Tribuna internacional

Al final, los montes parieron un ratón 

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Las banderas de Flandes y Cataluña flamearon frente al Press Club de Bruselas. No es mera casualidad que quien hace de anfitrión de Puigdemont en Bélgica sea el secretario de Estado de Inmigración Theo Francken, miembro del partido nacionalista flamenco de derechas. Foto: DPA

Por Aleardo F. Laría

DyN

Como en la fábula de Esopo, parieron los montes y sólo nació un pequeño ratón. La Declaración de Independencia de Cataluña, popularizada como “la DIU”, fue exhibida como amenazante espada de Damocles por el president de la Generalitat, Carles Puigdemont. Pero cuando el Parlament de Cataluña aprobó la DUI en votación secreta -lo que ya era un signo de contrición- el gobierno de Rajoy recibió el argumento legal que necesitaba para poner en marcha el mecanismo previsto en la Constitución Española para llamar al orden a una Comunidad Autónoma rebelde. Puigdemont, como un pequeño ratón asustado, buscó refugio en Bélgica. Lo que ahora se percibe como una grandiosa ópera bufa, pudo ser una tragedia. Antes de tomar la decisión de intervenir, el presidente Rajoy le ofreció a Puigdemont un puente de plata invitándolo a convocar a elecciones autonómicas, una de sus facultades como president de la Generalitat. De haberlo hecho, tal vez se habría ahorrado el ingrato futuro que le espera.

Pero cuando todo parecía ir en la buena dirección, imprevistamente Puigdemont dio un volantazo -“giro brusco y repentino dado al volante”, según el Drae- y optó por habilitar la DUI. Según versiones periodísticas, le habría exigido a Rajoy garantías de impunidad procesal, pero la respuesta del presidente del gobierno fue la natural en un Estado de Derecho: el gobierno no controla a los jueces.

Según algunas informaciones de prensa, la Asamblea Nacional Catalana, una organización independentista de la sociedad civil que ha venido liderando las protestas en las calles, tenía preparados 160.000 militantes dispuestos a ofrecer resistencia a cualquier intervención del gobierno español. A esa fuerza civil algunos sumaban los 70.000 Mossos d’ Esquadra, la policía autonómica catalana. Sin embargo, la intervención pudo llevarse a efecto sin desatar resistencia alguna. Lo cual no deja de ser una buena noticia, dado que la menor resistencia hubiera podido dar lugar a episodios de violencia en un clima donde cualquier chispa podía encender la pradera. Por consiguiente, la rápida actuación del Poder Judicial, citando a comparecer a los rebeldes no debe considerarse exagerada, porque Cataluña estuvo al borde de una guerra civil.

La jugada inteligente de Rajoy fue convocar a elecciones autonómicas en el plazo legal más breve posible. Eso desarmó a los independentistas que se han visto enfrentados al dilema de acudir a esa convocatoria o perder las cuantiosas subvenciones que reciben los partidos políticos. Los diputados y senadores de los partidos independentistas que acuden a las Cortes en Madrid tampoco renunciaron a sus escaños, pese a la contradicción que supone representar a la República de Cataluña en el Parlamento español. Como dice el tópico que se atribuye a los catalanes, “la pela es la pela” (pela es la denominación que en Cataluña se daba a la peseta).

Contradicciones

En este sorpresivo sarampión independentista han llamado la atención dos cosas. En primer lugar el extraño maridaje entre una próspera burguesía catalana, votantes tradicionales de Convergencia y Unión que ahora -para borrar los rastros de varios escándalos de corrupción se ha reconvertido en el Partido Demócrata Europeo Catalán (PedeCat)- se han aliado con la CUP (Candidatura de Unidad Popular), una organización anticapitalista de izquierda radical que aboga -entre otras cosas-, por la nacionalización de las entidades financieras. Debe recordarse que el líder histórico de Convergencia ha sido Jordi Pujol, dueño de la Banca Catalana, y presidente de la Generalitat entre los años 1980 y 2003. Ahora está procesado con su mujer y sus hijos por tener la titularidad de abultadas cuentas corrientes en paraísos fiscales y en bancos de Andorra.

La otra incógnita a develar es la extraña sumisión a un relato victimista por parte de una Comunidad Autónoma que está entre las más ricas de España y que ha gozado de unos niveles de autogobierno de los que no goza ninguna provincia argentina. El gobierno de la Generalitat, por ejemplo, recauda directamente más de 18 impuestos cedidos por el Estado, como el de transmisiones patrimoniales y el de sucesiones y donaciones. La Generalitat tiene competencias para recaudar impuestos como el impuesto a la renta de las personas físicas (IRPF) y el IVA, pero posteriormente deben transferirlos a la Agencia Tributaria Estatal. Sin embargo luego reciben el 50 % de esa recaudación y la Generalitat puede regular la escala autonómica aplicable a la base liquidable general del IRPF; las deducciones por circunstancias personales y familiares, por inversiones empresariales o por adquisición de la vivienda habitual.

Una explicación de estas contradicciones tal vez pueda encontrarse en la distinción que hace la teoría política entre el nacionalismo político y el nacionalismo cultural. Para el nacionalismo político la máxima expresión de una nación es su voluntad política soberana que se encarna en el Estado-nación. Para el nacionalismo cultural, en cambio, la nación es la expresión de una identidad cultural, que se expresa básicamente a través de la lengua nacional.

De la humillación al fascismo

Para Isaiah Berlin, el nacimiento del nacionalismo político alemán fue el resultado de la humillante situación de Alemania, luego que los ejércitos de Richelieu y Luis XIV hubieran sofocado el desarrollo de la reforma protestante. Desde entonces, el nacionalismo político ha utilizado como combustible para su expansión al volátil sentimiento de humillación. Según Berlin, las personas que tienen la percepción de haber sido humilladas acuden a ilusiones compensatorias para contrarrestar esos sentimientos negativos. Las personas humilladas se consideran desprendidas, generosas, capaces de intrépidos gestos frente al carácter calculador y egoísta de los opresores altivos y arrogantes. Esos sentimientos imaginarios pueden derivar en una versión más hostil como la encarnada por Carl Schmitt y su necesidad de crear un enemigo como el principal medio para adquirir una identidad. Estas fuerzas psicológicas que configuran el nacionalismo político llevan a la errónea convicción de que quienes no pertenecen a la nación, y en especial nuestros vecinos, son inferiores. Según Avishai Margalit, “este sentido psicológico de la superioridad de la propia nación frente a la inferioridad del otro sitúa al nacionalismo en un continuum cuyo extremo es el fascismo”.

No es mera casualidad que quien hace de anfitrión de Puigdemont en Bélgica sea el secretario de Estado de Inmigración Theo Francken, miembro de Nieuw-Vlaamse Alliantie (N-VA) partido nacionalista flamenco de derechas que forma parte de la coalición que gobierna actualmente en Bélgica. Francken es un duro que se opone a la política de inmigración de la Unión Europea y su disposición a ofrecer asilo al ex presidente de la Generalitat puede quebrar el frágil equilibrio de la coalición gobernante. Resultaría cómico si no fuera trágico; pero el pequeño ratón Puigdemont, después de desestabilizar a España, puede provocar un inesperado terremoto político en Bélgica.