varios ciclos anteriores”, dice Butti. “No hay problemas si un participante del taller no conoce la obra, porque siempre repasamos lo leído y el contexto de lo que vamos a leer. Y después se tratará de decidir cuál obra abordaremos este año. Ya algunos títulos han sido puestos en consideración: ‘Las 1001 noches’; ‘Por el camino de Swan’, de Marcel Proust; ‘Ema’, de Jane Austen; ‘Una excursión a los indios ranqueles’, de Lucio Mansilla, pero como al final no se pondrán de acuerdo haré valer mi prepotencia para que leamos ‘Las metamorfosis’, de Ovidio”.

¿Qué importa leer en grupo? “Una experiencia muy distinta a la lectura privada, en la que uno obliga a las páginas a detenerse, volver atrás, sortear algún pasaje que resulte exasperante”, sigue Butti. “Para la primera hora, cuando leemos el mismo libro durante todo el año, conviene que cada uno pueda seguir con la vista el texto que alguien pronuncia, pero en la segunda, cuando leemos cuentos o poemas o ensayos que no han sido previamente anunciados, sucede algo imponderable en esas letras que toman voz y corporizan esa música o ritmo que todos los grandes escritores han medido y pautado minuciosamente, aunque a menudo tengamos que detenernos en consideraciones con respecto a la calidad de algunas traducciones.

“Es verdad que no estamos ejercitados ni para la atención ni para la dicción de una lectura en voz alta, pero el ejercicio vale la pena. Sobre todo porque en el grupo participan habitualmente algunos integrantes estudiosos, capaces de aportar o explicar lo que la buena onda general nos permite al resto confesar sin pudor que no entendimos nada”.

Una lámpara

Butti reivindica la curiosidad como valor inherente a un buen lector. “Sabemos que hay un corpus de clásicos y un canon de obras contemporáneas que garantizan sus méritos, pero también, como decía Martínez Estrada, entre tantos licores sentimos a veces sed del agua cercana de nuestra lengua y de nuestro tiempo y de nuestra realidad, por eso es necesario dar espacio para curiosear entre las novedades y descubrir lo que pueda rescatarse de entre la maraña interesada que nos endilgan la industria editorial y los prestigios académicos. Aunque la desilusión nos obligue a clamar con Flaubert: ‘¡Oh, pobre Olimpo, han sido capaces de plantar papas en tu cima!’ ”.

“El buen lector (y todo alfabetizado tiene la base para serlo, así como no todo erudito lo es) aprende que una biblioteca es una lámpara que encierra un genio capaz de darle todo lo que quiera. ¿Por qué habría que limitar su avidez y circunscribirse a una sola estética o corriente, a los límites de un alambrado de gallinero? Sabe que puede pedir a ese genio que le descorra el telón al gran teatro del mundo; que los animales hablen; que se pueda viajar a la región de los muertos; que un trepador social, un criminal, un traidor o un suicida expliquen con razón sus sinrazones; que se pueda seguir minuciosamente los pasos de un hombre que dedica su vida a lograr que el tiempo retroceda; que la investigación de un suceso policial, en vez de develar el misterio, con el paso de las páginas se vaya complicando hasta el caos cósmico; que una saga familiar en el sur estadounidense o en el sertón brasileño o en Santa María o Comala -los Karamazov, los Buddenbrook, los Buendía, los Heathcliff y los Earnshaw- se presenten como una cifra de la familia humana; que los libros sean tan peligrosos como para enloquecer a Don Quijote, a Madame Bovary y a Ignatius Reilly; que un canalla permanezca impoluto mientras su retrato se convierte en el espejo de su maldad... Y lo extraordinario es que el genio de la lámpara sea capaz de lo increíble, de dar lo que no sabíamos que uno quería saber, de darnos lo que uno no sabía que necesitaba conocer para que la vida resulte más plena, o por lo menos más soportable”.