Tribuna de opinión

La desocupación: mitos y falacias

Por Osvaldo Agustín Marcón

La cantidad de trabajo requerida para satisfacer las necesidades cotidianas de cualquier población varía al ritmo de las transformaciones en sus modos de vida. La parte rentada de esa cantidad de trabajo, es decir el empleo y sus alternativas, también se modifica constantemente, pero atado a otras variables (acumulación económica, pautas financieras, tendencias tecnológicas, etc.). En las economías contemporáneas éstas últimas muestran un creciente grado de autonomía, aun cuando mantienen relaciones con aquellos cambios. En otros términos, que el trabajo crezca no implica necesariamente que el empleo también lo haga. Por lo tanto no se trata de un problema meramente económico, sino de una encrucijada civilizatoria de la que no escapa ningún país o modelo en el actual escenario capitalista mundial. Ese laberinto está fundamentalmente atravesado por lo bueno y lo malo de la denominada Sociedad del Conocimiento y sus Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTICs).

Día a día se recrean distintas crisis nacionales con eje en esta crucial dimensión de las relaciones sociales, es decir en los modos de satisfacción de las necesidades sociales. Ellas ponen en evidencia el desarrollo de núcleos duros de población desocupada en los que, poco a poco, se superponen generaciones que nunca han accedido al empleo, tal como se lo conociera en las otrora sociedades industriales. Las distintas políticas socioeconómicas, de derecha a izquierda, repiten intentos de solución que sólo inciden sobre los sectores desocupados que están fuera de esos núcleos. O, en el mejor de los casos, mejoran levemente las condiciones de vida al interior de esos nodos de exclusión socioeconómica por vía de subsidios que se aplican en la mayoría de los países del mundo (P. ej., la propia Alemania). Cíclicamente se recortan supuestos modelos de desarrollo que resolverían la cuestión, pero estos ejemplos pierden su peso propagandístico en plazos muy cortos mostrando, entre otras cuestiones discursivas, la plena vigencia del clásico texto “Cómo mentir con estadísticas”, de Harrell Duff, escrito en 1954. Lo evidente es que esas intervenciones no resuelven estructuralmente la cuestión.

Este análisis podría dispararse en varias direcciones, pero nos concentraremos en señalar un supuesto que impide enfrentar el problema en su real dimensión. Se trata de la hipótesis según la cual el empleo pleno es todavía posible en el marco de la Sociedad del Conocimiento. Esa aspiración sigue postulándose a título de horizonte hacia el cual valdría dirigir las sociedades actuales, como si sus bases aún fueran las del histórico modelo de producción fordista. Bajo dicha idea se repite, por ejemplo, la promesa de la educación como seducción a futuro. En otros casos, como es el de distintos cientistas sociales europeos frente a la crisis del Welfare State (Estado de Bienestar), se postulan vías dentro de la denominada economía social. No falta la ya aburrida apelación a supuestos de seguridad jurídica o fortalezas institucionales que, paradójicamente, se defienden junto a los esfuerzos por soliviantar las distintas regulaciones.

Sin embargo, la dinámica socio-tecnológica sigue demostrando que la cantidad de empleos perdidos mediante, por ejemplo, la robotización no equipara, por lejos, la cantidad de puestos que ella misma genera. Este desfase es tan evidente como sus perspectivas de incremento a futuro y, con ello, la sospecha de crecimiento de aquellos núcleos duros de desocupación. Quienes siguen como empleados en medio de ese ritmo tecnológico son cada vez menos, posibilidad que depende más de circunstancias externas que de sus capacidades y esfuerzos personales. Quienes, por otra parte, ya quedaron atrapados en esos núcleos de desocupación, siguen atrasándose de generación en generación, por lo que les será casi imposible huir de esos ghettos. El viejo analfabetismo trocó en tecnológico pero, aún al interior de este último, ya aparecen atrasos significativos entre los grupos que acceden a las tecnologías más avanzadas y los que no logran seguir esa velocidad.

No estamos, entonces, ante una cuestión que se pueda resolver con alguna de las recetas clásicas. Esto es así pues, en cuanto problemática socioeconómica, incluye un plano decisivo, de naturaleza cultural o -si se quiere- axiológica. Por ello urge poner en tela de juicio diversas cuestiones aparentemente obvias. Por ejemplo, la usual apelación a cierta nostalgia relacionada con la cultura del trabajo. Dicho recuerdo refiere, en realidad, a ese empleo cuyas condiciones de posibilidad están en duda. Por esta razón insistir con él es apelar a una especulación altamente ficticia. Aunque ésta parezca una afirmación sacrílega, cabe al menos hipotetizar al respecto para encontrar, a futuro, formas de producción y distribución que nos saquen de dicha ficción.

Una vez más conviene tener presente, con Robert Castel, que la sociedad salarial es (o fue) una construcción histórica, pero no una organización dada de una vez y para siempre.

La dinámica socio-tecnológica sigue demostrando que la cantidad de empleos perdidos mediante, por ejemplo, la robotización no equipara, por lejos, la cantidad de puestos que ella misma genera.