Tribuna política internacional

El ruido y la furia de Donald Trump

Por Jorge Elías

Télam

William Faulkner escribió “El ruido y la furia”. Tomó el título de la tragedia “Macbeth”, de su tocayo Shakespeare: “La vida no es más que una sombra... Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa”. Nada significan el ruido y la furia sin una dosis de fuego, según Donald Trump. Le prometió a Kim Jong-un, líder de Corea del Norte, “una furia y un fuego jamás vistos en el mundo” si insiste en realizar pruebas nucleares. Kim amenaza lanzar misiles contra las dos bases militares de los Estados Unidos en la remota isla de Guam, en el Pacífico. Una quimera de imprevisibles consecuencias.

En realidad, Trump no necesita ir tan lejos para alardear con el ruido, la furia y el fuego. Estrenó una era. La de las pugnas múltiples con el Congreso, inclusive con los republicanos; el fiscal general del Estado, Jeff Sessions; los medios de comunicación, los periodistas, los jueces, los gobernadores y, créase o no, hasta los boy scouts. Nunca un presidente norteamericano se ha peleado con tantos al mismo tiempo. Contra las “noticias falsas” del “fracasado New York Times” creó el programa de televisión Real News (noticias verdaderas). Un dechado de elogios a su gobierno con música patriótica de fondo. Pura propaganda desde la Torre Trump, de Nueva York.

Caos en la Casa Blanca

En la Casa Blanca, mientras tanto, reina el caos. El constante reemplazo de colaboradores responde a la premisa de crear empleo bajo el influjo del lema América first, alegan a su alrededor. Absurdo. El anuncio sobre la veda para los transexuales en el ejército, “después de haber consultado” con generales, dejó de piedra al general James Mattis, secretario de Defensa. Mattis supo por un tuit que su jefe pretendía ahorrarse de ese modo el costo de las operaciones de cambio de sexo. Una forma de quedar bien con los grupos evangélicos y de desviar la atención de la injerencia de Rusia en las presidenciales de 2016.

La trama rusa causó la primera baja del gobierno de Trump. La de Michael Flynn, consejero de Seguridad Nacional durante 24 días. Menos tiempo, apenas una semana, subsistió Anthony Scaramucci como director de comunicación de la Casa Blanca. Lo vetó el general John Kelly, jefe de gabinete en reemplazo de Reince Priebus. Scaramucci había insultado a Priebus y al jefe de estrategia de la Casa Blanca, Steve Bannon, en una entrevista publicada por la revista The New Yorker. Desde el 20 de enero, piedra de toque de Trump, una decena de altos cargos del gobierno, así como el director del FBI, James Comey, han sido despedidos o empujados a renunciar.

El general Kelly, con el guiño del jefe del Pentágono, el general Mattis, pretende imponer la disciplina militar en la Casa Blanca. Restringió el acceso de la hija de Trump, Ivanka, y de su marido, Jared Kushner, en el Despacho Oval. En el remolino de ruido, furia y fuego, el yerno de Trump perdió a su amigo y aliado Ezra Cohen-Watnick, director de inteligencia del Consejo de Seguridad Nacional. Lo echó otro general, H. R. McMaster, al frente del órgano que manejó durante menos de un mes el depuesto Flynn. El temor a las filtraciones de la prensa llevó a Trump a tomar esas decisiones, así como a amenazar a los empleados con revisiones de teléfonos y detectores de mentiras.

La beligerancia verbal de Trump con Kim tapa otra guerra. La doméstica. La que libra contra sus fantasmas, encarnados en Vladimir Putin. La buena relación que iban a tener, más allá de que Rusia en su versión actual, soviética o zarista siempre haya sido motivo de desconfianza para los norteamericanos, descarriló en las sanciones que le aplicó el Congreso a raíz de por su injerencia en las elecciones, así como por su actividad militar en el este de Ucrania y por la anexión de Crimea en 2014. La ley restringe el poder de veto de Trump en este caso. En respuesta, el Kremlin hizo volver a casa a 755 miembros de su personal diplomático.

En el atolladero con Rusia está implicada la familia de Trump. Un asunto tan opaco como el manejo de su fortuna personal. Los republicanos, con las elecciones de medio término de 2018 a la vuelta de la esquina, no quieren quedar pegados a un presidente que sienten desleal. Controlan ambas cámaras del Congreso, no la agenda de la Casa Blanca. Trump, de inspiración populista, no está dispuesto a bajar los decibeles ni las ínfulas. El día de su asunción, The Washington Post publicó un artículo con un título sugestivo: “La campaña por el impeachment ha comenzado”. El fuego, desde entonces, no está tan lejos del ruido y la furia como Corea del Norte.

(*) Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina

Trump no necesita ir tan lejos para alardear con el ruido, la furia y el fuego. Estrenó una era. La de las pugnas múltiples con el Congreso, inclusive con los republicanos; el fiscal general del Estado, Jeff Sessions; los medios de comunicación, los periodistas, los jueces, los gobernadores y, créase o no, hasta los boy scouts. Nunca un presidente norteamericano se ha peleado con tantos al mismo tiempo.