Desde la tragedia de Ecos a la de Mendoza

Perder un hijo: del duelo más duro a la conversión del dolor en amor

La muerte de un hijo implica un dolor que no tiene nombre, y es distinto a otros. Un grupo ayuda a más de 200 padres y madres de la ciudad que transitan por ese aciago duelo. Hacen actividades de contención y acompañan con la palabra en esa angustia. Pero también tratan de hacer que ese dolor se transforme en acciones positivas hacia otros.

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Ese dolor infinito. Tras la tragedia de Mendoza quedará un largo y sufrido duelo para muchos padres. Foto: DyN

 

Luciano Andreychuk

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No hay definición posible, no se encuentra en los libros ni en los divanes de los psicoanalistas: es un dolor sin nombre. Eso implica para muchos padres y madres la muerte de un hijo, sea éste recién nacido o con años de vivencia transcurrida. Las tragedias de Ecos (el 8 de octubre de 2006, donde murieron 9 alumnos del colegio de ese nombre y tres adultos) y la más reciente en Mendoza son dos casos paradigmáticos: en ambas quedaron muchos padres llorando una pérdida fatídica.

El concepto de duelo aparece y se queda. Es un pedregal sinuoso, largo y doloroso. La negación primero, la aceptación con el tiempo, la trascendencia de ese dolor y después, su conversión. “El dolor nunca se irá, pero se puede trabajar, trascender y transformar en amor. En un amor hacia los otros”, dice a El Litoral Paula Jaume, madre que perdió a su hijo y que salió adelante.

Jaume lleva adelante una agrupación que se dedica a la asistencia desde la contención y acompañamiento a padres que transitan por la misma situación. Se llama Luz del Cielo, como una metáfora —para los católicos— de que ese ser perdido, un hijo, está campaneando con su titilar luminoso desde arriba, desde lo más alto. Desde un más allá quizás posible. Luz del Cielo es la denominación de un conjunto de personas que ayudan a otras. Aún no tienen personería jurídica —se está tramitando— ni sede oficial, pero eso no impide que este grupo organice reuniones de contención —mediante WhatsApp y un grupo cerrado de Facebook— con otras familias que perdieron un hijo. A veces, la asistencia se hace en forma personalizada, yendo a la casa de quien necesita ayuda.

“En los libros de psicología sobre duelo hay un montón de pasos a seguir, muy claros. Pero en este tipo de duelo por la pérdida de un hijo no hay rótulo: no hay palabra, y esa no-existencia es terrible. Los que pasamos por este lado de la vereda sabemos de lo que hablamos. Sólo se sabe cuando se siente en el cuerpo, cuando sobreviene la tragedia”, explica Jaume.

El sin por qué de una tragedia

Más aún cuando aparece el agravante de que no hay un “por qué”. Por ejemplo, cuando ocurre una tragedia inesperada, como la muerte de 15 personas en el accidente de Mendoza (la mayoría de ellas jóvenes de una academia de baile de Buenos Aires). “Ahí es mucho más difícil el duelo: las familias todavía están resolviendo las cuestiones judiciales, con abogados de por medio. Por eso, el proceso va a ser mucho más largo”.

El primer tiempo desde la pérdida es como una nebulosa, como vivir en cámara lenta. “Tratás de encajar en el mundo pero no, porque la vida sigue vertiginosamente y vos quedás estancado en la muerte de tu hijo. Pueden aparecer depresiones, angustias interminables, la imposibilidad de juntar fuerzas para salir a a calle a trabajar, por ejemplo”, relata Jaume desde su experiencia.

Luego, con el tiempo, cuando se logra pasar el umbral de la negación, se llega a una aceptación. “Ahí llega el momento de empezar a trabajar el dolor”, cuenta la madre de Luz del Cielo. Y tras ese largo trabajo, la “convivencia” con ese dolor, que nunca se irá, pero se irá morigerando.

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La luz viva. La suelta de velas encendidas por el río tiene una fuerza simbólica sanadora para las familias que perdieron un hijo. Foto: Gentileza Luz del Cielo

Trascender el dolor

La propuesta de Luz del Cielo es hacer el acompañamiento a quien perdió un hijo. “Hoy tratamos de ayudar a más de 200 padres y madres, y el número crece”, se lamenta la madre. En esa contención la palabra es la herramienta clave. “De lo que se trata es de hablar y escuchar, conteniendo desde la empatía íntima que nos pone en una misma situación. No todos los padres en duelo están preparados para hablar. Por eso, esperamos que ellos vengan a nosotros, respetando sus tiempos”.

En el trabajo de apoyo en duelo, dentro del grupo —además de Jaume y su marido, que también la acompaña—, hay otra pareja, Rocío y Matías, que también perdieron un hijo pero que están al pie del cañón para asistir a quien lo necesite. “El trabajo de ellos es muy importante, son pilares entre nosotros y para la ciudad”.

¿Qué es trascender el dolor? “Trabajarlo para transformarlo en un acto de amor. Por ejemplo, Rocío y Matías están haciendo campañas dando clases de vóley gratuitas a chicos de muy bajos recursos. Ayudamos a comedores comunitarios, hacemos colectas de ropa para bebés y las donamos”, explica Jaume.

Para el Día del Prematuro estos “padres y madres del dolor” consiguen pañales y los donan al hospital de niños. “Con todo esto se busca trasladar el amor que nos quedó hacia causas necesarias, ayudando a otros. Eso es transformar el dolor en amor. Y ahí la idea de trascendencia. Y esto nos ayuda mucho a nosotros. También se hace una suelta de globos y una suelta de luz (se mandan velas encendidas por el río) cada mes de octubre.

Con el paso del tiempo y después de todo el dolor vivido, llorado, trabajado y transformado, “a veces podemos volver a sonreír”, agrega Jaume. Toda persona puede, aún con la vivencia de la tragedia más dolorosa cargando sobre los hombros, reinventarse y seguir.

 
 
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Una suelta de globos de los padres y madres, que se realiza todos los meses de octubre. Foto: Gentileza Luz del Cielo

Distintos casos

—¿Hay alguna diferencia entre aquellas familias que pierden un hijo único, y entre aquellas que pierden uno pero tienen otros?

—Sí, hay diferencia porque en el segundo caso, los padres tienden a poner todas las energías en los que quedan, en esos otros hijos. Para la familia que pierde su único hijo o hija, el trabajo es más doloroso. Se enfrentan a una soledad total.

Y también hay diferencia en perder a un hijo con determinada edad, que ya tienen un transcurso de vida disfrutado, como los que murieron en Mendoza, y perder a un hijo que muere durante el embarazo de la madre, por ejemplo. Porque en el primer caso queda una ilusión rota y una proyección sobre ese hijo muerto inconclusa, arrancada abruptamente.

—¿Y el denominado “reemplazo”? ¿Es un salvoconducto ante la pérdida de un único hijo para una pareja que ésta busque al tiempo otro, tratando de “reemplazar” aquella ausencia?

—Esto a veces es un error. Porque un hijo perdido no será nunca igual a otro nuevo hijo. Pero aquí aparece otro elemento: el miedo. El miedo a volver a perder ese otro hijo nuevo. Entonces, si se planifica tener otro hijo al tiempo que enterraste otro, creo que antes hay que trabajar el dolor. Con profesionales o con gente que ha pasado por la misma situación.