La Pascua de Jesús

Por María Teresa Rearte

El evangelista Juan dice: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, luego de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1). Ha llegado la “hora” de Jesús, hacia la cual estuvo orientado todo su obrar desde el comienzo.

Dos palabras sintetizan el contenido de esta “hora”: pasaje y amor, ágape. Ambas explican recíprocamente la Pascua de Jesús: cruz y resurrección. La crucifixión como ser levantado en alto. Paso de este mundo al Padre. Donación de sí hasta el extremo, que anticipa sus últimas palabras en la Cruz: “Todo está cumplido” (19, 30).

Con una frase misteriosa, Jesús anunció a los discípulos su muerte y resurrección: “Me voy y vuelvo junto a ustedes” (14, 28). Con su resurrección se hace presente siempre. Abraza todos los tiempos y lugares. San Pablo lo comprendió luego de su conversión y su Bautismo, porque su yo entró en comunión con Jesucristo y con todos los creyentes, con los que ser “uno en Cristo” (Gal 3, 28).

En el lavatorio de los pies que San Juan relata en el capítulo 13 de su Evangelio, Jesús lava los pies de los discípulos. Se despoja de sus atuendos de gloria y realiza un trabajo de esclavo, que los hace dignos de sentarse a la mesa. El don de Jesús no es un acto que deje pasivos como a quienes contemplan un espectáculo. Sino que se muestra como ejemplo de lo que el discípulo debe hacer. “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado...” (Jn 13, 34). Se trata de aprender a amar junto con Quien nos amó primero. Y a identificarnos con los sentimientos de Cristo (Cf Fil 2, 5). “Si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13, 14). Ese debe ser el servicio cotidiano. En este punto quiero recordar la exhortación del Papa Francisco: “No caigamos en la indiferencia que humilla... Abramos nuestros ojos para mirar (...) las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de dignidad, y sintámonos provocados para escuchar su grito de auxilio” (Misericordia Vultus, 15). Los santos, como decía el Papa emérito Benedicto XVI, “siguen siendo modelos insignes de caridad social (...). Son los portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor”. Y entre ellos destaca a María, la Madre del Señor.. (Deus caritas est. 40).

Las narraciones de los evangelios pueden no coincidir en los detalles; pero concuerdan en lo esencial: que Jesús murió orando. Según Mateo y Marcos Jesús gritó “con voz fuerte”, las primeras palabras del Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Esta exclamación dirigida al Padre, desde el fondo más íntimo de su ser, guarda especial relación con su Pasión como hecho objetivo, y también con la aceptación personal de su sacrificio. La muerte de Jesús en la Cruz revela la clave para comprender la Última Cena. La Cena fue la anticipación de la muerte. La transformación de la muerte violenta en un sacrificio voluntario. En un acto de amor que a todos nos redime. Cena y Cruz son el único e indiviso origen de la Eucaristía. Del costado traspasado del Señor “salió sangre y agua” (Jn 19, 34); esto es: Bautismo y Eucaristía. Algunos en nuestro tiempo no conocen a Dios. Y rehúsan encontrarlo en Cristo crucificado. Buscan una libertad sin Dios. Y sustituirlo con el poder que da el dinero. O la posesión de un potencial bélico que siembra de muerte el mundo. En cambio el discípulo tiene que dejar que, tras haber recorrido el vía crucis de Jesús, la Cruz sea una interpelación que ponga en descubierto las aparentes y efímeras certezas humanas. Y abra el corazón tal como cada uno es, para que Él apague la sed de un corazón sediento de infinito. De misericordia y perdón. Resurrección.

¡Aleluya! Resucitó el Señor, según lo dijo. ¡Aleluya!, canta la liturgia. ¡Jesús crucificado ha resucitado! Recibamos con gozo y gratitud el anuncio pascual. Las tinieblas ceden paso a la luz. Posemos la mirada en las llagas de su cuerpo transfigurado. Y que unidos a Él alcancemos la gracia de comprender el sentido y el valor del sufrimiento humano. ¡Feliz Pascua!

Las narraciones de los evangelios pueden no coincidir en los detalles, pero concuerdan en lo esencial: que Jesús murió orando.

La muerte de Jesús en la Cruz revela la clave para comprender la Última Cena. La Cena fue la anticipación de la muerte.