llegan cartas

Navidad es abrir el corazón

MARGARITA GIORDANINO DE CASIM

margaritagiordanino@ hotmail.com

Una humilde venida... Liturgia de fe, revelación, preparación, devoción, anuncio de paz, unión, redención que renueva en nosotros la Navidad que comenzó en María. Voces angelicales alaban “Gloria a Dios en las alturas”. Es que por los caminos del Adviento vuelve el que ya vino y se quedó por siempre. Las Navidades de antes tenían, entre una y otra, la distancia de un tiempo detenido, con algo de eternidad cuando pasamos horas de intensa alegría -o dolor-: recibíamos la llegada del Niñito. El tiempo de nuestra historia, mirado según la edad y manera de ojear la vida, es siempre creación abundante en amor y en don para los demás. Estoy convencida de que la grandeza humana sólo encuentra su sentido en las actitudes amorosas y solidarias. En esa oportunidad que nos realiza y es perennidad cuando la hacemos respuesta de bien y de ¡mucho amor!: “Sólo el amor no pasará” (1 Cor. 13). Alumbramiento que nos mostró a alguien que nos ama y nos invita a amar, desde la contemplación en Belén, de un Jesús que vino como uno de nosotros. Navidad es abrir el corazón, es desenhebrar pasado en presente, sueños, memorias de parientes, sentimientos. Es recordar con dulzura a los que ya no están. Es tener cerquita a los que amamos para decirles que nos hacen falta, con un “te quiero”, “¿cómo estás?”, “lo siento”, “perdoname”, “venga un abrazo”, “por favor”, “¡gracias!” y con cuantas palabras bondadosas conocemos. Nuestra presencia en la familia, el trabajo social con donación de tiempo personal, la celebración de compañerismo y amistad, son sabiduría deliciosa, santificada y por Él ofrecida que se hace benévola en plenitud y santidad...

Vivimos en un tiempo de capacidades ampliadas e intensificadas, donde se extienden las posibilidades de vida, conocimientos, inquietudes y comunicación, innovaciones inéditas -Big Da ta- al servicio de la medicina, más placer, pero, ¡oh, paradoja!, vivimos entretanto, en medio de la desesperación y mucho dolor, de sufrimiento y miserias, de tragedia y violencia, conmoción, abandonos, ansias desmesuradas, transgresiones, promesas inútiles, confianzas quitadas, tristeza y lágrimas, ilusiones usurpadas, asombro turbado, necesidades, olvidos... hasta explotación y dominación. Inseguridad, injusticias, desocupación, persecuciones, ruindad, corrupción, inflación, droga y muertes -tantas con el sufijo “cidio”-, creo que no son cuestiones que pueda resolver el Niñito Dios, pero sí podemos pedirle que toque y obre en el corazón de los hombres para que se sacien de la gracia de su llegada, en la esperanza de un Año Nuevo más bueno.

Jesús sigue naciendo... Es cuestión de descubrir su llanto... en los humildes, en los que sufren vulnerabilidad, los insignificantes a los ojos de los demás, aquellos que el agitado y tembloroso mundo actual margina, acosa, descarta..., en los indigentes, los que viven en intemperies de soledad, los que duermen en la calle arriba o abajo de un cartón con la sola compañía de un perrito, a los que nos duele mirar. En pequeños, jóvenes, adultos y abuelos que nacen y permanecen en un mundo atravesado por desigualdades profundas, privaciones lesivas junto a desprotecciones con huellas imborrables, en niños sin la tibieza de un hogar para amasar cariños, juegos, palabras que nacen, el despertar del pensamiento, buenas enseñanzas en sus días de infancia, para un mañana más indulgente. En la orfandad de sillas vacías en torno a las mesas de esta Nochebuena y en las familias que con sus padecimientos acompañan el dolor de María junto a la cruz.

¡Divino Infante, guíanos para arropar tu llanto! Queremos descubrir, en la gozosa espera de lo cotidiano, los pasos de tu venida y reconocerte en las cosas lindas que también nos pasan... en el significado de estrellas, espigas, angelitos, campanitas, paquetitos y de ese último adornito agregado al árbol, en las intenciones de la misa, en el pan de la comida servida, en los zapatitos que esperan, en la carita alegre por el juguete nuevo, en las ovejitas que arrullan el pesebre que es modelo, en la tradición de agua y pastitos para los camellos de los Magos, en la rama de muérdago con las flores del arreglo, en el arrorró de un villancico, en el encuentro finísimo de corazones brindando, en la entrega paciente de médicos y enfermeros, en gestos de cercanía y cariño en momentos felices o de dolor en el que la fe sostiene la esperanza en el recién nacido...Y estoy escribiendo en el pergamino, junto al pinito, mi deseo de que ¡todos! pasen una bendecida Navidad, los hacedores y quienes leemos, en la intimidad de nuestros días, El Litoral para decir con San Agustín: “Te suplicamos a Tí, Señor, para que vuelvas nuestros ojos adonde los cielos están llenos de promesas”.